Azorín
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Guerra de sartenes y cazos en la partidocracia, que académicamente es un cornejal horaciano, o sea, un campo de cornejas que se adornan con plumas ajenas.
En la capital, un Bertrand Russell (“Principia mathematica”) de Puebla de Brollón que atiende por Franco y que tiene cara de gaitero de “Maruxa” sopla la gaita para echar del momio autonómico a una dama, Cristina Cifuentes, Cecé, que cree que cuando te reúnes con hombres y te haces la rubia consigues muchísimo más, aunque ella no encuentra el máster.
–Zanetto, lascia le donne e studia la matematica –dijo a Rousseau una cortesana veneciana a cuyo pecho, porque le faltaba un pezón, ponía pegas el naturalista ginebrino.
“Franquito, olvídate de las mujeres y estudia matemáticas”, podría decir Cecé a este galán “in albis” de la matemática celta que pone pegas a su “rubiez” presidencial porque le falta un máster.
Franco es analfabeto, pero no porque sea tonto. Al contrario: es tan listo que en seguida descubrió que era más fácil hacer de Madrid una nación, que es por lo que cobra, que estudiar matemáticas en Puebla de Brollón. ¿Por qué? “Por el “tracatrá”, según el amigo Rivela, maestro de cosas plásticas en el instituto de Celanova, donde los estudiantes se meten para ir a estudiar tres horitas diarias de tracatrá por las curvas autonómicas, y con manos y pies ocupados en sujetarse cuesta darse cuenta de que nuestro sistema decimal no se funda más que en la estúpida razón de que tenemos manos y pies.
En España, la educación debe volver al tancredismo azoriniano.
Una vez nombraron a Azorín subsecretario de Instrucción Pública. Era un silencioso de puntualidad kantiana: entraba a las nueve y salía a la una. No hablaba, no recibía, no dictaba. Los bedeles lo vigilaban por el ojo de la cerradura. Una esfinge en un sillón. Su ministro, acorralado por la oposición con el caso de un maestro, pidió un día ayuda. Azorín le envió una nota:
–Desconocía el asunto. Pero tiene razón el maestro.