viernes, 16 de septiembre de 2022

Qué hay de nuevo, viejo


Roy Bean (Walter Brennan) gozando, solo,

 de Lillie Langtry

 

Ignacio Ruiz Quintano

Abc


    En España la nueva política siempre es vieja: sólo un pueblo políticamente tan infantil como éste puede seguir gozando de un guiñol (crudamente descrito en la primavera del 14 por Ortega en el teatro de la Comedia) cuyos hilos mueven manos extranjeras, como corresponde a un país sin soberanía, razón por la cual los palos caen siempre sobre nosotros.
    

Esta semana, en las terrazas no se habló del nihilismo liberalio de Ayuso, sino de lo bien que habían estado en el Senado (¡SPQR!) Sánchez o Feijoo, según los colores, mientras en el Congreso un tal Odón, reserva moral del socialismo español, pedía que se deje “en paz a Eta”, pues ya no hay terroristas, sino franquistas, berreaba, y en el Banco Azul (¡la separación de poderes!) Bolaños, solo, aplaudía con el mismo vicio que otro jurista, Roy Bean (Walter Brennan en “El forastero” de Wyler), el juez de la horca, aplaude a Lillie Langtry, el Lirio de Jersey, en el teatrillo que ha alquilado para gozarla como espectador único.
    

El guiñol Bolaños/Odón nos distrae por un día de lo que viene, que es un invierno a oscuras en defensa, oficialmente, de la soberanía ucraniana, que de la española se ocupan en Marruecos (“esa mezcla de Hollywood y la Biblia”, que diría Patton) Sánchez, Zapatero y la Trujillo.
    

Si el comunismo de Lenin era “el poder de los soviets más electricidad”, la socialdemocracia de Sánchez y Feijoo es “el poder de los partidos menos electricidad”.
    

Las luces de Europa se apagan. ¡Sabe Dios cuándo se volverán a encender! –suspiró famosamente Edward Grey, titular del Foreing Office, cuando en la Gran Guerra las consignas de la defensa pasiva impusieron la oscuridad sobre Londres.
    

Madrid siempre fue una ciudad mal iluminada y de noche parece un homenaje al Berlín Este de la Guerra Fría. Ante el frío, precisamente, serán requisadas las estufas de las terrazas para calentar las tiendas de campaña que la Otan despliegue en la capital, pues en las casas no habrá quien pare. De hecho, ahora que todavía hace bueno, nadie las pisa, por no gastar electricidad. Los pobres, esa antigua clase media franquista, echan el día “en la terracita con las cerves”, y los ricos, con el pretexto del decadentismo, vuelven a cenar con velas, y en todas las casas bien reina el tono Kubrick de “Barry Lyndon”, rodada a la luz de las velas, como en la cena doméstica para hablar de la Revolución francesa dada por el Nobel Vargas al viejo Trevijano, iluminado, para poder comer, por la linterna del móvil de un ejecutivo de telefonía invitado a la mesa, que hacía de John Alcott, el director de fotografía de Kubrick.
    

La España oficial consiste, pues, en una especie de partidos fantasmas que defienden los fantasmas de unas ideas y que, apoyados por las sombras de unos periódicos, hacen marchar unos Ministerios de alucinación.
    

Pues sí. José Ortega y Gasset, 23 de marzo de 1914 en el teatro, oh, justicia poética, de la Comedia.

[Viernes, 9 de Septiembre]