domingo, 26 de marzo de 2023

Remembranzas trevijanistas XLVIII




MARTÍN-MIGUEL RUBIO ESTEBAN
Doctor en Filología Clásica


Si como dice George Steiner, “el maestro es verdaderamente un portador y comunicador de verdades que mejoran la vida”, Antonio García-Trevijano fue de estos a los que hay que llamar maestro. Maestro del pensar y maestro de la conducta. Cada conversación, cada conferencia fueron lecciones de libertad. Antonio fue mi amigo al modo aristotélico, esto es, tal como el Estagirita describía la verdadera amistad en el Libro VIII de su Ética a Nicómaco, con algunas actualizaciones, eso sí, que aparecen sobre el mismo tema en la obra de Alberoni. Libre de temor y superstición fue el hombre más libre que he conocido. Eso le llevó a carecer de esa repugnante claque de intelectuales asalariados que escriben en los periódicos ad maiorem gloriam del Partido que paga. Y ello confirma el adagio de Nietzsche: “La verdad habita raramente en los templos que se levantan para darle culto”. ¡Hay tantos mercenarios en España que se emplean fervorosamente en apedreamientos recompensados que nuestra falta de pudor ya hiede! Los cobardes en España tienen mucho prestigio, y a todos ello se les suele llamar “prudentes y precavidos”.

“Nunca la libertad debemos dar por sentado. Es una flor de invernadero, de cultura, que necesita ser cuidada diariamente”. Éste era uno de los pensamientos centrales de Antonio, que nos repetía siempre. Y la libertad sólo se defiende ejerciéndola cada día, y sólo se ejerce con el propósito sagrado de cada uno de no someterse jamás al poder, que siempre necesitará la crítica para no convertirse en instrumento opresor. Se ejerce y, por tanto, se defiende la libertad siempre contra el poder. Lo contrario son ejercicios florales, tipo “¡Viva la madre superiora!”

Soy consciente, como muy bien nos recuerda W. Dilthey, que “las imágenes de la vida de una persona se hallan múltiplemente condicionadas por nuestra relación con ella”. Por lo cual reconozco que lo que he escrito, tratando de ser una representación objetiva, es, sobre todo, una entrañable referencia vital. Tampoco se pueden tomar estas Remembranzas como una biografía, entre otras cosas, porque, como diría Julián Marías, es imposible escribir una biografía de nadie. Él mismo no pudo escribir la biografía de Ortega, el maestro que tan bien conocía. Hasta el mejor biógrafo desconoce más cosas del biografiado que las que conoce. Toda biografía es, en realidad, una obra de ficción, a la que sólo se le pide verosimilitud y coherencia con los datos que se conoce. “Cum fundamento in re”. Pero no más. Yo sólo conozco la vida de Antonio fragmentariamente, bastante bien sobre todo entre sus sesenta y setenta y cinc o años, con grandes zonas de sombra, con ignorancias enormes y que afectan a aspectos esenciales. Pero he leído toda su obra, y creo que lo que nos dice en sus libros lo definen claramente. Su pluma fue su alma. Trevijano resulta único, distinto de todos los pensadores españoles, no es comparable con ninguno, y en cierto modo nos aparece como una discrepancia respecto a las múltiples formas que ha adquirido el pensamiento español en todos los tiempos. Hasta tal punto es así que la idea que usualmente se tiene de la “filosofía española” no parece apta para alojar a Trevijano ni para explicar su posibilidad. Algo que nunca se perdona es la genialidad, y más en España, donde todos los españoles sabemos ya más que los ratones colorados. Antonio albergaba en su alma la fe en la amistad, en el amor y en el honor. No había manchas en su conciencia. Su gran corazón latía siempre con fuerza, pero regularmente, como debe latir el corazón de un hombre honrado.

Sin duda alguna, la experiencia acumulada (y los prejuicios y creencias) de nuestros padres, abuelos y las generaciones precedentes actúa en la vida de cada uno de forma consciente e inconsciente. Además, llegamos a un mundo en el que prevalecen ideas y creencias que desde niños asumimos como si fueran pensamientos nuestros sin serlo. Pero llega un momento en toda inteligencia madura y honesta en que está obligada a plantearse críticamente la verdad de todo lo heredado. Del mismo modo que el adolescente llega un día a descubrir que sus papás no son los seres humanos más listos y guapos que existen, aunque sigan siendo los más queridos. Es un hecho empírico que la mayoría de las cosas en que creemos, la mayoría de las creencias con las que vivimos, no nos las hemos cuestionado nunca, no las hemos pensado por nosotros mismos, no las hemos hecho pasar por el tamiz de nuestra inteligencia. Y sólo cuando topamos con la filosofía, más en su actividad de pura filosofar que en la de memorizar lo descubierto y planteado, ponemos en cuestión el programa de vida que se nos da hecho para seguirlo. Trevijano, intelectual a todas horas y en todos los lugares, puso en cuestión la presunta verdad democrática en la que vivimos, descubriendo las mentiras que fundamentan un régimen que no se corresponde a su nombre, descubriendo el fondo de realidad que transciende al fenómeno. La búsqueda desinteresada de la verdad nunca gustará al poder establecido en cualquier esfera, académica, eclesiástica o política, pero se hace moralmente necesaria. Trevijano, como Sócrates, fue el tábano puesto por el “daímon” inmortal de España en el hoy español para aguijonear y despertar a sus conciudadanos hebetados por un consenso que nos dice que estamos perfectamente representados en el Parlamento y que somos libres. Y tenemos la esperanza de que sus descubrimientos del pensamiento político genuinamente democrático, que responde sin duda a su señera singularidad, se socialicen –ya están propagándose– y ganen la fuerza social que demanda el nuevo tono de la época. Ningún hombre verdaderamente honrado e inteligente hoy en España puede decir que aquí hay libertad política.

Desde el siglo XVII, con la ilustración alemana representada principalmente por Leibniz y Lessing, filósofos tan queridos para Antonio, los destinos de Rusia y la futura Alemania pilotada por Prusia parecían abocados a una colaboración fructífera, cuya realización efectiva hubiera supuesto y un día puede suponer la aparición sobre la Tierra de las dos naciones más poderosas si colaboran juntas. Pero Inglaterra, la Iglesia de Roma, Polonia y los EEUU han sido los tenaces palos en las ruedas a fin de que no se cumpla esta gran destinación, que se abre ya en la correspondencia entre el zar Pedro el Grande y el mayor filósofo alemán, Leibniz. Leibniz asistió como invitado a la boda el 30 de octubre de 1711 de la princesa de Braunschweig, Carlota Cristina Sofía, con el zarevich Alexei. Y a partir de este momento se inicia una correspondencia ininterrumpida hasta la muerte del propio Gottfried Leibniz. A Pedro I le interesaba promover las ciencias en Rusia a través de la idea de Academia universal que tenía Leibniz. Y aseguraba en sus cartas, escritas por él mismo en un perfecto alemán, al filósofo, que tenía al cielo por patria y a cada hombre de buena voluntad por conciudadano, que Rusia también tenía numerosos dones concedidos por la divina providencia de los que podrían beneficiarse los Estados Alemanes.