domingo, 28 de febrero de 2021

Nicanores

 

Abc, 28 de Noviembre de 2001


Ignacio Ruiz Quintano

Para comprender el «birlibirloque fiscal» con que nos ha sorprendido el Gobierno o el «patriotismo constitucional» con que ha tratado de asombrarnos la Oposición, no hay más remedio que recurrir al buen Chesterton, que fue quien más risueñamente expuso los riesgos que venimos corriendo desde que Europa se convirtió en el lugar de la paradoja.

Para Chesterton, la paradoja no debía tener otro uso que despertar la mente, y ponía como ejemplo la del ingenioso Oliver Wendell Holmes: «Danos las superfluidades de la vida y dispénsanos de las necesidades.» Desde luego, como paradoja resulta entretenedora y, por consiguiente, atrayente, con ese atractivo de ser una contradicción en los términos. La pega que le ponía Chesterton era que muchos convendrían en que habría un gran peligro en basar todo el sistema social sobre la noción de que lo necesario no es necesario, al modo que algunos han basado toda la Constitución británica sobre la noción de que la necedad siempre obrará como sentido común: «Sin embargo, aun aquí podría decirse que el ejemplo envidioso se ha propagado y que el sistema  industrial moderno asegura en realidad: “Danos las superfluidades, como el jabón de alquitrán de la hulla, y nos dispensaremos de lo necesario, como el grano”.»

La paradoja, pues, se hizo ortodoxia, «pero de lo que no se dan cuenta las gentes es de que no sólo la política práctica, sino también la filosofía abstracta del mundo moderno, ha sufrido esa torcedura», y así se explican los casos del «birlibirloque fiscal» del Gobierno y del «patriotismo constitucional» de la Oposición, aunque ya sabemos que, intelectualmente, estos casos, más que paradojas de Wendell, parecen nicanores de Boñar, es decir, hojaldres de una clase política tradicionalmente pastelera cuyos miembros creen que son prácticos porque no son lógicos.

Hojaldre, dice el Covarrubias, es la torta de manteca que, de muy sobada con ella, está hecha hojas una sobre otra, lo mismo que todos esos latiguillos con que nos desayunamos en los periódicos y que constituyen el único alivio del hambre de pensamiento político que pueda haber en España, que nunca ha sido mucha, aunque Aznar acaba de establecer un «laboratorio de ideas», es decir, una nicanorería. El nicanor es a los políticos lo que la manzana era a los barberos: un recurso para llevarse algo a la boca. Lo que pasa es que estos nicanores no son como los de Boñar; deshacerse, se deshacen, pero no saben a nada. Entre los de mayor consumo están «Estado de Derecho», que sabe poco a Kant; «Sociedad Abierta», que sabe poco a Popper; «Patriotismo Constitucional», que sabe poco a Habermas...

«¡Es prenda de mi uso!», protestará Zapatero, que cada día, por cierto, se parece más a su patrono, San Crispín, motivo por el cual Aznar le ha levantado el nicanor del patriotismo para su flamante nicanorería, esa «sociedad de pensadores» que, a imitación de los franceses, agrupa a los patriotas más enérgicos, «los amigos de la Constitución», cuya primera sede fue el refectorio del convento de los jacobinos, en la parisina calle de Saint-Honoré. ¡Y pensar que el sinsorgo de Fukuyama quería vendemos el indigesto nicanor hegeliano del «Fin de la Historia»!

Si la izquierda historicista no puede salir al recreo porque Aznar le quita los nicanores, ¿qué será de la izquierda? No sé qué tendrá que ver con este asunto la noticia de que la página  «web» de Atapuerca aparece, de repente, entre las más visitadas del mundo, aunque lo que la izquierda necesita es un líder alto y fuerte, como esos parientes que van con el niño, «a ver si le quitan el nicanor ahora», en lugar de tanta dispersión humanitarista. Porque viene Goytisolo y dice: «Tenemos que ayudar al Islam a adoptar el laicismo.» Y al día siguiente, con lo de la «pildora del día siguiente» encima, va la democracia cristiana y se hace centrista, cosa que carece de definición, pues no deriva de la razón y las ideas, sino de la voluntad y las jefaturas. El centro, que al principio era un donut, hoy es otro nicanor.

En cuanto a lo del patriotismo, hagan caso de Steiner: «Patria es el lugar en el que a uno lo dejan  trabajar.»


Don Nicanor tocando el tambor

Aznar acaba de establecer un «laboratorio de ideas», es decir, una nicanorería. El nicanor es a los políticos lo que la manzana era a los barberos: un recurso para llevarse algo a la boca. Lo que pasa es que estos nicanores no son como los de Boñar; deshacerse, se deshacen, pero no saben a nada. Entre los de mayor consumo están «Estado de Derecho», «Sociedad Abierta», «Patriotismo Constitucional»...