lunes, 4 de febrero de 2019

La crisis actual del patriotismo español (2 de 5)


 Teatro Arriaga, Bilbao, sede de los Juegos Florales de 1901


PRESENTACIÓN DE JEAN JUAN PALETTE-CAZAJUS

La entrega de hoy empieza con un potencial embrollo  que convendrá aclarar. Recapitulemos: El presente artículo se publicó el 25.XII.1905.  Lo publicado ayer finalizaba cuando Unamuno nos advertía de que iba a referirse, a continuación, a «palabras del discurso que leí en Bilbao, […], en Agosto de 1901». Pero, aquí, apenas iniciadas aquellas referencias al discurso de Agosto 1901, se abre de repente un nuevo párrafo entrecomillado, el que empieza con «consistente en…», extraído –lo explica el propio Unamuno en nota personal y furibunda– de un anterior artículo de 1896, titulado ya entonces, de forma apenas distinta del que estamos editando: «La Crisis del Patriotismo». Y  a este párrafo de 1896 se refiere el pensador cuando prosigue: «Desde que escribí esto, hace ya cerca de diez años… ». No sé si habré logrado despejar el pequeño lío.

Aquellas “atrocidades de Montjuich” a que alude en su nota Unamuno se refieren  al atentado anarquista que mató a 12 personas e hirió a otras 35 con motivo de la procesión del Corpus, el 7 de junio de 1896, y a las consecuencias del mismo. El  posterior y polémico proceso vio la ejecución de 5 reos y la imposición de largas condenas a otros 19, sin pruebas fehacientes, tras confesiones conseguidas bajo tortura y en ausencia de garantías jurídicas. 

Por lo demás se entenderán mejor los siguientes párrafos de Unamuno si recordamos que había nacido de cuatro abuelos vascos, como lo evocaba,  siendo diputado en las Cortes republicanas de 1931, en un discurso por cierto muy escéptico  sobre la importancia y el porvenir del vascuence. En su primera juventud tuvo una fuerte crisis de pasión «euscalherriaca»,  como se decía entonces, motivada por unas concepciones de la patria vasca adolescentemente  románticas y premodernas. Pero desde un principio, Unamuno rechazó  de plano las construcciones teóricas de Sabino Arana (1865-1903) un año más joven que él– que fundamentaban  lo que pasó entonces a denominarse «Bizkaitarrismo». Recordemos, para situarnos, que Sabino Arana fundó el Partido Nacionalista Vasco en 1895, el mismo año de la publicación de «En torno al casticismo». Pero, hasta el último momento, la relación afectiva de Unamuno con  «euskal herría» fue particularmente intensa y empapada de un indudable particularismo «fuerista».

También conviene recordar que, entre 1894 y 1897, Unamuno militó en la «Agrupación Socialista de Bilbao» y que su ruptura con el socialismo coincidió con la crisis espiritual ciertamente más significativa de su vida. Le alejó de su anterior compromiso político el rechazo al dogmatismo,  la asunción de cierto relativismo cultural, también la ruptura con el exceso de «cientificismo» que había caracterizado sus años de juventud. No podemos extendernos aquí sobre aquella crisis capital cuyas consecuencias  intelectuales rigen, a no dudarlo, la materia vital y el espíritu del presente artículo.

Leeréis cómo Unamuno se queja de que «cuantas descripciones […] del español corren por Europa, apenas pueden aplicarse sino al castellano». No quiero cerrar estas notas sin admitir que en un trabajo comparativo titulado «ESPAÑOLES Y FRANCESES» y que abusó largamente, hace unos meses,  de la paciencia del lector incauto, el día 20 de septiembre de 2018, en el capítulo 25 previo a la conclusión, yo reconocía y confesaba idéntico pecado.   

 Busto de Unamuno, Bilbao

MIGUEL DE UNAMUNO

Es indudable que el patriotismo tiene dos raíces: una sentimental y otra intelectiva. Hay la patria sensitiva, la que podemos abarcar con la mirada, y que no se extiende en su origen más allá de nuestro horizonte sensible, y hay la patria intelectiva o histórica, la que se nos enseña a querer en la escuela, con relatos más o menos verdaderos. Son los dos polos del complejo sentimiento patriótico. 

Y como tengo escrito hace ya más de nueve años , se observa un fenómeno de polarización… «consistente en que van creciendo paralelos el sentimiento cosmopolita de humanidad y el apego a la pequeña región nativa. El regionalismo se acrecienta de par con el cosmopolitismo, a expensas del sentimiento patriótico nacional, mal forjado por la literatura erudita y la historia externa. A medida que se ensancha la gran Patria Humana, se reconcentra lo que aquí se llama patria chica o de campanario. Parece como que se busca en el apego al terruño natal un contrapeso a la difusión excesiva del sentimiento de solidaridad humana. Se concentra la intuición sensible de patria a medida que se abstrae el concepto de ella, lo cual quiere decir que no están en perfecta compenetración y armonía. Y no lo están, seguramente, por culpa de la presión coercitiva y bárbara que se ha empeñado en casarlas en la historia según intereses de clases.»

