Tendal flotante de leve bruma
Cierto aire a delbosquismo
Jorge Bustos
Por un momento imaginen ustedes que Cataluña poseyera Estado propio y ya no tuvieran sus diputados que venir a defender su necesidad al Congreso. ¿Qué sería de las sesiones de control al Gobierno en tan melancólica tesitura? Hagan el desagradable esfuerzo de representarse un Parlamento donde únicamente se hablase de los problemas prácticos de los ciudadanos, qué sé yo, de la urgencia de una autopista, o de la reactivación de nuestros astilleros, o de exenciones burocráticas para los emprendedores, o de la mejora de la cobertura asistencial para los pacientes de enfermedades raras como por ejemplo el síndrome de Asperger. ¿Se imaginan ustedes el despropósito, la traición a las esencias más vivas de nuestra idiosincrasia nacional, que no alimenta otro principio que el de acentuar lo problemático y lo periférico para relegar lo operativo y lo solidario? ¡Qué disparatado sueño de la razón, damas y caballeros! ¡Qué aburridas crónicas parlamentarias aquellas condenadas al relato prosaico de los acuerdos concretos que exige la gobernanza de un país, ignorando la épica declamatoria de las identidades sojuzgadas pero pugnaces, corceles catalanes y vascos que no se avienen a tascar el freno castrante de la Constitución!
Por suerte, ese día atroz aún no ha llegado a nuestra querida España y ayer en el Congreso se habló de lo de siempre: de las ansias escocesas de libertad que bullen irreductiblemente en el convergente pecho de un William Wallace de barretina en lugar de falda como don Pere Macias, aunque hay otros más enérgicos para turnarse en el papel.
—Cada pueblo debe tener la libertad para elegir su futuro. La frase no es mía, ni siquiera de un catalán: ¡es de Vicente del Bosque! —clama anclado a la chuleta don Pere, algo inseguro de su carisma, como si sospechara en el fondo que Del Bosque no es Von Clausewitz.
Por suerte, ese día atroz aún no ha llegado a nuestra querida España y ayer en el Congreso se habló de lo de siempre: de las ansias escocesas de libertad que bullen irreductiblemente en el convergente pecho de un William Wallace de barretina en lugar de falda como don Pere Macias, aunque hay otros más enérgicos para turnarse en el papel.
—Cada pueblo debe tener la libertad para elegir su futuro. La frase no es mía, ni siquiera de un catalán: ¡es de Vicente del Bosque! —clama anclado a la chuleta don Pere, algo inseguro de su carisma, como si sospechara en el fondo que Del Bosque no es Von Clausewitz.
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