6 Toros de Escolar
Caluroso I, Cuidadoso, Diputado, Pocapena, Curioso y Chupetero
José Ramón Márquez
A mí la corrida de José Escolar no me ha gustado. Lo digo así, al principio, para que el que quiera pueda dejar de leer ya, y así se ahorra el tostón. Claro que cuando digo “no me ha gustado” esto hay que tomarlo desde la relatividad del aprecio que se siente por esta ganadería, que no es lo mismo decir que no te ha gustado una de El Ventorrillo o de Torrehandilla, que es algo que te da lo mismo porque nada esperas, a decir que no te ha gustado la de Escolar, que en ésta la cosa duele un poco, principalmente porque cuando las huestes Dombianas hicieron públicos sus carteles para la Feria del Isidro 2018 fue una de las corridas señaladas como de mayor interés, especialmente por ser el año del retorno de los Albaserrada abulenses a Madrid tras tres años de ausencia, mitigada por su presencia en uno de los “desafíos ganaderos” del año pasado, donde se lidiaron tres toros de los cuales uno, Matajacos II, número 26, dejó el honor de la divisa por las nubes. Ése es el nivel que esperábamos de los Escolar de hoy.
La corrida de Escolar no me ha gustado por tres causas que se explican a continuación. En primer lugar por su presentación, bastante pobre y vareada en conjunto, y aunque haya habido algún ejemplar como el sexto, Chupetero, número 10, con una bella lámina acorde a su estirpe, la corrida ha sido algo desaliñada en cuanto a su presencia, en lo físico o en las encornaduras. En segundo lugar por el comportamiento, que ha sido hasta cierto punto soso y bondadoso para lo que es esta vacada, con al menos cuatro toros que tenían su faena, y ése no es el registro que andamos buscando en los toros de Pichorrongo, que en estos ¿para qué negarlo? siempre gusta encontrar un comportamiento de mayor agresividad, como aquel que dice, de más mala leche. En tercer lugar porque la actuación de los tres espadas ha estado por debajo de las condiciones del ganado, sembrando el ruedo de muchas dudas y de pocas certidumbres y llevando la tarde hacia los terrenos del tedio, por más que haya habido cositas que se referirán en su momento oportuno.
También se debe decir que después de los dos días precedentes, de los Miura y los Saltillo, los toros de José Escolar tenían enfrente un reto de altísima enjundia si querían estar al nivel, y por eso se ha echado en falta de una manera más especial que los cárdenos de esta tarde tuviesen más ideas o más ferocidad, que hiciesen llegar al tendido una sensación mucho más grande de peligro o de incertidumbre, que tomaran el protagonismo en la corrida que muchos ya les habíamos otorgado desde que adquirimos las entradas, y que nos tuviesen pendientes de sus evoluciones en el ruedo sin levantar los ojos de la arena, tal y como nos pasó ayer o anteayer. La prueba de que esto no fue así es que, echando una mirada alrededor durante la lidia del quinto, había casi más gente mirando la pantalla del móvil que atendiendo a las evoluciones del toro y eso no se puede considerar, en modo alguno, un éxito para el ganadero. Nunca sabremos qué pasó en el sancta sanctorum de los corrales durante los reconocimientos, que es bien sabido que los arcanos que se ventilan en las mazmorras perfumadas de Zotal pertenecen sólo a los iniciados, pero el siempre bien informado aficionado R. trae la noticia de que se habían rechazado cuatro y que hubo que traer más toros desde Lanzahita, lo cual nos lleva de nuevo a desesperarnos por la absoluta falta de transparencia de unas actuaciones que no dejan de ser actos administrativos a las que habría que dar la publicidad oportuna.
En varas han cobrado lo suyo, como les corresponde por el mero hecho de pertenecer a “encaste minoritario”, aunque no creo que sus luchas sean de las que pasen a la Historia. El único que cumplió de verdad en su encuentro con los jacos afaldillados fue el sexto, que acudió por tres veces al cite con alegría, metiendo la cara y haciendo una pelea discreta, pero más que suficiente en relación a las de sus hermanos.
Para dar el finiquito a los pupilos de don José Escolar ajustaron la contratación de Rafaelillo, Fernando Robleño y Luis Bolívar, ampliamente conocidos de la afición madrileña tras los muchos años de alternativa de los tres.
