Cartel Oficial del Domingo de Resurrección, obra de Jerome
José Ramón Márquez
Cuando dices Domingo de Resurrección parece que sale de corrido lo de Sevilla, pero si hay un sitio en el que no estar, si te interesa esto de los toros, ése es Sevilla en Domingo de Resurrección. El otro día me entró un reventa en la puerta de la Plaza de Toros de la Maestranza (¡uy! que no se dice así, que se dice “La Plaza de los toros”, según el Maestro que reparte los carnets de sevillanía):
-¿Quiere usté algo para el Domingo?
-Pues mira, majo, para el Domingo ni aunque me las regales.
Cualquiera se va al Baratillo a ver aquello teniendo presente el cartel de Madrid, en el que el artista Jerome ha inmortalizado un taxi con Las Ventas en difuminado segundo plano, en plan pop-art, como apunta el aficionado A. mientras tomamos una copa de manzanilla en la esquinita de López de Arenas y Valdés Leal.
Hay algunas cosas en las que Sevilla se distingue netamente de Madrid: en cómo tienen la Plaza, que parece que la hacen nueva cada día o en lo bonitas que son sus entradas, que las de Las Ventas más parecen el homenaje al típico Tertuliano que todo lo quiere “negro sobre blanco”. Hay otras en las que cada Plaza tiene su particularidad, por ejemplo la cosa orejil en Sevilla cae en el negociado del cargante Maestro Tejera y su banda, mientras que en Madrid los que mandan son los benhures de las mulas. Así, pues, bajamos por la calle de Alcalá con menos ambiente taurino que si hoy fuese el día de Año Nuevo y subimos a la mugrienta andanada por las escaleras llenas de salpicaduras y huellas de zapatos estampadas sin arte ni gracia para aposentarnos a la vera de una columna a la que el orín, el óxido, ya ha transformado definitivamente en amarilla, como si fuese una pieza de Richard Serra.
Hoy, para celebrar la gloriosa Resurrección de Nuestro Señor, la empresa Plaza1 compró seis toros que pertenecen a la Agropecuaria Camporreal (evocación de esas deliciosas aceitunas de peculiar aliño), que lidia sus productos con el nombre de Toros de El Torero. Para dar fin de ellos se pusieron en el cartel los nombres de David Mora, Daniel Luque y Álvaro Lorenzo.
Los toros, como sabe hasta el más lerdo japonés que sólo haya ido una vez a ver los dos primeros toros de una corrida, es juampedritis de la fina, y su dueña, esto el japonés lo ignora, se llama Doña Lola. El programa oficial insiste una vez más en recordarnos la ya clásica jaculatoria que reza “…este encaste conserva la cualidad de ir a más. Se arranca pronto y lo hace galopando con alegría y fijeza en los trastos de torear…”, por si alguien aún no se había enterado. El primero es blandengue, que diría El Fary, parece hecho de barro sin cocer y se cae lo que sus fuerzas le permiten. Sabiendo que de sobrero tenemos haciendo guardia al jabonero de José Luis Marca no nos preocupa si el de El Torero se va de nuestra vista, pero el caso es que en banderillas ya se cae menos, aprieta a Ángel Otero en los dos pares y en ambos le obliga a tomar el olivo, lo cual no es obstáculo para que el público ansioso de celebrar cosas le pegue una ovación cerrada al banderillero y él salga a agradecerla con la montera en la mano. A la muleta llega el toro, que se llama Volován, número 45, con tranco y ganas de embestir. Ahí está David Mora con más dudas que certezas y sin aprovechar las condiciones embestidoras de Volován y con más precauciones que un electricista de alta tensión, sin dar el paso adelante y tratando de llevar y traer al toro por las afueras ,no vaya a ser que pase algo. Se quedó en la cara al matar y salió trompicado.
El segundo, Goloso, número 1, le cayó en gracia a Daniel Luque, cuyo padre me invitó en cierta ocasión a un suculento café, que no era de la marca Marcilla. De Luque lo mejor que se puede decir es que ahora ya no lleva por capote la carpa del Circo Mundial y se ha hecho unos capotes menos mostrencos que los que solía llevar. De su labor con su primero digamos que hizo una bonita apertura de su faena de muleta por bajo y que cuando se puso erguido ya todo se acabó. Además se embarulló con la muleta dando un recital de enganchones, y con la espada ni te cuento.
