martes, 24 de julio de 2012

Orgullo

Bertrand Russell

Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    En España ha hecho furor la declaración de Alonso en Hockenheim:
    
Un español con coche italiano diseñado por un griego ganando en Alemania está muy bien.
    
Ahí lo tienen: un español orgulloso.

    Claro que la ética cristiana desaprueba el orgullo, virtuoso para Aristóteles. En su “Elogio de la locura”, Erasmo, paisano de Cruyff, se burla del orgullo profesional: los profesores de las artes, dice, son presumidos y obtienen la felicidad de su engreimiento. Pero Nietzsche condena al cristianismo porque ensalza la humildad, como Guardiola en España, mientras que Dostoievski no sabe, el hombre, qué hacer con el orgullo, que en eso está como Rajoy, que empezó diciendo que España no era Uganda y, condenado, como un Sísifo de Pontevedra, a empujar sin cesar la bola que le dejó Zapatero, corre el peligro de pasar a la historia como otro Prosinecki, en luciferina visión de Gistau, pues es verdad que Rajoy conduce la deuda por el centro del campo europeo como Prosinecki la pelota por el césped del Bernabéu: alucinadamente.

    –El infierno –dijo Bertrand Russell en lenguaje alonsino– es un lugar donde la policía es alemana; los conductores de automóviles, franceses; y los cocineros, ingleses.

    Tenemos buenos chóferes y mejor fútbol, que produce tiquitaca… e ingeniería financiera. Yo fui del Burgos hasta su tercera o cuarta desaparición: club modesto, como España, que se endeudaba hasta más allá de la razón, como España, y que lo arreglaba cambiándose de nombre para volver a empezar de cero, como en España quieren hacer Llamazares y demás espíritus sencillos, que piden cambiar lo de “Reino de España” por “República de trabajadores”, que es su forma de dársela a los alemanes con queso.