 Sabino Arana

Desde que escribí esto, hace ya cerca de diez años, se me ha corroborado el sentimiento patriótico español por haber casado mucho más mi intuición patriótica, mi sentimiento primitivo y sensible de patria, es decir, el de mi patria chica, Bilbao, con el concepto patriótico deducido de mi consideración de la Historia de España. Y esto se ha cumplido merced a una noción de lo que el espíritu de mi pueblo nativo y el de mi casta vascongada pueden ser y significar en el concierto y el porvenir del espíritu nacional. Mas cuando escribí los citados párrafos, lo que todavía predominaba en mi espíritu era la conciencia de las profundas diferencias espirituales que separan a mi pueblo, al pueblo que me ha dado mi modo de ser, del pueblo entre que vivo, y que ha dado hasta hoy tono y carácter a la cultura española. Los ensayos que constituyen mi libro En torno al casticismo, publicados un año antes que el citado artículo sobre La crisis del patriotismo, ensayos que son un ensayo de estudio del alma castellana, me fueron dictados por la honda disparidad que sentía entre mi espíritu y el espíritu castellano. Y esta disparidad es la que media entre el espíritu del pueblo vasco, del que nací y en el que me crié, y el espíritu del pueblo castellano, en el que, a partir de mis veintiséis años, ha madurado mi espíritu. Entonces creía, como creen hoy no pocos paisanos míos y muchos catalanes, que tales disparidades son inconciliables e irreductibles; hoy no creo lo mismo.


En el fondo del catalanismo, de lo que en mi país vasco se llama bizkaitarrismo, y del regionalismo gallego, no hay sino anticastellanismo, una profunda aversión al espíritu castellano y a sus manifestaciones. Ésta es la verdad, y es menester decirla. Por lo demás, la aversión es, dígase lo que se quiera, mutua. Castilla ha sido durante siglos, y sobre todo desde los Reyes Católicos, el eje histórico de la nacionalidad española; Castilla ha impreso su sello a las letras, a las artes, a la filosofía, a la pseudo religión, a la política española. Aunque todos hayan podido participar legalmente de la gobernación del Estado, todo se ha hecho a la castellana—y entiéndase de ahora para en adelante que llamo castellanos á aragoneses y andaluces, —y por culpa principalmente de los no castellanos, que, presos de otras preocupaciones, descuidaban la de hacerse sentir en la marcha política y en la cultural.

 Espíritu castellano. Zuloaga Mujeres de Sepúlveda

Y de tal modo es así, que cuantas descripciones —algunas ya clásicas— del español corren por Europa, apenas pueden aplicarse sino al castellano. No ha mucho leía yo en un libro interesante de Frank Wadleigh Chandler, norteamericano, sobre la novela picaresca (Romances of roguery; an episode in the history of the novel by Frank Wadleigh Chandler, New York, 1899) este tremendo pasaje: «El español obra, pero rara vez siente; pasa y repasa por la escena, pero apenas quiere. Hay en él todavía algo del muñeco mecánico movido por un principio automático», y ello me pareció no muy lejos de la verdad si en vez de español dijera castellano. Porque, en efecto, si alguna impresión deja la genuina literatura castellana —y tomo la literatura como el más genuino espejo del espíritu— es una impresión de sequedad, de falta de jugo afectivo, de escasez de sentimientos, y hasta es frecuente que al confesarlo quieran cohonestar tales deficiencias llamando sentimentalismo a eso que les falta, o burlándose como de algo indigno de los nietos de aquellos duros conquistadores e insensibles tercios, de los suspirillos germánicos o de otras manifestaciones análogas.

 Fachada Casa Museo Unamuno en Salamanca

La verdad debe decirse siempre, y en especial cuando más inoportuna parece a los prudentes mundanos, y la verdad es que la actitud de esos catalanes y vascos culpados de separatistas, no procede tan sólo de hostilidad o aversión a los Gobiernos y a los políticos. Se dice, y muchos de ellos lo dicen, que no es contra la nación española contra lo que protestan, sino contra el Estado, contra la actual organización política de éste. Y la verdad es que se sienten inadaptados e inadaptables, no sólo a la organización política española, sino a su sociabilidad, a su manera de ser, manera de ser fuertemente influida por la predominancia hasta hoy de una de las castas que hacen la nación. Sienten aversión, y la siento también yo, hacia casi todo lo que pasa por castizo y genuino: los modales, los chistes—esos horribles chistes del repertorio de los géneros chico e ínfimo—, la literatura, el arte —sobre todo la odiosa música que se aplaude en los teatros por horas—, la navaja, los bailes, la cocina con sus picantes, sus callos y caracoles y otras porquerías; los toros, espectáculo entontecedor por el que siento más repugnancia desde que se ha declarado cursi el pronunciarse contra él, etc., etc. Es una oposición íntima y de orden social.  ¿Puede desaparecer? No: no puede desaparecer tan ainas. Ni puede, ni debe, porque esa íntima oposición, de orden cultural, es conveniente para los unos y para los otros.

 Miguel de Unamuno

(Nota del propio Unamuno): En el artículo La crisis del patriotismo, publicado en el núm. 6, correspondiente a Marzo de 1896, de Ciencia Social, Revista de sociología, artes y letras, que se publicaba en Barcelona, y de la que sólo aparecieron al público ocho números, pues del noveno se recogieron los ejemplares todos durante el vergonzoso período de las atrocidades de Montjuich y de los más disparatados procedimientos a que el miedo y la ignorancia pueden conducir a los hombres que tienen el ejercicio de la autoridad, sin ser capaces de ejercerla debidamente.
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