viernes, 20 de julio de 2018

Resurrección



Hughes
Abc

Fabio Mcnamara ha sido tachado de loco y enfermo por sus últimas manifestaciones sobre el Valle de los Caídos.

Habría que recordar, para empezar, que el Valle de los Caídos es un lugar relacionado con la Movida. Los Costus tienen una serie de pinturas con el tema del Valle. En uno de los cuadros sale Tino Casal con la gran cruz de fondo. Es una cruz kitsch, un Valle kitsch, no político, trascendido por el humor y el arte. Mcnamara conoce bien esas pinturas. El Valle y la cruz como lugar de profundas resonancias místico-poperas. Fueron la llegada al Valle de los Caídos de los divos, el color, el pop, quizás la primera revisión de ese lugar. Luego vendría la revisión política sucesiva. Pero los Costus fueron quizás los primeros.


Las manifestaciones de Mcnamara son más ambiciosas. Los de TV3 se fueron al Valle el día 15 a retratar españolazos y el resurgir del fascismo, tema que les obsesiona demasiado como para pensar que hay algo de deseo en ello. Allí se encontraron a Mcnamara envuelto en una bandera española con el águila de San Juan. Alguien le avisó para que la ocultara: era delito su exhibición. La manifestación contra la exhumación de los restos de Franco adoptó, para ser legal, la forma de la peregrinación. Algo parecido hizo Mcnamara, que no se opone a lo que él llama la “Ley de Revancha Histórica” por motivos políticos sino religiosos. Mcnamara habló de otra cosa, Mcnamara habló de la Resurrección de Franco. ¿Es delito creer en Franco como Enviado de Dios? ¿Es delito en un país con libertad religiosa creer que formó parte de una Guerra Santa que menciona Mcnamara? Apoyar a Franco o incluso hablar bien de Franco será delito, ¿pero creer en un Franco divinizado lo es? ¿Qué le pueden hacer a Mcnamara además de llamarlo loco? Encerrarle en tanto loco, supongo. Mcnamara retoma ‘seriamente’ aquella historia de Vizcaíno Casas: “Y al tercer año resucitó”, en la que Franco volvía a la vida y encontraba “el pastel” de sus sucesores y designados. Esa mezcla suya de Costus + Vizcaíno Casas es mucho más ambiciosa.


Mcnamara habla de la Resurrección como:

1) Broma y ridiculización de lo que él llama “las rojas” y de la “Ley de Memoria Histórica”. Critica su vivir-en-Franco, la actualidad de Franco, el meter miedo, el Franco-Chollo y el Franco-Asustaviejas (“Franco nos comía vivas”), la revitalización constante del franquismo como forma de política. Por eso la TV3 iba al Valle de los Caídos. Se vive en-Franco y contra-Franco, todos desde-Franco. ¿Qué es, si no, esa expectativa de franquismo de la izquierda? La exhumación es el paso definitivo en la necrofilia franquista actual. Ese vivir contra-Franco desde-Franco que hacen los socialistas (los otros al menos se tapan). Tocar sus restos, mover sus restos. Acceder (¡sin confesarlo!) a la reliquia.

2) La Resurrección como aspiración. Su forma de protesta adopta la forma de la “Guerra Santa” y de la “Cruzada”. Hay que ir al Valle de los Caídos “para que Franco resucite”. La Ley de Memoria Histórica convierte en delito la exhibición de parafernalia y cualquier acto político, ¿pero y lo religioso? Gran paradoja. La Ley actual, estas leyes que limitan los márgenes políticos e históricos, sólo le dejan una vía posible: la espiritual, es decir, la nacionalcatólica. La peregrinación de creyentes para que un acto sobrenatural ocurra. El Franquismo es delito o estigma, ¿pero refugiarse en la fe esperando su venida? ¿También es delito? Con esta contradicción, Mcnamara revela el profundo absurdo de esa legislación y sitúa en la religión la última libertad. Esto es una provocación altísima en el mundo liberal.

3) En otros momentos, para Mcnamara “Franco no ha muerto, Franco Vive”. El Franco de Mcnamara es como un Franco Elvis. Un Franco sobrenatural y popular a la altura del Mito creado por los Antifranquistas PostMortem, que nacería de la propia vulgarización de su figura. Esa vulgarización lo acercaría al pop. Una creación distinta que el artista captura de la constante manipulación histórica y política. O sea, del debate actual y de la negación de los pseudofranquistas más la reafirmación de los antifranquistas, todos desde-Franco, de ese continuo debate, Mcnamara destila un Franco eterno y nuevo ya con el anticuerpo, contra esas leyes, un nacionalcatolicismo posterior, protestón, más bien homosexual (se dirige a los españoles, pero también íntimamente, a “las mariquitas”, “rojas” “mamarrachas” o “antiguas”), fervoroso, inofensivo, disidente. Un nacionalcatolicismo de performance, teatralizado e insumiso. Es la mezcla del Sagrado Corazón de Jesús y de un disco con Miguélez. El Franco Elvis de Mcnamara permite anticipar un Franco fuera del Valle de los Caídos, el Franco del después, “liberado” de la carne y el templo, un Franco desparramado y fantasmal. Pero esto es una advertencia a los efectos boomerang de la vulgarización absoluta y a la simplificación grotesca de procesos y figuras históricas. De ese aplanamiento, el genio pop de Mcnamara intuye el Franco Elvis.

Mcnamara va más allá de lo que fueron los Costus, a los que ese paisaje les interesaba como a cualquiera que no sea un talibán. Mcnamara se salta a la torera las prohibiciones (legales, políticas, de todo tipo) y en un gran salto con varios tirabuzones se acoge, de forma vindicativa y a la vez piadosa, al nacionalcatolicismo. En la biografía de Mcnamara hay cierta coherencia: Transición-plenitud-Movida-Vuelta a Cristo-Vuelta al Nacionalcatolicismo.

¡Mcnamara hace la Transición al revés! ¡Mcnamara hace la Destransición! Hace de su biografía una vuelta al origen (la belicosidad santificada, la guerra civil). El nacionalcatolicismo del artista Fabio Mcnamara es una forma suprema de chunga y de libertad que, en este caso concreto, revela el absurdo completo de la ley actual y de la que se prepara.

Al (Anti)franquismo postmortem y necrofílico actual, Mcnamara le amenaza con la resurrección y a la “deslocalización” de los restos sin honor alguno, responde con un Franco Elvis. En el momento en que la Ley se apodera de “los restos”, y con ellos de la Política y de la Historia, Mcnamara habla del Espíritu.

En el momento justo en el que PSOE habla de tocar a Franco, de acceder a su materialidad, ¡Mcnamara habla de la liberación de su espíritu mediante su resurrección! Pero no es tanto el espíritu de Franco, no nos quedemos con eso, es la liberación del Espíritu. Hacer a Franco, es decir, a la Historia, inaprehensible para el gobierno. Habla de una forma de libertad que GENIALMENTE en ese caso concreto adoptaría la forma nacionalcatólica. Pero su “nacionalcatolicismo” es una vía de escape contra el proyecto de Verdad única gubernamental.

La Libertad adopta en Mcnamara diversas formas. Y ésta es una de ellas.

Por esto le han llamado loco, drogadicto o enfermo. Pero tiene un sentido profundo y desde luego muy divertido. Los beneficiarios del Franquismo, sus herederos y mamandurrios, callan, y el que protesta es el libérrimo Mcnamara al que en el asunto le va otra cosa.