viernes, 3 de diciembre de 2010

Lechazo de Burgos

Grace Kelly


Valpeñoso. 1995.
Por San Pedro se ajustaban los pastores en la Romería de Valpeñoso


Francisco Javier Gómez Izquierdo

Cuando en los pueblos de Burgos llegaba el día del patrón -San Esteban Protomártir en el mío-, los vecinos se bañaban, se afeitaban en condiciones, tomaban anís con pastas, estrenaban camisa, se ponían la boina nueva y asistían a misa cantada. Las vecinas habían ido en el coche de línea a la peluquería, habían comprado vestido nuevo con los colores de moda, se ponían las cuatro alhajas... y dejaban en el horno las cazuelas de barro con los cuartos de lechazo. Al acabar la misa uno de la casa se acercaba a añadir un poco de agua y tras el segundo vermú se adelantaban las madres a esperar a los comensales. Hablo de hornos en los que también se hacía pan y en particular el de una tía mía, que estuvo sirviendo de joven en la parte de Cataluña, y ¡¡cómo guisaría!! que una princesa se coló en la cocina de un restaurante para felicitarla. La princesa no es de cuento y tiene nombre. Se llamaba Grace y se apellidaba Kelly. Ésos hornos son donde se han asado los mejores corderos del mundo y alguno lo he disfrutado yo.

Ahora también se come buen cordero lechal. Lo más recomendable es la zona de Burgos. Se habla de Segovia, Ávila... pero como en Burgos en ningún sitio. Don Ignacio quiere picarme con el que comió en un pueblo de Valladolid, que sin duda fue exquisito y puede que no le iguale el que le toque comer en Burgos, pero la capital del cordero la ponen en Aranda con mucho acierto. Puede que usted pare al pasar el puente de la Villa y le pongan una pierna recalentada, pero eso entra en el capítulo de los fraudes tan corrientes entre gente de espíritu fenicio.


Casa del Cordón, enfrente de Ojeda

Las cuadrillas de solteros que se juntan a cenar los sábados me tienen dicho que el Ojeda es donde mejor cordero ponen. Asusta la puñalada que te puedan meter a la cartera viendo el aspecto y la fama del asador, pero se acaba pagando lo mismo que en alguna cantina presuntuosa y tienes la seguridad del acierto. Alberto, el frutero de Villusto, solía almorzar por cuarenta duros a las diez de la mañana las cabecillas que el Ojeda ponía con media botella de vino los jueves de mercado. Los amigos solíamos ir al Azofra y otro que hay al lado ¿los Trillos? en la zona del Parral. A La Galería de Quintanadueñas, también la dimos fama. Nosotros y muchos más. De todos modos tengo a quien preguntar por si me veo en el apuro de elegir en la capital, a la que ya tan poco me acerco.
Ya en Milagros, el pueblo de Vela Zanetti, y de mi amigo Justino, pegado a Aranda, tengo visto un templo del lechal. En El Chuleta de Roa comí como un rey al poco de abrirlo, y de los asadores de Aranda ya hablan las guías del buen yantar.
En mi pueblo, Simón aún asa el cordero en horno antigüo de leña. Le llevas el lechazo comprado a quien se debe y lo recoges a la hora de comer. Suele machacar perejil y un poco de ajo para “el moje”, que en verdad no necesita, pero el resultado es espectacular. En verano tienes que hablar con él con dos meses de antelación, pues tiene muchos compromisos.
Si allá en febrero o marzo organizamos una ruta gastronómica por las tierra del Cid, hay muchos sitios donde comer el mejor cordero del mundo. Siempre hijo de oveja churra, pastoreada por obispos de páramo de los que se ajustan en Valpeñoso. Ante la virgen del mismo nombre, a medio camino entre San Millán y Campolara.


Simón, el amo del horno de leña