martes, 26 de enero de 2010

RESTAURANTE CARRANQUE

José Ramón Márquez

Nos acercamos a Carranque, a ver el yacimiento romano, que allí hay unos mosaicos realmente buenos de la época de Teodosio en un paraje al lado del río Guadarrama. Cuando acabamos la visita es la hora de almorzar. E. y M. quieren que nos acerquemos a Illescas, a El Bohío.

Yo digo:

-Es que El Bohío tiene o tuvo una estrella de Michelín y eso es una mala cosa. Significa que nos harán reverencias al entrar y salir, que nos venderán el vino como si fuese perfume y que más pronto o más tarde aparecerán en nuestros platos los inventitos y el hediondo rastro del foie. Busquemos un local honrado, donde no se nos reverencie tanto, que a fin de cuentas somos personas comunes.



Saliendo de Carranque en dirección a Griñón, nos topamos con el cartel del Resturante Carranque. Lo bueno, la cocina. Judiones con rabo de toro con gusto a pimienta, perfectos. El ‘venao’ -así lo llaman ellos- tierno y con una salsa campera con orégano y pimentón, perfecto. El entrecot, buen género y bien hecho. Fallan las patatas fritas, que, al pasar camino de otra mesa, parecían de sartén y al final eran del odioso McCain. Falla el pan, como falla en casi todos los sitios. Pan malo y sin peso, con más levadura que harina, lacra de las panificadoras industriales.

Mis acompañantes rehúsan pedir los caracoles que anuncian y que a la vista tienen un aspecto muy interesante. A cambio toman natillas caseras y correctas.

Como es natural, no admiten tarjetas.