Abc
Esta noche, los Cavia.
Cávia, firmábase él, por que nadie le dijera “señor Cavía”, que nada tenía de conejo ni de Indias.
Cavia (Mariano Francisco Cavia Lac) sale de Zaragoza, la ciudad levítica de Pepe Cerdá, pintor de pinta y calla, incapaz de posar, a lo Tàpies, con cara de indio tomando bicarbonato, y a quien yo me figuro como a un Cavia inteligentísimo de la zaragocidad, o medida de todas las cosas de España.
–El idioma nacional es tan sagrado como la bandera –dijo un día Cavia.
Pero Cavia bebía y no lo tomaron en serio.
El periodismo de toda la vida de Dios se hizo bebiendo (y fumando), pero la socialdemocracia sólo toma en serio a los caras de indio tomando bicarbonato.
Cavia sale de Zaragoza para hacer periodismo de trago y cigarro en Madrid, donde Azorín se sienta con don Torcuato Luca de Tena (“en el meñique de su mano izquierda lleva una gruesa sortija de hierro con fúlgido diamante: fortaleza y claridad”) a charlar de las cosas de España:
–¡No, no! ¡Eso no puede ser! ¡Y no será! ¡No puede ser mientras yo tenga vida! ¡Antes quemo el periódico! No se puede jugar con España.
Cavia, lagartijista, es el primer Cañabate de la tauromaquia. Un día los alemanes nos birlan una isla en Asia, y Cavia es detenido en la Puerta del Sol. Ve golpear a unos jóvenes que vitorean a España y exclama: “¿Es que ya no se puede ser español en España?”
Según “La Iberia”, Cavia es detenido en la batida que da la Guardia Civil en la Puerta del Sol por haber gritado "¡Viva España!":
–Hasta ahora no sabíamos que eso constituyera delito. Estaba reservado al señor Cánovas que la gloria del grito de "¡Viva España!" fuera grito subversivo. El único grito que gusta al actual gobierno es "¡Viva Alemania!"
Tiempos de Cavia.