domingo, 14 de julio de 2024

Trump vive, la lucha empieza


El Iwo Jima de Trump


Hughes


LA SEGURIDAD. Podría ser el día para criticar a la prensa (lo será) pero quedémonos con un periodista. Minutos después del atentado («intento de atentado», «aparente atentado», «evacuación de Trump tras ruido», «caída» o simple «confusión en tiroteo») Gary O’Donoghue, un veterano reportero ciego de la BBC, entrevistaba a un testigo que afirmaba haber visto algo sospechoso minutos antes del mitin. Alguien armado trepaba por un edificio. Trump empezó a hablar cuando nunca debió subir a ese estrado. La seguridad fue avisada, pero reaccionó tarde. Voló la cabeza del tirador después de los disparos.


LA BALA. Porque fue un tirador y su bala rozó la oreja de Trump, que recibió el impacto en el mismo momento en el que giraba su rostro. Ese típico gesto suyo en el que mira a un lado mientras habla le salvó la vida. La bala iba dirigida a la base de su cráneo pero sólo pudo rozar su oreja.


Fue un tirador preciso, hubo una víctima al menos entre el público (un deplorable, casi con total seguridad) y es seguro que como mínimo se puede hablar de negligencia policial. Del tirador se sabrán cosas pero ya nunca podrá hablar. Algo quedará en el misterio, como tantas veces antes.


LUCHAD. Trump sintió el disparo, palpó su sangre, se agachó y fue rodeado como un biombo por el servicio secreto. Salió de la consternación muy rápidamente para sacar su puño y repetir al público: «Fight! Fight!«. «Luchad, luchad». Se fue agitando el puño con una euforia que no conocíamos: la de quien sale de un atentado. Ha habido muchos magnicidios, pero de la persona que se salvaba sólo conocíamos una figura tambaleándose, alguien temblando siendo retirado. Trump se rehízo, pidió hablar, pudo dirigirse al público, lanzar un mensaje y mover con rabia su puño. Su energía era una mezcla de euforia, rabia, alivio y pasión. Era un gesto casi deportivo, como si hubiera embocado en el campo de golf. Celebraba haber ganado un combate a la muerte y animaba a otro combate. De verdad, ¿conocemos el gesto de alguien en una circunstancia así? ¿No es, en cierto modo, un gesto nuevo en la historia que a la vez declara el final de algo? Había en él, ensangrentada su cara, una grandeza de ileso Julio César.


LA POLARIZACIÓN. Será la culpable oficial. Los medios tardaron horas en hablar de atentado. No era suficiente con los antecedentes históricos, la sangre, la evidencia de los disparos, tampoco las palabras recientes de Biden sobre Trump, ni la década de estigmatización de los medios. Tampoco las voces de quienes pensaban que esto pasaría porque la escalada anti-Trump ya había agotado sus posibilidades periodísticas, políticas, institucionales y judiciales. En los Estados Unidos y en sus correas de transmisión europeas, los titulares se iban formando muy poco a poco, como si evolucionaran celularmente, como lentas conjeturas de espaldas a la realidad: Trump cae, aparente atentado, ruidos alarmantes… Reconocer el intento de magnicidio será algo que cueste, y cuando suceda, la culpable será la polarización. Trump será un poco culpable de haber calentado la bala que rozó su cráneo.


ESPAÑA, AY. Dos televisiones nos informan esta noche: el 24 Horas de TVE y La Sexta, que tiene como analista a Ramoncín. En semejante noche, no es posible detenerse a describir los disparates allí repetidos, pero esa televisión, con sus cosas, al menos estaba informando. No había nada más y las portadas de los periódicos repetían los titulares americanos. Intentando uno, y sin darse cuenta, El País escribió su propio epitafio: «Aparente atentado». Eran remisos a construir una frase tan sencilla como «intentan asesinar a Donald Trump». Pudo ser un accidente de caza, bien es verdad, y, en cierto modo, cuesta conceder a Trump de repente la dignidad de la víctima o la grandeza del magnicidio. ¿Cómo hacerlo después de tantos años falseando la realidad?


Leer en La Gaceta de la Iberosfera