Enrique Borrás
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
¿Rajoy? ¿Zidane? A falta de política, costumbrismo. Los pucheros de Pablemos, por ejemplo. Pena mora de España, que va del “llanto militar” del duque de Osuna en Flandes al “llanto comunista” de Pablemos en la Carrera de San Jerónimo.
Allí, entre león y león, hemos visto a Pablemos acunar un rorro, morrear a un hombre y llorar como Charlie Rivel, tres cosas que nadie vio hacer al parlamentario más importante del siglo XX, Churchill, en la cuna del parlamentarismo. Tampoco nadie había visto llorar así en un escenario desde Enrique Borrás en “El Místico” de Rusiñol.
–Es sugestión. Borrás, “sujeto”, ordena a Borrás, “actor”, que llore porque la obra lo exige así, y entonces Borrás “actor” llora a lágrima viva. Soy el “Padre Ramón”, enfermo del corazón, y al agonizar, yo, por esta sugestión, me siento enfermo y aprecio la palidez de mi rostro por la frialdad que adquiere.
Lo hacía tan bien, que unos médicos corrieron a auscultar a Borrás, pues no les parecía posible que estuviera normal, pero lo estaba, sin la más leve alteración del pulso, a pesar de su piel blanca y fría y de su llanto.
–Yo no he caído una vez muerto en escena que no haya arrancado la ovación –confesó Borrás al Caballero Audaz–. Tal vez sea porque el público esté deseando que no me levante más.
Para Borrás era más difícil triunfar sano que triunfar enfermo, tanto en el autor como en el actor, y la prueba, decía, era que “a esta tranquilla de los casos patológicos recurren todos los dramaturgos mediocres”, porque es más fácil el éxito.
–Pero también más mentira.
Así, la “mentira constitucional” (Octavio Paz), otra, de nuestra Santa Transición, llamada “La Democracia”, cuyo honor defiende Pablemos retirando a un policía la Medalla de Santa Rita (lo que se da, se quita) con que “La Democracia” (¡Suárez!) lo distinguió por haberla salvado (al salvar a Villaescusa y Oriol). Es la eterna tranquilla española, que nos hace especialmente inclinados a engañar, a engañarnos y a ser engañados.