viernes, 30 de septiembre de 2022

Racismo, corrupción

La Santa Transición


 

Ignacio Ruiz Quintano

Abc


    Villacís, la jurista, opina que lo peor de los Estados Unidos es su Constitución (la única Constitución democrática, aunque antes entendería la Trinidad que la Segunda Enmienda). A Meloni, por pedir elección del poder ejecutivo directa y separada (una de las tres patas de la democracia representativa), el “liberalismo distrital” (sic) la tilda de “fascista”. Oltra, la Rosa Luxemburgo de Neuss, Alemania, dice al juez que se autoinculpó de lo suyo por usar… “el singular mayestático”. Pachi López, que soñó con Industriales, niega que lo de Griñán sea “corrupción”. Y en una TV privada (suponiendo que eso pueda existir en España), un posmoderno con pinta de galán de cine de Masó pide que Vinicius, el veinteañero que no ha hecho otra cosa que divertir y divertirse jugando al fútbol, “deje de hacer el mono”.
    

En España “hacer el mono” significa “hacer el tonto” –matizó luego el posmoderno.
    

El posmodernismo proclama el vacío de los signos, de modo que el significante hace sólo relación a otros significantes, no a lo significado. Por eso en el derbi, los aficionados, que no están muy duchos en Barthes, a Vinicius le gritaron, en la calle, “mono”, y en el Civitas (¡oh, justicia poética!), “tonto”, suspendido ello en una melodía proustiana, “muérete, muérete”, como aquel amor que iba siempre suspendido en una “frase” de Vinteuil.
    

En España los encargados de las definiciones ya no son los académicos, que ahora hacen morcillas (si quieren una, ahí tienen la tercera acepción de “nacionalidad”). Los que definen son otros beneficiarios del Régimen.


    –Notre nation de singes à larynx de perroquets! –le dice Mirabeu a Sieyes en una carta.
    

Definición: limitación de lo ilimitado. Si la palabra “democracia” sólo significa ya lo que nos conviene que signifique, ¿qué destino aguarda al resto? Durante la Transición, según quien mejor la estudió, con el idiotismo (idiomático) se quiso salvar la gran distancia entre la realidad oligárquica del poder político y la ficción democrática de que se revisten sus instituciones:


    –La ficción política obliga a imprimir en la sociedad el carácter falaz del poder institucional, a través del lenguaje.
    

Y en vez de Cervantes, Quevedo, Gracián (descubierto por Elon Musk de oírselo citar a Sánchez) o Donoso, de definidores hacen Villacís, Oltra, Pachi López o un posmoderno de la TV molesto con el “swing” de Vinicius. “Hacer el tonto” se llama “hacer el mono”; la conveniencia, verdad; la ocurrencia, cultura; la frase, discurso; el engaño, habilidad; el plagio, creación…


    –Voces huecas y frases incoherentes se introducen en las mentes de la colmena, a través de los medios, y amodorran los instintos del buen sentido, la capacidad crítica de la inteligencia y la moralidad natural de casi todo el pueblo.
    

Este “fascismo de la vulgaridad”, que dijo Steiner, nos neutraliza ante una elite occidental que está loca por la música de una tercera (y última) guerra mundial.

[Viernes, 23 de Septiembre]