domingo, 2 de julio de 2023

Big Brother, Big Mother, Big Other

El marxismo fracasó en el Este porque triunfó en el Oeste

 

Domingo González

 

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Europa asistió, entre la tentación y el miedo, al auge y caída de la gran utopía mesiánica del comunismo. Demasiado burguesa y moderada quizá, el Occidente europeo se decantó por una utopía menor, socialdemócrata, un marxismo asumible, sueco y con corbata, el Big Mother del Estado del Bienestar, alabado incluso por algunos jerarcas de la Iglesia engañados por el mito, entre religioso y mundano, de la justicia social inventada por el jesuita Taparelli. Augusto del Noce ya dejó escrito que el marxismo fracasó en el Este porque triunfó en el Oeste. Hijos de Marx y de la Coca-Cola, los euroamericanos asisten hoy por fin al nacimiento de la última criatura engendrada en las entrañas de la tradición arquitectónica occidental de las ciudades en las nubes. Es el Big Other, campo de juego moral del Imperio del Bien (Philippe Muray) en el que trabajan a pleno rendimiento los funcionarios simbólicos del pecado original, administradores de la vida cotidiana del europeo, ese hijo adulterino del Homo Festivus y del emotivismo tamizado por una atávica culpa religiosa resistente a las diferentes olas secularizadoras. «Con todas las salvedades, la mentalidad de la inculpación —escribía allá por los años ochenta el filósofo francés Pascal Bruckner— subsiste en nosotros como un reflejo en la manera en la que nos fustigamos espontáneamente frente a las desgracias del planeta. El europeo medio, hombre o mujer, es un ser de una sensibilidad extrema, siempre dispuesto a atribuirse la pobreza de África, de Asia, a compadecerse por las desgracias del mundo, a atribuirse la responsabilidad, a preguntarse por lo que puede hacer por el Tercer Mundo en vez de interrogarse por lo que el Tercer Mundo puede hacer por sí mismo».

La figura del Gran Otro se impone como la última versión, actualizada, corregida y aumentada del culto poscristiano victimocéntrico. «Cómo el odio de sí mismo se ha convertido en dogma central de nuestra cultura, he aquí un enigma del que la historia de Europa es fecunda», afirmaba también Bruckner. Es paradójico: a medida que nos alejamos del fundamento que las sostiene, las ideas se radicalizan, nos recuerda por su parte Chantal Delsol. Las viejas virtudes cristianas, al sentirse aisladas y verse vagando solas, se vuelven locas, afirmaba Chesterton en Ortodoxia. Así, la caridad cristiana termina entronizando la alteridad del buen salvaje hasta transformarse en pasión autodenigratoria. En el reino del Big Other, odiarás a tu prójimo como a ti mismo. Un capítulo más en los cantares de gesta del masoquismo occidental. El Otro, en efecto, acumula todas las virtudes. Y esto por la sencilla razón de que disfruta de la infinita ventaja de no ser Nosotros. El Gran Otro es así el nuevo dios vengativo en el que se apoya la crítica inmisericorde de la civilización occidental. Toda teología tiene su demonología. Una vez más Bruckner: «El euroamericano es a la vez maldito e indispensable: gracias a él todo se vuelve claro, el mal tiene un rostro, el malvado es universalmente designado. Culpabilidad biológica, política, metafísica». El racismo es ese nuevo mal absoluto que viene a resumir todos los demás y contra el cual deben coaligarse los cazadores de brujas del macartismo multiculturalista.

Rabiosamente antioccidental y paradójicamente ultraoccidental, en esta sociología victimolátrica se resume el catecismo hoy hegemónico de la inclusión y la diversidad, relato único y monocorde que se impone como el credo dogmático de una nueva iglesia de sacerdocio universal. La lucha contra todas las discriminaciones se erige así en nuevo ideal futurocéntrico. Con él y en él se lucha contra el racismo dizque estructural y la llamada discriminación sistémica. Sumisión a la religión importada del paraíso USA cuyo demonio es Donald Trump. La sociedad contemporánea se descubre así culpable (Gran Otro, Gran Culpa) de opresiones pasadas, presentes y futuras. El pecado es de pensamiento, palabra, obra y omisión porque el mismo silencio se vuelve sospechoso. Sólo se puede redimir mediante la refundación penitencial del concepto mismo de ciudadanía que, superando la desfasada noción de igualdad política y jurídica entre compatriotas, logre alcanzar la tierra prometida de la fraternidad entre los incluidos y los excluidos.

Así, del mismo modo que hay apóstoles del odio en el islamismo radical, hay predicadores de la vergüenza y la culpa en nuestras democracias avanzadas, sobre todo entre las élites pensantes y mendicantes (del presupuesto estatal, se entiende). Cóctel explosivo, pues nuestra vergüenza y nuestra culpa justifican y legitiman su odio. El proselitismo oikofóbico es muy activo y consiste en renunciar primero a nuestros sedicentes privilegios para después concederlos como derechos humanos a las poblaciones alógenas. Discriminación positiva del nuevo evangelio impolítico: los últimos de ayer serán los primeros de hoy. Traducción para incautos: los autodenominados representantes de los perseguidos de ayer se convertirán en los perseguidores de mañana.

En ese páramo del heroísmo que es hoy Europa, la figura simbólica de la víctima se ha transformado en el gran talismán legitimador. Daniele Giglioli ha entendido cómo el poder victimocrático instrumentaliza la concurrencia victimista al servicio de su propia agenda de certificación moral. Esta transmutación de valores distorsiona y socava el significado moderno de la igualdad ante la ley. Ya no hablaremos de la igualdad entre ciudadanos libres de una comunidad política integradora sino de la igualdad entre grupos, razas y colectivos organizados en un nuevo modelo de coexistencia (ya que no de convivencia) basado en un comunitarismo que consagra el apartheid legal. Las políticas de la identidad reafirman así, en nombre del antirracismo, los antiguos prejuicios ligados a la raza o la etnia. Simplemente marca con un signo positivo aquello que previamente venía estigmatizado con un signo negativo. La minoría, étnica, religiosa o sexual (léase también autonómica, en España) es un pequeño buen salvaje de regreso a su angelismo.

 

Leer en La Gaceta de la Iberosfera