El puro veterinario
¡Oiga! ¡Que la primera la da el público! ¿Qué se cree usted?
José Ramón Márquez
Hoy en Las Ventas, como aquél que dice, no estaba ni la perra loba. Por no estar, ni siquiera estaban los que venden las almohadillas para la piedra en el tendido alto. La corrida se anticipó a las seis, a las dieciocho horas como dicen en la Renfe, por razones de índole balompédica, o sea que si poniéndola a las seis estábamos en Las Ventas los que caben en un autobús, si la hubiesen puesto a su hora allí no habría estado ni Abella, a quien todos sus amigos llaman Abeya, como es bien sabido.
Como garante del orden público y como custodio de la paz social se sentó Manolo en el palco y como garante de la imparcialidad de criterio y del buen juicio se sentó en su nidal audiovisual Manolo, que el primero es Muñoz Infante y el segundo es Molés, por si alguno no se había dado cuenta.
Para el día de hoy la Empresa adjudicataria nos había anunciado una novillada de Murteira Grave, que es la que nos llevó a Las Ventas, sólo con ese nombre que evoca otros tiempos no tan remotos cuando la empresa de Madrid la gestionaba un empresario cabal que buscaba el espectáculo que proviene del toro. En cualquier caso, ante el overbooking de juampedritis que nos anega por doquier, es un placer ver la divisa azul y amarilla correteando de nuevo por Las Ventas y es motivo de ensoñación el pensar en cuándo nos será dado ver una corrida de estos toros portugueses en Madrid, que no sé por qué, pero con el nombre de Murteira Grave siempre se me viene a la memoria una espléndida corrida en La Malagueta hace la torta de años cuando esa querida plaza fue dignificada con la presencia en el palco de un Presidente honesto que defendió la centenaria Plaza con un empeño digno de la historia del coso.
La corrida no defraudó en presentación ni en hechuras, fue más bien mansa y a cambio sacó ese tremendo defecto para el toreo contemporáneo que es la casta. En cuanto a la presentación baste compararla con los desperdicios bovinos que soltaron el otro día en la Monumental de Badajoz, para la transubstanciación del Pétreo y para las fruslerías del Pequeñín de Velilla, para ver que estos novillos de hoy en Madrid era un auténtico corridón de toros. Como uno opina que el toro siempre debe ser un problema y nunca una parte de la solución, la corrida cumplió las expectaivas. Hubo de todo, como en botica, con algunos toros más dispuestos a dejarse engañar y con otros que estaban menos por la labor, sin que ni los unos ni los otros diesen en ningún momento la impresión de ser estúpidos. La verdad es que daba pena que esta corrida de hoy no la hubiesen permutado con la del domingo anterior, porque ésta pedía más torero y más oficio.
Para matar a los Murteira nos trajeron a Manuel Fernández Mazzantini, que no tiene nada que ver con el viejo don Luis porque el único pariente que se conoce de Mazzantini es David Gistau, torero de adjetivos; a Jesús Hernández que ya pasó por Las Ventas el año pasado; y a Ángel Puerta, que movilizó a una buena claque, que se podía determinar fácilmente sólo con contar a los que sacaron el moquero para demandar una oreja en su favor.
La verdad es que resulta difícil hablar de un torero como Mazzantini, con dos corridas el año pasado y cero el anterior, frente a unos novillos que metían el suficiente miedo como para no confiarse. Corramos, pues, un tupido velo, como decía aquel, y quede tan sólo la censura a la puñalada trapera con la que despenó al último de la tarde, más propia de la Sierra Morena del siglo XIX que de la Plaza de Madrid.
Jesús Fernández se presentó en Madrid con diecinueve corridas en los últimos tres años y sin apoderado. Puso sobre el tapete todo lo que sabe y literalmente se dejó coger al entrar a matar, sin conseguirlo. Antes ya había recibido un puntazo en el muslo. Toreo a cara de perro, para dejar patente la dureza del oficio. Y cuando le llevaban a la enfermería, como colmo de las desgracias, se les cayó a los que le transportaban.
Ángel Puerta venía arropado por un buen grupo de seguidores, como antes se dijo, a los cuales satisfizo en extremo la actuación del novillero, siendo especialmente aplaudida una estocada perdiendo el engaño. De su labor, como lágrimas en la lluvia, a estas horas no queda nada. Un torerito más.
Como cosa curiosa, debe ser anotado el peón José Raúl Calvillo, de nazareno y azabache, que es uno de los peores y más incompetentes peones que hemos visto en mucho tiempo. Su ignorancia absoluta de las normas del arte relativo a las banderillas es sólo comparable a su desconocimiento de los rudimentos del manejo del capote. Entre los montados, José María Terrón picó en la puerta de caballos con las mismas mañas de quien se va con una escopeta recortada a choricear a las parejas de enamorados.
A Manolo le quisieron montar un conflicto de orden público a costa de la oreja que no dio a Ángel Puerta, pero el hombre se mantuvo incólume y los pañuelos que vio no le resultaron argumento suficiente como para sacar el suyo. Un buen hombre en el tendido bajo del 10 le increpó indignado:
-¡Oiga! ¡Que la primera la da el público! ¿Qué se cree usted?
Y luego, en seguida, cuando pasó la crisis, Manolo sonrió, único rasgo de humanidad que jamás le hayamos visto a tan celoso funcionario.
Las siete estrellas representan las siete escuelas de astronomía árabe
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Patio de Caballos
Fusilamiento del caballo
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