jueves, 1 de junio de 2017

Decimoctava de Feria. Febles toros de Cortés que desnudan a tres "figuras" más febles que ellos

Ladrillo a ladrillo, se va la Feria

José Ramón Márquez

Hoy, que se entere el Juli, se colgó el cartel de “No hay billetes”, el cartel que él no fue capaz de poner, pues él es torero que mueve bastante mejor a los “plumillas” que a las taquillas. Se conoce que nadie quería perderse a Perera, López Simón y Roca Rey con los de Victoriano del Río. Cualquiera que vea esos nombres que se han puesto ahí arriba se puede dar cuenta de inmediato de que el cartel de hoy era de los de “figuras”, o de lo que hoy se llama figuras, que tantísimo dista de lo que hasta no hace tanto se tenía por tal. Cómo sería la cosa que hasta el Gordito de la Puebla se arrimó por Las Ventas, que ya es harto raro ver a un torero en Las Ventas. Y el de La Puebla no sólo se vino a la Monumental sino que, en signo de desagravio por todos los ataques que sufre últimamente la afición, se fue en plan solidario al tendido bajo del 7, a ese tendido maldecido por los cosmopolitas televisivos que peroran desde sus alcachofas audiovisuales, y que según ellos está poblado de ogros insensibles, reventadores ignorantes y mala gente en general. 

De los pupilos de don Victoriano del Río Cortés, los Medianillos Ganadera S.L., nos esperábamos en el mejor de los casos, con este innato optimismo que nos acompaña siempre, que saliesen lo más parecidos posible a los dos de la corrida del 2 de mayo, aunque viendo los nombres de los toreros la cosa parecía harto imposible, que no es lo mismo lo que tienes para echarles a Urdiales y a Ureña que lo que les echas a estos tres de hoy. Y lo que se echó hoy fue un toro de fuerzas muy tasadas, con tendencia a la embestida al toque, ayunos de ideas ni buenas ni malas, lo que se dice el toro contemporáneo criado y seleccionado para que con su ayuda mane ese mostrenco que es el toreo de nuestros días. La palma se la llevó el quinto, de viaje alegre y largo, de carácter codicioso y fijo que, especialmente por el pitón derecho, regaló sus acometidas carentes de ganas de coger a López Simón. Y el cuarto, toro de ir y venir, aunque de tanto ir el cántaro a la fuente se acabó rajando, volviendo grupas y presentando su cara más mansurrona, aunque de manso el mejor servido fue el tercero, que se empeñó en que lo toreasen donde él quería: en las puertas de chiqueros como corresponde a su condición.

Perera va arrastrando sus cadenas, como un fantasma de un castillo escocés, y no es ni la sombra de aquél torero fresco y pujante de hace unos años. Bien es verdad que los defectos que hacen insustancial su toreo son ahora los mismos que los de entonces, pero su desparpajo, sus ganas e incluso la alegría que transmitía al tendido poco tenían que ver con esta cosa ceniza y sin alma que ahora representa Perera. A su primero lo bregó con delicadeza de sabio Curro Javier, de lila y azabache. El animal era de embestida pronta y a distancia, pero Perera no se pone y además el toro le engancha el trapo, le falla el temple tan necesario para llegar a los públicos de nuestros días y la faena no cobra vuelo porque además el porreto no le encuentra la distancia al toro, que se va desentendiendo, aburrido, de la faena y decide irse corriendo hacia la jurisdicción de Morante en el 7, luego ahí hace un batiburrillo que podríamos llamar la suerte del sándwich mixto previo a tirarse a una estocada trasera soltando la muleta que es suficiente. Lo de ahí arriba se lee rápido y parece que no fue nada, pero Perera se puso harto pesado, tanto que incluso le sonó el primer aviso.
En el 7, por encima de donde estaba sentado Morante, a la derecha, sacaron una pancarta con un rótulo que rezaba: “¡Qué vergüenza de mulillas. Esto no es un pueblo!” Y pocas veces se ha visto pancarta mejor sacada, porque justamente en ese momento las mulas salían una vez más disparadas hacia la nada sin arrastrar al toro, como viene pasando casi todos los días. Se ve que las mulas y sus sagaces mulilleros sólo han perfeccionado la artimaña de ir despacito hacia el toro para que aumente la petición de oreja o el griterío, que les valdrá una estimulante propina y por eso lo del arrastre en sí mismo lo tienen un poco más dejado.

