Francisco Javier Gómez Izquierdo
Por agosto de los sesenta y setenta era tiempo de trilla y los chicuelos en la era nos entreteníamos en la caza del tábano. Los tábanos molestaban a la yunta y con la aguijada desde el trillo golpeábamos suavemente en la parte de la vaca en la que se disponían a morder para espantarlos. Cuando parábamos unos minutos de girar para que los mayores removieran la parva o echar un trago al botijo o a la bota según sexo o edad, servidor se atrevía desde el costado de la Pachona o la Redoma a cazar el tábano al que sujetaba con mucho cuidado -por las tripas, decíamos para que no mordiera- y le metía una pajita por el culo para soltarlo a continuación. El tábano se volvía loco y redoblaba la intensidad de su tabarra y la velocidad de un vuelo desquiciado. Se olvidaba de las vacas, los mulos o las burras y lo veía perderse entre cualquier zarzal o matorral. Jugábamos por ver a cuál perdíamos más tarde de vista, que era el que ganaba. A veces los íbamos metiendo vivos con cuidado en un frasco y mirábamos revolotear cinco o seis dípteros braquíceros que es como los llamaba Apolinar el de Saturio que era entomólogo con título y daba clase por Madrid, en un pasatiempo que escuchado hoy por algún charlapuñaos de los de las teles seguro que da con mi tara.
El tábano es insecto que los de capital confunden con abeja y aunque los de pueblo sabemos que es tardo en armar el ataque tememos su mordedura y conocemos su dañina solvencia ante cualquier clase de bestia. Al Atleti, no se por qué y que me perdonen los atléticos, se le ve en demasiadas ocasiones como tábano con paja en el antifonario. En tu fuero interno lo ves que tiene presencia, que es capaz de cualquier cosa, que hay talento; crees que está al nivel de las abejas reina, que no tiene que tener miedo a nadie, que está entre las mejores plantillas del mundo, que es el auténtico rival del Real Madrid en España en estos tiempos de peste, pero de repente ves al equipo hacerlo todo con precipitación, con prisa, arremolinado, chocando no se sabe contra qué... y te acuerdas de los tábanos de la era. Ves que ha descuidado su trono, el área propia, y se pierde en los caminos que llevan a la ajena como aquellos tábanos del verano en la Demanda burgalesa. Ves a Lemar, a Llorente, a Koke, De Paul... recibir el balón y parece que van a saltar un barranco en vez de cruzar por las pasarelas; dan la sensación de arremangarse y mirar hacia adelante, pero en realidad están ocupados en no perder la zona, en no abandonarla, en vigilar al que viene y en vez de jugar el balón, le dan unos pescozones que soliviantan al espectador.
La semifinal de ayer restó muchos espectadores, pero llamó la atención a los irreductibles y sobre todo a los del Athletic, que corroboraron que el Williams joven tiene más clase y tanta velocidad como el grande; que Marcelino es un extraordinario estratego con el balón parado y va sacando talentos poco a poco sin darse tanta importancia como el Xavi del Barça, que se conforma con los partes de mejora habituales en sus comparecencias de prensa y ¡cómo no! que el Madrid no se descuide.