viernes, 3 de diciembre de 2010

Comiendo sobras

El chicle adelgaza más
que las sobras


Ignacio Ruiz Quintano

Abc

Hasta con la mejor administración una nación siempre se divide en dos partidos totalmente opuestos: individuos que roban (éste es el partido más fuerte) e individuos que son robados (éste es el partido más grande). Así lo explica Balzac en su «Arte de pagar las deudas» que ya hemos puesto a disposición de Gallardón, el hombre que debía demasiado. Gallardón, ciertamente, debe (el deber es un don de gentes) y paga como Balzac, o sea, con libros. Él se creerá un chico de Faulkner, pero es un chico de Balzac. Su última obra es una guía municipal que aconseja a los madrileños que aprovechen las sobras navideñas, como si los que por culpa de la crisis se alimentan de sobras lo hicieran por tontos y no por pobres. Comer sobras y andar en bici son las recomendaciones municipales para estas fiestas, con lo cual se le quitan a uno las ganas de ayudar a Gallardón a pagar sus deudas, que son las nuestras. Esto de papear sobras es un movimiento impulsado por la banda de cocineros cursis que con el cuento de los restaurantes sostenibles quieren dejar a Tomás Gómez sin su único alimento, el atún. Agotadas las huchas del cambio climático, la socaliña de moda gira en torno de la sobreexplotación de los océanos, con documental en «La Casa Encendida», de donde los cocineros sensibles salen aterrados: «Es que para nosotros servir atún se nos hace como servir lince u oso panda», dice Darío Barrio, un Gandhi de la cocina madrileña. Porque igual que en Barcelona tienen al Gandhi de Sampedor haciendo fútbol tiki-taka, en Madrid tenemos un Gandhi del fogón haciendo cocina tiki-taka, sobra aquí y sobra allá, maquíllate, maquíllate. En consonancia con tamaña revolución cultural, el gobierno de Zapatero irrumpe en el mercado de la gamberrada con un decreto que impone la fabricación de un chicle menos pegajoso de cuya publicidad podría encargarse Mourinho, si no fuera por su imagen de excesiva masculinidad. «Hors d’oeuvre!»