El tercero se llamaba Miliciano, número 55, y le tocó a Álvaro Lorenzo que se puso a hacer lo de todos los días. El toro iba y venía y Lorenzo le dio al principio algo de distancia para que se viese que a veces es cierto lo de “…se arranca pronto y lo hace galopando…”, aunque se le notaba que él prefería bastante más las cercanías, y ahí le fue desgranando una tauromaquia de trapazos acompañando el viaje, sin colocación y sin gracia, pero ligados, que es algo que a las buenas gentes les pirra. Le jalearon con más o menos fuerza y luego de unas bernardas a trompicones con mucho tropezón y mucho ¡uy! la cosa se vino arriba de tal manera que al dejar el estoque en el interior del toro le pidieron la oreja, refrendada por la cucamona de los benhures que, como es bien sabido, nunca trazan la línea recta en su aproximación al toro si se dirime la cosa del “trofeo”. Así que Don Gonzalo Julián de Villa Parro, Presidente del festejo, asomó el trozo de tela blanco al que comúnmente se llama “pañuelo” y se quedó tan feliz comentando con “Madriles” la buena obra que habían hecho.
El segundo de David Mora, un colorado ojo de perdiz que atendía por Vigío, número 9, fue acaso el que más sacó los pies del tiesto. Era un toro bastante mansurrón que huyó de los pencos como alma que lleva el diablo. Cuando David Mora se puso frente al 7 a organizar su faena dio algunos pases estéticos sin la ética que mana de la colocación. No consiguió apenas sujetar la tendencia a escapar de Vigío y se puso bonito para las fotos, que seguro que se las han sacado bien buenas, pero a base de esconder de manera ostensible la pierna de salida es difícil hacer el toreo y al tendido llega la sensación de fiesta campera con las vacas. Por momentos le jalearon su verticalidad a toro pasado. Mató ni se sabe cómo: el toro se le arrancó y él dijo “¡verdes las han segado!”, dejando de casualidad una estocada desprendida y atravesada. Me parece que dio una vuelta al ruedo.
Para el segundo de Luque nos remitimos en líneas generales a lo dicho para el primero. Cambia que el toro se llamaba Legionario, número 54 y que no hizo el inicio que se reseñó. A cambio brindó al respetable. La manía de rematar los muletazos por alto, los enganchones y el mal uso del estoque es la tónica de su actuación en ambos toros.
Y el sexto, con la puerta a medio abrir, la puerta del 1+1, ahí está Álvaro Lorenzo frente a Viscoso, número 65, que cumplió en la primera vara recibiendo poco castigo. Principia Lorenzo su labor con “Pases del Celeste Imperio” en uno de los cuales el toro se desploma, luego le da distancia y le hace venir. El toro acude con prontitud y Álvaro Lorenzo va desgranando sus pases, que una cosa es torear y otra dar pases. He ahí la clave de la faena: mucha ligazón, mucho aprovechar las condiciones embestidoras y sin malas intenciones del toro, muchos pases y apenas nada de toreo, pero la ligazón da triunfos en esta época. Luego la zurda sin compromiso y después tira el palitroque que simula el estoque y hace cuatro especie de poncinas como remate. Lo reseñable en la labor de Álvaro Lorenzo es que todo lo que le hace al toro, de principio a fin, forma una unidad y lo censurable es que hay muchos pases y apenas hay toreo. El toro llega a la muerte con la boca cerrada tras apenas recibir quebranto por parte de su matador. Tras una estocada dejada entera dentro del bicho, Don Gonzalo Julián de Villa Parro y su colega “Madriles” le dan las dos orejas a Lorenzo y, como ya sólo le quedaba por hacer el ridículo a Don Carlos Fernández, veterinario del Colegio de Madrid, sacaron el trapo azul y le dieron la vuelta al ruedo al toro porque les salió de las gónadas. Con un par.
A la vuelta de la esquina está el indulto. Probablemente en este San Isidro sea, porque esto lleva un camino como el del Titanic hacia el iceberg.
Como es natural, al llegar a Manuel Becerra no recordábamos un solo muletazo digno de tal nombre en una tarde de tres orejas de un torero en Madrid. Lo bueno de estos triunfos de pacotilla es que, al menos, no te enfangan la memoria.
En los toros y en la vida...
...todos los caminos conducen a Roma, que es Morata de Tajuña
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