Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Si usted llega hoy a Madrid y no tiene nada mejor que hacer, acérquese al Círculo de Bellas Artes en cuya Sala Picasso expone Bonifacio. También se podría decir que Picasso expone en la Sala Bonifacio, porque Bonifacio comparte con Picasso todo el jaleo español del toro, la mujer y la pintura. Ah, y el gusto por las cabronadas, en el sentido juguetón del término. Bonifacio, por ejemplo, consiguió con ardides que Zóbel, que tenía cocodrilos en los bolsillos, le pagara un día un almuerzo que incluía la langosta más vieja de Cuenca. Y me acuerdo de la noche en que Bonifacio echó de su casa de la calle de la Cabeza a una filósofa –y con la filósofa, a todo el mundo– porque, al cabo de la velada, cuando ya nos había contado mil cosas de su vida taurina, la filósofa se puso estupenda y preguntó: “Entonces, ¿tú toreaste con Joselito y Belmonte?” ¡A la calle todos! ¡A tomar viento! Quiero decir que Bonifacio es el último artista verdadero que anda por ahí suelto, y cuando digo suelto quiero decir libre, además de arisco y sentimental, sin una pizca de lambiscón –ay, esa lambisconería de nuestros artistas del pan pringao, para que los acepten y subvencionen–, que pinta horrorosidades abstractas con la misma pasión con que cocina cogotes o pesca bocartes. Con lo que a él le gusta el ron, los médicos no le dejan beber ni un vaso de agua, pero es que si esa dama antivicio que es la ministra Salgado supiera lo que ha vivido Bonifacio se desmayaría como una marquesa de Serafín. “Bonifacio en los campos de batalla.” Ése es el reclamo de esta enorme retrospectiva de Bonifacio por la que uno, acosado por la fiebre y los mosquitos, avanza por la selva de “Objetivo Birmania”. ¡Menudos monstruos de cinco, diez, veinte y treinta años! ¿Es lícito arrojar, como un pez al cual vacía de entrañas el anzuelo, todo nuestro subconsciente por la boca, dejando impúdicamente a la intemperie, sin forma ni armonía, a nuestros oscuros monstruos gelatinosos? “Nuestro duro siglo –explicó Foxá–, a pesar de sus prodigios técnicos, se asemeja a las edades frescas y hermosas, pero crueles y catastróficas, de la aurora del hombre.” Algún día todos los pintores hubieran querido pintar así.

