martes, 10 de mayo de 2022

San Isidro'22. Interesante (encastada) novillada santacolomeña de Los Maños para tres novilleros tiesos que ni fu ni fa. Márquez & Moore

 

Arturo Gilio

 

JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ

Ayer la primera corrida de toros, y hoy, como suele corresponder a los lunes, la primera novillada de la Feria. Ya vendrán otros lunes las de los “niños mimados”, compuestas a base del “toro de calidad”, léase juampedreo de alta expresión, y mientras tanto hoy, con la Feria recién estrenada, he aquí la novillada de los tiesos, con el “toro distinto” y con tres muchachos nuevos en esta Plaza: Carlos Domínguez, de Badajoz; Arturo Gilio, de Torreón (Coahuila, Méjico) y Guillermo García Pulido, de Castillo de San Vicente (Toledo). Frente a ellos, con divisa verde y amarilla, los santacolomas aragoneses de Los Maños.


La verdad sea dicha que el otro día, en lo del “Desafío Ganadero” lo de Los Maños nos dejó un poco fríos y así íbamos a la Plaza ronroneando esos recuerdos y orando a San Isidro para que el ganado no se pareciese en nada a los bueyes que el santo tenía uncidos para la labor. Luego la cosa salió como salió, para nada en modo bueyuno, y por eso lo primero que vamos a poner aquí es lo que no gustó, y así acabamos antes.

Lo que no gustó es que la novillada salió más blanda de lo que querríamos y hubo algunas caídas, algunos tropezones y algún desplome en plancha nada gratos de ser contemplados, porque nos gustan los toros fuertes y duros de pezuña. Y dicha esa verdad por delante, ahora ya podemos hablar de la novillada tan interesante que hoy hemos tenido la fortuna de ver en Madrid. Los novillos, todos ellos con fechas de primeros del 2019, habrían podido ser presentados como corrida de toros en prácticamente cualquier Plaza. De entre los seis el único que recibió ciertas censuras fue el segundo, Cobrador, número 86, que conoció a su salida el sonido de los silbos venteños -me río yo de los silbos gomeros-, porque la cátedra estimó que su cabeza era algo pobre, una de las señas de la casa como es bien sabido, pero en seguida el animal se justificó y cesó el chiflido y la pañolada verde volvió a los bolsillos de sus legítimos propietarios.
 

A ver cómo se explica esta novillada, que ha puesto en el ruedo de Las Ventas un montón de nobles y vibrantes embestidas, una singular movilidad y, cómo no, algunas incógnitas derivadas de la casta. Ahí hemos dado con la explicación de por qué tienen los Mayalde y los Ymbro guardados para los de pago y han dejado esto de Los Maños para los de la iguala: porque eso de que pueda asomar por algún lado la sorpresa de la casta es lo más indeseable que pueden llegar a concebir los think-tanks que rodean a estos aspirantes a matador de toros, por eso con esto se anuncia el que no tiene más remedio.

Ver a los toros entrar al penco con el rabo enhiesto, como la catenaria de un tranvía, y empujar mientras les zurraban es un espectáculo muy distante de esas entradas sosas y descastadas, en toros o novillos, de todos los días. La palma se la llevó el sexto, Justiciero, número 52, que hizo dos entradas al caballo fuertes y violentas, derribando a Mario Herrero en la primera, empujando con toda su anatomía en las dos y llevando al tendido  la emoción del toro bravo, del que se crece en el castigo, que decía el poeta.
 

Los seis pupilos de Los Maños asumieron la responsabilidad de cargar con el peso de la tarde y dieron la variedad que tantas tardes echamos de menos: el quinto, Tostadino, número 51, se quedó fijado con el vestido malva de Juan José Domínguez y sólo tenía ojos para él, complicando la lidia sobre lo de casi todos los días y luego, al final de la faena, cuando vio la ocasión, sacó del juego a su matador cazándole de manera certera; Confitero, número 60, que hizo tercero era un toro más exigente que no tenía la entrega a la muleta de sus hermanos y demandaba un trabajo más técnico y de más mando que, como cualquiera puede imaginarse, no hubo nadie que se lo diera.


Porque ésa es la otra, la de los toreros, que es que son todos iguales, que parece que a todos les ha adiestrado el mismo, porque son como gotas de agua en esa denigrante manera de citar con el pico, de descargar la suerte, de ceder el terreno siempre al de cuatro patas, de echar al toro bien lejos, de las carreritas... Y no sólo eso sino también de no tener un gramo de personalidad, de algo que te haga fijarse en ellos.

Nos fijamos en Carlos Domínguez porque no se puso la montera ni un solo momento de las dos horas y pico que estuvo en la Plaza, que lo mismo le habían pegado una pedrada en la cabeza y presentó parte, pero que ya es triste que te tengas que fijar en un tío porque no lleva montera, porque les sobra la montera como al de ayer le sobraba el estoquín simulado, como a otros les sobran las zapatillas… La cosa es que del hombre lo que hay que reseñar es lo de la montera y lo del vestido de figurón que llevaba, que ya quisiera Sánchez Vara, con lo que lleva matado por ahí, tener un vestido como el de Domínguez. Y el mejicano, lo mismo: una vulgaridad tan apabullante como cargante, un nada que decir, que si el toro anda correteando y no se para ya están las buenas gentes empezando a decir eso de ¡bieeeeennnn!, y no sólo las buenas gentes sino los propios miembros de su cuadrilla, cada uno por una boca del burladero, medio agachados y coreando sus respectivos ¡bieeeeennnn!, para engañar aún más al muchacho de lo que le llevan engañando desde que dijo que quería ser torero. Y, puestos a señalar algo de los toreros, ahí tenemos a García Pulido que, siendo exactamente igual que los dos que le habían precedido, al menos presentaba un cierto empaque en su figura, una señorial verticalidad en sus modos, a veces, que nunca fue refrendada por un solo pase que dejar aquí anotado para la posteridad.


 

ANDREW MOORE

 







LO DE GILIO

 









LO DEMÁS

 





FIN