Rafaelillo contó en su lote con las dos caras de la moneda, la incertidumbre de Caluroso I, número43, un toro a la defensiva, pegajoso y desagradable, de embestidas cortas al que toreó de manera muy movida, sin asiento de los pies en una faena que se diría plena de provisionalidad, como si no tuviese un fundamento ni una finalidad. Nadie hubiese censurado a Rafaelillo si hubiese optado por doblarse con el toro, por torearle de pitón a pitón, por romperle por bajo, andándole, pero él por momentos quiso montar una faenita que a todas luces se veía que era inviable. Mata mal. Su segundo llevaba el mismo nombre del toro que mató a Manuel Granero, que digo yo si acaso no hay otro nombre para un toro que el de Pocapena, número 27, pero bueno, allá penas, que este cuarto toro tenía unas condiciones distintas del primero, especialmente por el pitón izq1uierdo, que era el bueno, porque por el derecho el bicho no tenía un pase. Rafaelillo tira de oficio y pretende irse a las cercanías para conseguir su triunfo más en base al susto que a lo que es el toreo propiamente dicho, sin pisar el terreno del toro y pensando más en salir del muletazo que en cómo rematarlo, fue tratando de tirar sus líneas y hay que decir que su propuesta no llegó a encandilar al público. Se tiró a matar dos veces, perdiendo la muleta en la primera y dejando una estocada desprendida en la segunda. Ni con Miura ni con Escolar ha dejado Rafaelillo huella de su paso por Madrid. Ahora ya le toca volver a Francia, desde donde pronto nos llegarán noticias de sus éxitos.
Fernando Robleño es torero muy querido en Madrid y puede decirse que en Las Ventas juega en casa. Su primero fue Cuidadoso, número 30, que en banderillas había desarrollado sentido e hizo ganarse el jornal con el sudor de su frente a César del Puerto y Juan Cantora a los que no ahorró el susto de esperarlos y hacer dificultoso el desempeño de su oficio para dar lugar a que el Presidente, don José Magán Alonso, cambiase el tercio con solamente tres palitroques clavados en la cárdena piel del animal. Este toro es otro de los toros toreables, que no bobos, de los de esta tarde. El animal acudía al cite con sinceridad, humillando, y si se quedó corto yo más bien lo achaco a las artes de su matador, que a la falta de disposición del toro. Se cae Robleño en la cara del toro sin que éste haga por él y, una vez repuesto del susto, remata su labor con algunos naturales de buen sabor. La faena fue muy larga y antes de matar le sonó el primer aviso. Se encenagó con la espada. Su segundo, Curioso, número 42, fue la compensación a la claridad de su primero, pues fue un toro con complicaciones que no regalaba apenas nada, ni embestidas, ni fijeza, ni nobleza, sino arreones, imprevisibilidad y embrollo. Era éste un toro grande de esqueleto y pobre de cara, como si no le hubiesen montado bien las piezas, toro de presencia poco adecuada para Madrid con el que Robleño se justificó ante su parroquia y dejó indiferentes a los demás.
Y Luis Bolívar, que lo primero que hay que decir es lo bien vestido que venía de catafalco y oro, y lo segundo que con la edad y las canas se le va poniendo cara como de Obama. Bolívar sorteó el mejor lote de la tarde. Su primero se llamaba Diputado, número 25, y su nombre, como puede imaginarse, dio lugar a los más diversos chascarrillos, especialmente a la hora de su muerte. El tal Diputado debía serlo por el Grupo Mixto: Bolívar lo puso de largo y medio cumplió en varas, aunque se medio cayó a la salida; se quiso poner interesante en banderillas, aunque Fernando Sánchez le alegró con su peculiar manera de parear; y llegó a la muleta con sosería, aunque Bolívar intentó darle fiesta al natural, que el izquierdo era el pitón más claro del toro. Lo mata bien. Y, por fin, el sexto, Chupetero, que es el toro de más interés, como se dijo más arriba. Lo picó Félix Majada, el mayoral de Victorino y Presidente de la Unión de Mayorales y Vaqueros del Campo Bravo, de manera harto peculiar y, si vale la expresión, heterodoxa. Y aunque por tres veces el toro le tuvo fuera de la montura y no se agarró bien en las dos primeras acometidas de Chupetero, las buenas gentes simpatizaron con sus modos y le despidieron con una exagerada ovación… o lo mismo no lo fue, porque los avatares del tercio de varas del bueno de Félix fueron, con toda seguridad, lo más entretenido del festejo. Chupetero es el típico toro para ser valorado en Madrid, con un pitón izquierdo a disposición de quien quisiera meterse en ese jardín y con un derecho de menos quilates pero no imposible. El toro ni siquiera fue sensible a los fallos de Bolívar cuando se movió en el momento menos indicado o cuando le enganchó la muleta, simplemente el animal o no se enteraba o no desarrollaba un perceptible sentido. Se tiró Bolívar a matar de una extraña manera, como si fuese sin muleta pero con muleta y cobró una estocada que dio fin a la vida del toro y del festejo. En este toro Fernando Sánchez volvió a poner estupendamente las banderillas y Miguel Martín se lució en sus dos pares, especialmente en el primero de ellos, sacando los palos de abajo y reuniendo bellamente en la cara del toro.
