viernes, 26 de abril de 2024

Nuestros quintos



Ignacio Ruiz Quintano

Abc


Una encuesta de Gallup indica que, a fecha de hoy, más de la mitad de los españoles se niegan a ir a la guerra. En cuanto al resto, entre pitos y flautas, nos sale menos de un tercio dispuestos a sentar plaza en un cuartel.


El otanero Sánchez, como todos los demagogos, ha echado las mismas cuentas que el viejo Lerroux:


Si me sigue un batallón, seré capitán; si un regimiento, coronel; y si un ejército, general.


En lo militar, es verdad que el zapato nos aprieta en Marruecos, pero Sánchez, en eso, piensa como Azaña, que en un trance semejante supo calmar con su lógica facunda a un Parlamento asustado: “Ése que describen es el ejército de la paz, pero el de la guerra consistiría en el desdoblamiento de tales divisiones.” ¿Desdoblamiento? “Sí, guardamos en unos ficheros el plan de desdoblamiento.” ¿Con qué jefes? “Se desdoblará todo. Ahí están los ficheros.” Estos deliciosos diálogos salen en las crónicas parlamentarias de Fernández Flórez, a quien los nuevos periodistas llaman “Fernando Flores”.


El apagón del ardor guerrero en España viene de lejos. “Con veinte inquisidores mantengo a España en paz”, presumía ya Felipe II. Tampoco Sánchez necesita hoy más. Como sociedad somos la fábula del carnero de Santayana, y Ortega, que nunca citó a Santayana, atribuía el apagón a nuestra “existencia alucinada y alucinante de espaldas a toda realidad”.


El ejército profesional ya no tiene que ver con la “puta mili” –declaró con boca de piñón Trillo, ministro de Defensa de Aznar, que en su afán de abarcar la modernidad por completo alternaba a Shakespeare con Ivà.


Un maravilloso cronista de la España del cuarto Felipe, el krausista Deleito y Piñuela, recoge en una anécdota la dificultad de levantar en 1620 un ejército en España: “Azotaron aquí en Madrid a una mujer de buena casa, que ayudaba a cierto capitán, su galán, a buscar soldados. Conducía esportilleros con cosas de comer, cerrábalos con arte en una cueva, dejábalos sin comer hasta que sentaban plaza y tomaban paga, y de este modo tenía ya redimidos infinitos.” Y por Geoffrey Parker sabemos que el ejército de Flandes estaba integrado por tropas de hasta seis naciones diferentes, “desde españoles, los más fieros en el ataque, hasta alemanes, los de mayor confianza en la adversidad”.


Ahí queda la idea para Margarita Robles, que desde que leyó “Embajador en el Infierno” se ve de capitán Palacios en la estepa rusa y sueña con otra División Azul que saldría de ese tercio escueto de españoles que se piden un cetme en la encuesta de Gallup: liberalios tuiteros de puñetazo en la barra del bar para subrayar sus verdades del barquero que quieren guerra a toda costa. Las levas podrían completarse con esos ciclistas en edad militar que petan las carreteras sin arcén pedaleando de tres en fondo para reducir la capa de carbono.


A la guerra me lleva mi necesidad; / si tuviera dineros, no fuera en verdad –cantaba el voluntario del Quijote.


[Viernes, 19 de Abril]