domingo, 5 de mayo de 2024

Un paseo de primavera



Martín-Miguel Rubio Esteban

Doctor en Filología Clásica


Ahora que todavía no quema demasiado el sol hay que aprovechar a hacer excursiones al campo; por ejemplo, a una ermita de la Virgen de Lourdes, inserta en una granja de ovejas, en donde se produce el mejor queso de la zona. Allí nos espera un amigo, una nueva y moderna reencarnación del Lacón teocriteo, entre genetista y ejecutivo. Sus ovejas tendrán melitia para pacer, y el cisto da multitud de flores como rosas. Un resplandor de vida griega ilumina de pronto nuestros ojos, para después dejarlos en el recuerdo de un mundo que pasó. Tras visitar devotos la pequeña ermita, bajo la sombra alegre de los grandes árboles comemos el bocadillo de tortilla. El camino está festoneado por innumerables flores multicolores, como una eclosión vegetal policromática. A los bordes risueños del camino te encuentras olivos, almendros, pinos, olmos, cuyas copas extienden en bóveda la ondulante cabellera de sus hojas verdes, encinas, cuyas copas se elevan tanto al cielo cuanto hacia el Averno sus raíces descienden, chopos negros, jaras, quejigos, masiegas, escobas y zarzas, de donde te sale de repente alguna codorniz asustadiza o de donde te llegan los divinos arpegios y gorjeos de la Naturaleza. Los ojos se gozan con las bellezas del campo. La tierra hincha su seno y ya tiene la simiente engendradora. Vemos que el inmediato interés económico está levantando la vid a favor de la plantación del olivo, y aunque la vid está casi siempre presente durante el camino, vestida de hoja adolescente, reparte ya a partes iguales su reinado con el olivo. El paisaje se organiza con esta diarquía. El regalo georgiano de Baco y el don griego de Atenea. Kajetia y Atenas. El divino Virgilio decía que para la vid son óptimos los campos cuyo suelo es blando, y que esto lo consiguen los vientos, y las gélidas escarchas y el robusto cavador removiendo la yugada lacerada. El sabio labrador cohíbe el libertinaje de las ramas de la vid, cercenando la lujuria de sus brazos, y el campesino diligente, con el diente corvo de Saturno, remueve la tierra al lado de la vid, trastornándola y destripando los terrones varias veces al año. Del mismo modo el olivo quiere que la reja le mulla la tierra, y cuando tiene sed bebe de sus propias aceitunas. Este divino árbol ciñe las sienes de los héroes inmortales que triunfaban en el circuito de los cuatro grandes juegos panhelélicos. Hoy era el domingo en que el evangelio nos dice que Jesús es la vid/ámpelos, y nosotros los sarmientos/klêmata, y que Dios es el labrador/geôrgós que nos poda/kathaírei para que demos más fruto/kárpon pleíona. También hay algunas tierras de trigo con sus ejércitos de amapolas. Pero pocas. Ya nadie come pan. Vemos inmensos rebaños de ovejas desnudas de su lana. Algo extraño pasa con la lana. La mayor parte de la lana se tira, se elimina. Nadie la quiere, nadie la compra. ¿Dónde están los abrigos de lana? ¿Los jerséis de lana? ¿Los calcetines de lana? Además, la lana es ignífuga. El gran edificio que se quemó en Valencia no hubiera sido pasto de las llamas si hubiese utilizado como aislantes planchas de lana. Es un misterio, y el ganadero tiene que pedir por favor a alguien que le lleven inmensas montañas de buena lana hoy no querida. En otro tiempo los vellones de Mileto se vendían a gran precio, sobre todo cuando el rubor de la púrpura los teñía. Y la fábula nos cuenta que con una dádiva nívea de lana, Pan, el dios de Arcadia, engañó a la enamorada luna, llamándola a un bosque escondido, y ella no fue sorda a su llamamiento. En los pesebres las nobles ovejas -entre ovejas flaqueza es ser león- comen copia de salobres hierbas, y así es como aman más el agua y más distienden sus ubres y en la leche reproducen el sabor oculto de la sal. Con la leche que se ordeña al rayar el día se hace queso. Y por la noche, sin mustios balidos, las cuitas no rompen el saludable sueño a las ovejas trasquiladas, a las que antiguamente se protegía untando el cuerpo con amargo alpechín. Al atardecer, opsías genoménês, cuando las zorras de espesa cola merodean las granjas, regresamos a nuestro aprisco doméstico, y nos enteramos sin sorpresa que la violencia criminal sigue teniendo un gran prestigio nacional, y una de sus manifestaciones, BILDU, sucesora directa de ETA, tocando los sonoros añafiles, empata con el nacionalismo civilizado del PNV. Las gónadas de la violencia siempre han tenido mucho predicamento entre nosotros. En Francia, sin embargo, a un amigo se le mata con educación y maneras. Entre los latinos la verdad es que el crimen nunca ha estado totalmente mal visto. Y si no hemos muerto a la hora de hoy, es porque nos falta mucho de memoria. El pecado y las malas costumbres nos mantienen todavía en conserva. Sánchez, del que se ha llegado a comprobar que ríe durmiendo, ha triunfado con su rancia modernidad. España ya tiene el entierro pagado por mensualidades en la Previsora. Ser español es lo mismo que ser culpable. Y no es consuelo sentirse histórico y antiguo en plena actualidad, sentir que ya estamos muertos hace mucho tiempo, aunque nos duela los pies esta mañana en que el gran Koldo García guarda un silencio egipcio ante las estúpidas preguntas de los partidócratas, políticos de dudosa laya, con credenciales morales inciertas. Silencio, sólo silencio en este aberrante ceremonial político. Hace bien el gran Koldo en no contestar a quienes no son sacerdotes de Temis, y es que es todo un héroe nacional, que quizás también sepa bailar el castizo chotis, ese baile madrileño que viene de Escocia, Schottish. La corrupción hace dóciles y previsibles a los hombres. Menos mal que aún podemos abandonarnos al olor de los campos y a las voces de la cantarina población de los aires. España necesita una monarquía epicúrea que aporte “otium”, esa paz exterior e interior a la que aspiraban los pastores virgilianos. Ya hemos comprobado sobradamente que el estoicismo político es fariseo. Lo podía haber dicho el gran Koldo, que ha tenido la gran suerte de estar cerca de las Venus Calipigias. La vida enseña más que los libros.

[El Imparcial]