viernes, 27 de julio de 2012

Cortizona

Edward G. Robinson

Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    Cortizona, del socialista Cortizo, es el extracto ibérico de un axioma de Murphy según el cual la política es el dulce arte de conseguir los votos de los pobres y los fondos para la campaña de los ricos prometiendo protegerles a unos de otros.

    Rato en el Congreso, y Cortizo soltando chascarrillos de tiburones financieros para dar pie a la imagen tremenda del tiburón en un banco de besugos.

    Un vecino mío jura haber visto a Rato comprando fruta en bermudas, esa prenda de la socialdemocracia matritense. En el Congreso llevaba los pelos de Eduardo Arroyo y la perilla de Edward G. Robinson en “El rey del juego”.
    
Hagan juego, señores.
    
Pero allí sólo jugaban las señoras, y eso que María del Carmen Chacón no abrió la boca, acaso cohibida por la americana arlequinada con pajarita negra de su compañero Antonio Hurtado, un Premio Azahar, que, a su lado, parecía aquel señorito inglés que arrojó en una botella al mar un mensaje escrito en una servilleta: “No encuentro otro papel. Me hundo con el ‘Lusitania’. Adiós.”

    Al “Lusitania” lo torpedearon los alemanes, que hoy tienen a frau Merkel para guardarles los torpedos, aunque en la Comisión que había de ser la hoguera de Rato hay dos o tres señoras de egregia ignorancia que podrían volverla loca. Así, una canaria que dice “chachi”. O la representante de ese partido que hace demagogia de peluquería en sábado de boda y que ayer quiso consagrarse como la Hernández Moltó de Rato (“¡míreme a los ojos, señor Rubio!”), que, miren por dónde, no es Mariano Rubio.

    –Usted, señor Rato, produce insomnio. Pida perdón a España.

    Esa mujer habla como San Pablo, a quien seguramente no conozca. O mejor, pues tratamos de dinero: habla como si fuera la prima de riesgo.