jueves, 2 de enero de 2014

Chefs


El atizador de Wottgenstein
Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    Hoy, cuando la cultura siente que su final se acerca, ya no manda a llamar a los curas, sino a los chefs, aunque en Galicia, según Camba, eran lo mismo.
  
Qué lejos aquellos días del Príncipe Gitano bajando la escalera “freixenet” de El Portón para oír su flamenquito y apartando de su camino al chef de moda en Madrid, que corría a saludarlo:

    –Aparte, Fulano, que huele a merluza frita.
  
En Inglaterra el chef que encabeza la corriente es Jamie Oliver, de Essex, y en España, Pepe Rodríguez, el chef, no el ateo, que ha presentado el acto cultural por antonomasia en España: las uvas.
  
De smokin, como aquel Chencho Arias de la llama, Pepe Rodríguez parecía dispuesto a servirnos las uvas a la llama, siendo la llama la señora Igartiburu, vestida de rojo diablo, pero que repite en el puesto por ser la única lo bastante alta para ver el campanario a la hora de los cuartos.
  
Estaba yo tratando de descifrar un mensaje sevillano de mi amigo Valenzuela (“Susana Díaz en el Patio de los Leones y Kiko Rivera con leones en el patio”) cuando Pepe Rodríguez lanzó el gran proyecto nacional del año:

    –El 14 tiene que ser el año del positivismo.
  
“Maridaje”, “textura”, “emplatar”, y ahora, “positivismo”.

    Los ingleses necesitaron de Cambridge y Bertrand Russell para dar forma a una corriente que aquí ha despachado un chef entre dos uvas.

    Positivismo es campechanía: las cosas, como son, y no como deberían ser.

    En una palabra, el humor de Manolo Royo.
  
Ese humor es el ideal periodístico de los redactores jefes que en los periódicos cogen al becario con estilo y le conminan a escribir “sencillo, para que lo entienda todo el mundo”.

    ¿Quién no entendió el humor de Manolo Royo en Nochevieja? ¡Ah, los dobles sentidos (fútbol y sexo) de “meter” o “penetrar”! Y de postre, la explicación campechana (positivista) del cubismo: Picasso pintó así “porque no veía bien”.

    Si vamos a ser positivistas, que nos presten el atizador de Wittgenstein.

La llama de Chencho Arias