martes, 20 de septiembre de 2022

Isabeles


Isabel Tudor

 

Ignacio Ruiz Quintano

Abc


    Como no podíamos ya creer “al mismo tiempo” en dos cosas tan contradictorias como el antiguo mundo real y nuestro nuevo mundo onírico, escondimos la Historia en el baúl.


    –Hemos llegado a ser tan pobres en Historia –decía Muray hace veinte años– que esperamos sin cesar que la prueba de su vigencia nos venga del exterior.
    

Así que, muerta Isabel II en Inglaterra, en España corremos al baúl para jalearla como Mejor Reina… ¡de la Historia! Pero la Historia, avisa Muray, no se acelera, “como dicen entre nosotros muchos imbéciles indispensables”, sino que al retirarse nos dejó la aceleración, “y sólo eso”.


    En un inteligentísimo y juguetón artículo con motivo del Jubileo de Platino de Isabel II hacía Curtis Yarvin la pregunta definitiva: ¿qué pensaría Isabel I de Isabel II? Exposición de Yarvin: al nacer Isabel I, Inglaterra es una potencia menor en ascenso; al morir Isabel II, Inglaterra es una potencia menor en declive, “y en el medio los británicos gobernaron el mundo durante un siglo y medio”.
    

Paréntesis en el “nomos” schmittiano: la ordenación mundial centrada en Europa, surgida en el XVI, se desdobla en “dos” ordenaciones globales distintas: tierra firme y mar libre. Inglaterra se convierte en eslabón entre ambas ordenaciones: sólo ella logra dar el paso que la llevará de una existencia medieval terrestre y feudal a una existencia puramente marítima que mantendrá en equilibrio a todo el mundo terrestre. (“España conservó su carácter demasiado terrestre y no pudo sostenerse, a pesar de su imperio de Ultramar, como potencia marítima”). La Inglaterra isabelina, al aparato.


    –Pero, ¿era realmente la Inglaterra isabelina de Isabel? –insiste Yarvin–. ¿Era ella la directora ejecutiva del gobierno o era la “Commonwealth de Leicester”? ¿Fueron realmente los Cecils quienes inventaron el Estado Profundo?
    

Fue Bagehot, concluye, quien mejor describió la diferencia entre Isabel I y II: dividió a los soberanos en efectivos (control del Estado) y dignos (una Kardashian coronada). Operativa y ceremonial. Isabel I era la Isabel operativa. Isabel II es la Isabel ceremonial. Un “disfraz de Reina”.
    

Los Tudor fundaron su poder en la aversión que sentía la nación a otra guerra civil (lo dice Burckhardt, que no conoció nuestra Santa Transición). Los ingleses querían un gobierno duro y lo tuvieron en Isabel: no se permitía reír en su presencia. Ahí, sin embargo, surgió Shakespeare (aquí estamos en Calixto Bieito), cuya peor obra, “Las alegres comadres de Windsor”, fue un encargo de la Reina.
    

Gracias a la TV, Isabel II fue el primer soberano británico verdaderamente coronado como lo requiere la rúbrica “a la vista del público”, pero su título fue ya mucho menos imperial que el de sus predecesores. “Desde entonces, el deslizamiento hacia la impotencia sólo se ha acelerado” (Cannadine). ¡La aceleración de Muray!

[Martes, 13 de Septiembre]
 


Isabel Windsor