José Ramón Márquez
En una ventanita que da a la calle de Antonio Vico hay una reunión. Es sábado, son las ocho de una desapacible tarde de diciembre. Hay niebla y lloviznea en Carabanchel, pero la vanguardia de la clase obrera, inasequible al desaliento, se reúne para analizar tanto capitalismo y tanta burguesía como nos rodea. No son muchos, pero ya advirtió, proféticamente, Vladimir Ilich que los obreros verdaderamente conscientes en toda sociedad capitalista no constituyen sino una minoria de todos los obreros, y que sólo esta minoría consciente puede dirigir a las grandes masas obreras y llevarlas tras de sí.
Esta humilde lucecita de El Pardo del comunismo carabanchelero, esa magra concurrencia a la reunión, afirman la veracidad de la profecía de Lenin y de forma patente nos recuerdan que el materialismo dialéctico está ahí para quedarse, que sigue vivo y que las respuestas de los padres fundadores Marx, Engels, Lenin, Stalin, Mao, Pol-Pot y Ho Chi Min son aún tan vigentes como la sempiterna lucha entre explotadores y explotados, por más que estos últimos estén totalmente engañados con esos compañeros de viaje que son el chalet adosado, el Audi, el Ikea y el Media Mark, porque a la clase obrera hay que salvarla, tanto si lo quiere como si no, que eso también lo dijo el padrecito, faltaría más.