Iniesta de pianista prodigio en la Masía
Jorge Bustos
El Hotel Palace cumple su primer centenario el mismo año en que se
cumplió el medio siglo de la muerte de su más ilustre huésped, Julio Camba.
—Ya frecuentemente enfermo, todas las tardes se daba una vuelta, con
su bastoncillo, por el hall del hotel, y se sentaba en una butaca. Si
era invierno, lo más pegado que podía a un radiador de la calefacción.
No pedía nunca a ningún camarero nada. No esperaba nada ni a nadie
—cuenta Ruano, el mejor funebrista de nuestras letras, en el obituario que dedicó al genio ido.
Uno tiene planeado un final parecido para mí y Paloma,
la relaciones públicas del aristocrático establecimiento, lo sabe. Por
eso, para que me vaya acostumbrando, me invitó a la cena de periodistas
que bajo la legendaria cúpula del hall –ese hall por el que paseó lo
mismo Camba que el ocelote de Dalí– se
celebró para conmemorar los primeros cien años del Palace. Fue una
velada gratísima, nobiliaria, llena de clase, casi podríamos decir que
fue una velada a lo Panenka.
Ingresas en el hall proveniente del fuego urbano y te recibe en el
rostro la caricia del aire acondicionado y en la mano la copa de champán
ofrecida por camareros solícitos que no dejarán que la vacíes siquiera
un tercio. Prácticamente hay más camareros que invitados y a uno, pese a
ser el más joven del salón a simple vista, lo tratan decididamente de
usted sin sospechar que esa misma mañana la habíamos pasado sudando en
calzón corto a base de ensayar el gancho de izquierdas. Son las mejores
cosas de la profesión, los gañotes, y pocos cataremos con tanto estilo
como el del jueves por la noche.
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