Las otras dos buenas noticias de esta tarde son que ninguno de los peones tomó el olivo, y que los pupilos de don Pepe Escolar se fueron al otro mundo sin que nadie pudiese decir de qué color eran sus lenguas.
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* Homenaje a La sociedad desescolarizada (Deschooling Society), de Ivan Illich
La corrida de Escolar no me ha gustado por tres causas que se explican a continuación. En primer lugar por su presentación, bastante pobre y vareada en conjunto, y aunque haya habido algún ejemplar como el sexto, Chupetero, número 10, con una bella lámina acorde a su estirpe, la corrida ha sido algo desaliñada en cuanto a su presencia, en lo físico o en las encornaduras. En segundo lugar por el comportamiento, que ha sido hasta cierto punto soso y bondadoso para lo que es esta vacada, con al menos cuatro toros que tenían su faena, y ése no es el registro que andamos buscando en los toros de Pichorrongo, que en estos ¿para qué negarlo? siempre gusta encontrar un comportamiento de mayor agresividad, como aquel que dice, de más mala leche. En tercer lugar porque la actuación de los tres espadas ha estado por debajo de las condiciones del ganado, sembrando el ruedo de muchas dudas y de pocas certidumbres y llevando la tarde hacia los terrenos del tedio, por más que haya habido cositas que se referirán en su momento oportuno.
También se debe decir que después de los dos días precedentes, de los Miura y los Saltillo, los toros de José Escolar tenían enfrente un reto de altísima enjundia si querían estar al nivel, y por eso se ha echado en falta de una manera más especial que los cárdenos de esta tarde tuviesen más ideas o más ferocidad, que hiciesen llegar al tendido una sensación mucho más grande de peligro o de incertidumbre, que tomaran el protagonismo en la corrida que muchos ya les habíamos otorgado desde que adquirimos las entradas, y que nos tuviesen pendientes de sus evoluciones en el ruedo sin levantar los ojos de la arena, tal y como nos pasó ayer o anteayer. La prueba de que esto no fue así es que, echando una mirada alrededor durante la lidia del quinto, había casi más gente mirando la pantalla del móvil que atendiendo a las evoluciones del toro y eso no se puede considerar, en modo alguno, un éxito para el ganadero. Nunca sabremos qué pasó en el sancta sanctorum de los corrales durante los reconocimientos, que es bien sabido que los arcanos que se ventilan en las mazmorras perfumadas de Zotal pertenecen sólo a los iniciados, pero el siempre bien informado aficionado R. trae la noticia de que se habían rechazado cuatro y que hubo que traer más toros desde Lanzahita, lo cual nos lleva de nuevo a desesperarnos por la absoluta falta de transparencia de unas actuaciones que no dejan de ser actos administrativos a las que habría que dar la publicidad oportuna.
En varas han cobrado lo suyo, como les corresponde por el mero hecho de pertenecer a “encaste minoritario”, aunque no creo que sus luchas sean de las que pasen a la Historia. El único que cumplió de verdad en su encuentro con los jacos afaldillados fue el sexto, que acudió por tres veces al cite con alegría, metiendo la cara y haciendo una pelea discreta, pero más que suficiente en relación a las de sus hermanos.
Para dar el finiquito a los pupilos de don José Escolar ajustaron la contratación de Rafaelillo, Fernando Robleño y Luis Bolívar, ampliamente conocidos de la afición madrileña tras los muchos años de alternativa de los tres.
Rafaelillo contó en su lote con las dos caras de la moneda, la incertidumbre de Caluroso I, número43, un toro a la defensiva, pegajoso y desagradable, de embestidas cortas al que toreó de manera muy movida, sin asiento de los pies en una faena que se diría plena de provisionalidad, como si no tuviese un fundamento ni una finalidad. Nadie hubiese censurado a Rafaelillo si hubiese optado por doblarse con el toro, por torearle de pitón a pitón, por romperle por bajo, andándole, pero él por momentos quiso montar una faenita que a todas luces se veía que era inviable. Mata mal. Su segundo llevaba el mismo nombre del toro que mató a Manuel Granero, que digo yo si acaso no hay otro nombre para un toro que el de Pocapena, número 27, pero bueno, allá penas, que este cuarto toro tenía unas condiciones distintas del primero, especialmente por el pitón izq1uierdo, que era el bueno, porque por el derecho el bicho no tenía un pase. Rafaelillo tira de oficio y pretende irse a las cercanías para conseguir su triunfo más en base al susto que a lo que es el toreo propiamente dicho, sin pisar el terreno del toro y pensando más en salir del muletazo que en cómo rematarlo, fue tratando de tirar sus líneas y hay que decir que su propuesta no llegó a encandilar al público. Se tiró a matar dos veces, perdiendo la muleta en la primera y dejando una estocada desprendida en la segunda. Ni con Miura ni con Escolar ha dejado Rafaelillo huella de su paso por Madrid. Ahora ya le toca volver a Francia, desde donde pronto nos llegarán noticias de sus éxitos.
