jueves, 13 de febrero de 2025

Lucía


Julio Torri

Ignacio Ruiz Quintano

Abc Cultural


A Lucía, y que nos perdone la Virgen de Fátima, la han pillado, primero, fusilando a un poeta –“¡Lorca somos todos!”, suspira el canario Fernando G. Delgado, albacea sentimental del poeta–, y luego, chupando de un psicoanalista. Total, que no era Lucía quien escribía así, sino un psicoanalista y un poeta. ¿Plagio?


La luciérnaga es un plagio. Pero la estrella no protesta.


Nadie está llamando aquí luciérnaga a Lucía ni estrella al poeta o al psicoanalista. Lo de la luciérnaga es un fogonazo neuronal de Alberto Guillén, un enano perulero que arrasó en el Madrid de la “belle époque”. Un poco antes que él, el mejicano Julio Torri había dicho que el plagio es el último absurdo a que conducen los apologistas de la personalidad y el individuo:


Es el desconocimiento de la comunidad espiritual de la especie. ¿Qué le importa a la humanidad que una nota del gran himno vuelva a ser cantada por otro cantor? ¿Por qué excluir del mundo que crea el hombre la posibilidad de la repetición, cuando aún la naturaleza la acoge como una de sus formas predilectas? Se necesitaba el advenimiento del reino de los abogados –siglo diecinueve– para que se colocaran estacadas y cotos en el dominio del espíritu. ¿Qué importa que las ideas se tomen directamente del espíritu divino o de su exposición humana? El plagio y el respeto que impone a los timoratos es contrario a las leyes que presiden las vidas de las ideas... Casi no hay idea que no haya sido expresada ya, y la novedad significa sólo olvido, ignorancia de la época presente.


Hablando de la ignorancia de la época presente, le viene a uno a la memoria una carta de don José Fernando Blanco Sánchez al director de un periódico en que decía: “Acabo de ver en la televisión estatal a Lucía diciendo que ‘murciélago’ es la única palabra en nuestro idioma que tiene las cinco vocales. ¡Confiturera, frene la euforia! Un arquitecto escuálido llamado Aurelio (o Eulalio... o Ausencio) dice que lo más auténtico es tener un abuelito que lleve un traje reticulado y siga el arquetipo de aquel viejo reumático, desahuciado y repudiado, que consiguiera en su tiempo ser esquilado por un comunicante que cometió adulterio con una encubridora cerca del estanquillo (sin usar estimulador). Señora escritora: si el peliagudo enunciado de la ecuación la deja irresoluta, olvide su menstruación y piense de modo jerárquico. No se atragante con esta perturbación, que no va con su milonguera y meticulosa educación, y repita conmigo, como diría Cantinflas: ¡Lo que es la falta de ignorancia!”


¡Lus, más luz! –gritó Goethe. Y entregó su espíritu.