jueves, 29 de septiembre de 2022

"¡Recordad el Maine!"

 

Ignacio Ruiz Quintano


    Cuando Trump decía vivir rodeado de gente obsesionada con la tercera guerra mundial, era esto.

 

Otoño electoral en América. Europa, se nos avisó en su día, no tendría independencia mientras durara “la cultura satisfecha y optimista del liberto que, como el carnero liberado del lobo en la fábula de Santayana, está feliz porque el nuevo depredador político le acaricia a veces el lomo”. Creamos la oveja perfecta, y ahora tendremos que quitarnos el frío a tortas, porque nos han volado el gas para el invierno.


    –¡Recordad el ‘Maine’, al infierno con España! –gritaba en público uno que decía que sin ética no había periodismo, Mr. Pulitzer, que en privado confesaba que “nadie fuera de un manicomio” lo creería.
    

En el manicomio de Céline estamos, donde un loco no es sino las ideas corrientes de un hombre, pero bien encerradas en una cabeza: el mundo como que no pasa a través de nuestras cabezas y se acabó.


    El lunes, 4 de julio de 1898, en los pasillos del Congreso, podía leerse el telegrama del almirante Sampson comunicando a su gobierno la destrucción de la escuadra de Cervera: “En este momento en que se conmemora la independencia de nuestra Patria, yo ofrezco a ella la destrucción de la escuadra española. Hemos tenido siete muertos y trece heridos. El almirante Cervera, con Eulate y Lazaga, están prisioneros en el barco almirante, Jorva.”

 

 El 12 de octubre de 1899 el gobernador militar de Cuba, Brooke, para “desespañolizar” la isla, prohibió los toros.
    

En España, Roca Barea ha resumido en su “Imperofobia” las campañas de los Pulitzer y los Hearst para crear la necesidad de la guerra de Cuba: bastó con un dibujo que años antes había ilustrado un eclipse de sol, más una película de 25 segundos de Edison con españoles matando insurgentes (“Shooting Captured Insurgents Spanish American”). ¿Para qué más? El resto lo pone la Santa Ciencia.


    La humanidad necesitaba de algo así e inmediatamente llegó, escribe Hegel para explicar la invención de la pólvora contra la fuerza superior de los caballeros acorazados. Y quien dice la pólvora, dice la bomba atómica.

 

Y si, según Hegel (pensador que se cita mucho alrededor de un cocido, no sé si por la sinestesia entre garbanzos y balines), el mayor coraje reside en que al utilizar el fusil se dispara “al bulto” contra un enemigo abstracto, no contra personas específicas, ¿al lanzar la bomba atómica se eleva tanto el coraje como lo abstracto hasta lo trascendente?, preguntó retóricamente un pensador alemán que pensaba como un italiano (los Carducci, los Mosca, los Pareto, los Michels, los Croce, los Gentile, los Gramsci…)

 

 Los carneros de Santayana quedamos para esnifar el hongo atómico que nos caiga. En Madrid no éramos objetivo nuclear ruso, pero tras la declaración de guerra de Almeida a los boyardos (creo que él, que tiene cara de lector de alatristes, robertoalcázares y pedrines, dijo bastardos), ¿quién sabe? Si al final el hongo cayera en Madrid, Ayuso aprovecharía su sombra para poner otra terraza.