Fernando Robleño es torero muy querido en Madrid y puede decirse que en Las Ventas juega en casa. Su primero fue Cuidadoso, número 30, que en banderillas había desarrollado sentido e hizo ganarse el jornal con el sudor de su frente a César del Puerto y Juan Cantora a los que no ahorró el susto de esperarlos y hacer dificultoso el desempeño de su oficio para dar lugar a que el Presidente, don José Magán Alonso, cambiase el tercio con solamente tres palitroques clavados en la cárdena piel del animal. Este toro es otro de los toros toreables, que no bobos, de los de esta tarde. El animal acudía al cite con sinceridad, humillando, y si se quedó corto yo más bien lo achaco a las artes de su matador, que a la falta de disposición del toro. Se cae Robleño en la cara del toro sin que éste haga por él y, una vez repuesto del susto, remata su labor con algunos naturales de buen sabor. La faena fue muy larga y antes de matar le sonó el primer aviso. Se encenagó con la espada. Su segundo, Curioso, número 42, fue la compensación a la claridad de su primero, pues fue un toro con complicaciones que no regalaba apenas nada, ni embestidas, ni fijeza, ni nobleza, sino arreones, imprevisibilidad y embrollo. Era éste un toro grande de esqueleto y pobre de cara, como si no le hubiesen montado bien las piezas, toro de presencia poco adecuada para Madrid con el que Robleño se justificó ante su parroquia y dejó indiferentes a los demás.
Y Luis Bolívar, que lo primero que hay que decir es lo bien vestido que venía de catafalco y oro, y lo segundo que con la edad y las canas se le va poniendo cara como de Obama. Bolívar sorteó el mejor lote de la tarde. Su primero se llamaba Diputado, número 25, y su nombre, como puede imaginarse, dio lugar a los más diversos chascarrillos, especialmente a la hora de su muerte. El tal Diputado debía serlo por el Grupo Mixto: Bolívar lo puso de largo y medio cumplió en varas, aunque se medio cayó a la salida; se quiso poner interesante en banderillas, aunque Fernando Sánchez le alegró con su peculiar manera de parear; y llegó a la muleta con sosería, aunque Bolívar intentó darle fiesta al natural, que el izquierdo era el pitón más claro del toro. Lo mata bien. Y, por fin, el sexto, Chupetero, que es el toro de más interés, como se dijo más arriba. Lo picó Félix Majada, el mayoral de Victorino y Presidente de la Unión de Mayorales y Vaqueros del Campo Bravo, de manera harto peculiar y, si vale la expresión, heterodoxa. Y aunque por tres veces el toro le tuvo fuera de la montura y no se agarró bien en las dos primeras acometidas de Chupetero, las buenas gentes simpatizaron con sus modos y le despidieron con una exagerada ovación… o lo mismo no lo fue, porque los avatares del tercio de varas del bueno de Félix fueron, con toda seguridad, lo más entretenido del festejo. Chupetero es el típico toro para ser valorado en Madrid, con un pitón izquierdo a disposición de quien quisiera meterse en ese jardín y con un derecho de menos quilates pero no imposible. El toro ni siquiera fue sensible a los fallos de Bolívar cuando se movió en el momento menos indicado o cuando le enganchó la muleta, simplemente el animal o no se enteraba o no desarrollaba un perceptible sentido. Se tiró Bolívar a matar de una extraña manera, como si fuese sin muleta pero con muleta y cobró una estocada que dio fin a la vida del toro y del festejo. En este toro Fernando Sánchez volvió a poner estupendamente las banderillas y Miguel Martín se lució en sus dos pares, especialmente en el primero de ellos, sacando los palos de abajo y reuniendo bellamente en la cara del toro.
Las otras dos buenas noticias de esta tarde son que ninguno de los peones tomó el olivo, y que los pupilos de don Pepe Escolar se fueron al otro mundo sin que nadie pudiese decir de qué color eran sus lenguas.
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* Homenaje a La sociedad desescolarizada (Deschooling Society), de Ivan Illich
Rafaelillo, Robleño y Bolívar
Las dos varas de medir de Félix Majada, la chispa cómica de la tarde