En segundo lugar y con el número 54 marcado a fuego salió Cangrejero, que tenía el mismo nombre del bar de la calle de Amaniel donde tan espléndidamente saben tirar la cerveza Mahou, y no le habría venido mal a López Simón una cervecita para tratar de aclarar su lío interior. Recibió a Cangrejero con dos pegoletes (a pies juntos) y el toro se va sin dar importancia ni al torero ni al capote. El toro no es un dechado de fuerza y va intercalando entre sus carreras de ida y vuelta al penco sus caídas reglamentarias, hace Barajitas un ensayo de chicuelinas alicortas con las que se acaba de certificar la debilidad del Cangre. En banderillas Roca está en los medios y se dedica a pegar verónicas al aire, en vez de estar atento al desarrollo de la suerte; esto denota una evidente falta de torería y de respeto al desarrollo de la lidia que irrita, aunque nos sirve para rememorar a Efraín Girón cuando entrenaba en la casa de Campo. Manda López llevar el toro al 5 y allí inicia su trasteo con lentitud y temple de manera tan ventajista y despegada como el lector sea capaz de imaginar, cuatro derechazos, luego otra igual y después una tercera en la que la cosa se embarulla, a partir de ahí siguen los derechazos de trapaza los enganchados y luego dos naturales corriendo y otros dos bien malos para rematar con un molinete y uno por alto. A continuación la derecha de nuevo, los enganchones y el pico citador para llegar a ¡el inverido!, que no podía faltar antes de unas sardinetas, las clásicas Bernardas y una caída tendida y trasera y un aviso. 

A continuación ahí tenemos a Roca Rey con Beato, de la familia de los Beatos y con el número 63, que por mucha familia es un manso huidizo que sale escupido de los capotes y no hay ni maestro ni peón que sea capaz de sujetarle. Beato, born free, corre libre por el ruedo. Le simulan el tercio de varas por dos veces en la puerta de caballos, donde él elige, y mientras Roca no es capaz de sujetar al toro ni de frenar sus carreras que por tres veces llevan a Beato a mirar a su amo en el burladero que ocupa. Cuando pretende hacer su quite el toro, simplemente, se le va por dos veces. Después  se le enreda en la cabeza el capote de Paco Algaba y, ciego,  se estrella contra la puerta de arrastre abriendo un boquete en ella. Roca elige el 5 para iniciar su faena. Se la pone y Beato huye hacia el 4. Roca va al 4, se la pone y el toro huye al 5, luego el toro vuelve al 4 y en el siguiente muletazo se va al 3 y del 3, finalmente, se va a chiqueros, que es donde él quería estar. Ahí desarrolla su faena, de corte absolutamente previsible, intercalando algunas espaldinas de ésas que él hace, con verticalidad y abusando de las ventajas harto conocidas. El toro es manso como un charolais pero no tiene ni una mala idea, por lo que Roca está tan a gusto. Le pega una estocada arriba y hasta que el toro dobla, al cabo de un buen rato, el peruano está con los brazos en alto haciendo unos espasmos como triunfales. Con la ayuda de los Benhures de la mula se lleva una oreja perfecta para Almazán.

El retorno de Perera, con Cantapájaros, número 109, nos permite ver la excelente brega de Javier Ambel. La faena la inicia con las pedresinas, momento en que alguien anima al torero: “¡Vamos, Miguel Ángel”, que es lo que le decía Julio II a Buonaroti cuando veía su retraso en la pintura de la famosa bóveda romana. Perera despliega en este toro su conocimiento y su saber para ni cruzarse una sola vez, ni cargar la suerte, para adoptar la máxima ventaja en su relación con Cantapájaros no vaya a ser que pase algo. Entre tanda y tanda se mete un paseo de quince metros de ida y vuelta, acaso buscando inspiración, y luego vuelve a dos metros del toro a seguir donde lo había dejado. Le deja una estocada caída trasera, el toro se va sin torear y a Perera le dan otra oreja que sería justísima en Almazán.

En su segundo, Cojito, número 68, acaso el toro más claro del encierro, López Simón se ha caído con todo el equipo. Ha sido incapaz de aprovechar el pitón derecho de la res para poner la Plaza boca abajo y ha planteado un trasteo en el que los bloqueos mentales del de Barajas han echado por tierra la faena, faena muy a menos, larga, sin sentido. Con la inteligencia de un Ginés Marín, Barajitas tenía que haber planteado una faena intensa de cuatro o cinco series muy ligadas, unos adornos y un espadazo, y ya ni decimos que se cruce, que con lo anterior pone a la Plaza boca abajo, pero se lió y tampoco se vio clara la faena que quería plantear. Este toro le va a pesar a López Simón, sin duda.

Y Roca en su segundo, Entrador, número 78, da el cante de que su toreo sólo está al servicio de las idas y venidas con el toro bobo. Su segundo tenía algo que torear y al final torea más el toro que el torero, que no es capaz de hacerse con él. Pobre imagen la de este Roca naufragado ante un toro que se sale un poquito del carril, sin mandar ni hacerse con él y, por supuesto, sin ensayar una de esas espaldinas que receta a los toros a los que no respeta. Muchas carencias las de Roca con Entrador, que ha sido una auténtica roca que le ha caído encima a Roca.

Lo mejor de la tarde, lo de Tito Sandoval con Cojito. Le entra el toro fuerte y le agarra muy bien sin pegarle; el toro, entre la inercia y un poco de fuerza que tiene levanta al aleluya por las manos y acaba derribando. En el segundo encuentro el toro viene suelto y muy fijo hacia el penco y de nuevo Tito agarra un excelente puyazo sujetando al toro y recibiendo una de las más unánimes, fuertes y sinceras ovaciones que se han registrado en lo que llevamos de Feria.