Abc
Cortizona, del socialista Cortizo, es el extracto ibérico de un axioma de Murphy según el cual la política es el dulce arte de conseguir los votos de los pobres y los fondos para la campaña de los ricos prometiendo protegerles a unos de otros.
Rato en el Congreso, y Cortizo soltando chascarrillos de tiburones financieros para dar pie a la imagen tremenda del tiburón en un banco de besugos.
Un vecino mío jura haber visto a Rato comprando fruta en bermudas, esa prenda de la socialdemocracia matritense. En el Congreso llevaba los pelos de Eduardo Arroyo y la perilla de Edward G. Robinson en “El rey del juego”.
–Hagan juego, señores.
Pero allí sólo jugaban las señoras, y eso que María del Carmen Chacón no abrió la boca, acaso cohibida por la americana arlequinada con pajarita negra de su compañero Antonio Hurtado, un Premio Azahar, que, a su lado, parecía aquel señorito inglés que arrojó en una botella al mar un mensaje escrito en una servilleta: “No encuentro otro papel. Me hundo con el ‘Lusitania’. Adiós.”
Al “Lusitania” lo torpedearon los alemanes, que hoy tienen a frau Merkel para guardarles los torpedos, aunque en la Comisión que había de ser la hoguera de Rato hay dos o tres señoras de egregia ignorancia que podrían volverla loca. Así, una canaria que dice “chachi”. O la representante de ese partido que hace demagogia de peluquería en sábado de boda y que ayer quiso consagrarse como la Hernández Moltó de Rato (“¡míreme a los ojos, señor Rubio!”), que, miren por dónde, no es Mariano Rubio.
–Usted, señor Rato, produce insomnio. Pida perdón a España.
Esa mujer habla como San Pablo, a quien seguramente no conozca. O mejor, pues tratamos de dinero: habla como si fuera la prima de riesgo.