El Cid
José Ramón Márquez
Parece
que era ayer mismo cuando don Gabriel Martín, estrafalariamente ataviado como
un barquillero del Retiro, franqueaba el portón por el que asomó Lagartillo,
número 50, el novillo negro listón de Guadaira con el que se inició la Feria
del Isidro 2018, y hace un rato acaba de ser arrastrado por el tiro de mulas de
los Mosus de Cuadra, los benhures de la propineja, el cárdeno Carpintero,
número 14, con el que se pone fin a la misma. Entre la juempedritis bodeguera
de aquel novillo del 8 de mayo hasta la seriedad albaserrada del toro de Adolfo
Martín del 8 de junio, se nos ha pasado la Feria, otra más.
Para
la corrida de fin de Feria los Dombos idearon un interesante cartel
protagonizado por los toros de Adolfo Martín y por los matadores El Cid, Pepe
Moral y Ángel Sánchez, que venía a tomar la alternativa y la confirmación, siendo
esta la primera vez que alguien recibe la alternativa con toros de Adolfo
Martín, que ahí tienen un motivo de felicidad los que gustan de vivir momentos
históricos, y un motivo de admiración los que quieran apreciar el macizo gesto
del joven ex novillero.
Sin
hablar de la decepción de Teruel del año pasado, las últimas corridas que
Adolfo Martín trajo a Las Ventas nos tenían un poco desconcertados, por no
decir amoscados, ya que sin acabar de dar el paso hacia lo verdaderamente comercial
las trazas que presentaban eran más bien poco halagüeñas en cuanto al registro
de casta y de inteligencia. Sin embargo hoy Adolfo se ha traído a Madrid un
festín para el aficionado con seis toros de óptima presentación y de variado
comportamiento que han devuelto a Las Ventas el sello de la imprevisibilidad
del toro de lidia. Aunque parezca sacrilegio poner aquí el nombre del Cuvillo
lo pondremos como contraejemplo de lo de hoy, dado que los revistosos del
puchero estarán cantando como excelente la corrida que echó el propietario de El
Grullo el pasado día 25, seis toritos todos iguales, clones el uno del otro en
la cosa de la muleta, las mismas embestidas, la misma falta de ideas, la misma
entrega preconcebida, y en cambio estos seis adolfos de hoy fueron cada uno
distinto, cada uno con su particular personalidad, con agresividad y entrega, con
la reserva que crea incertidumbre, con la acometida maciza y briosa a la
muleta, con la promesa, fatalmente cumplida, de la cogida, los albaserradas de
Adolfo Martín han traído una auténtica montaña rusa de emociones.
La
parte peor de la tarde se la llevó Manuel Jesús El Cid, que fue a quien le tocó
pagar el tributo de la sangre. El toro se llamaba Monerías, número 1; brinda al
público El Cid y se va al toro, le pone la muleta frente al 6 y comienza a
labrar la embestida del toro con la muleta en la derecha, entre las rayas,
recogiéndole y sin dar la impresión de que acaba de fiarse de él, andando le da
dos con la derecha en los que el toro le protesta y, perdiéndole unos pasos, le
vuelve a citar dejándose ver; el toro acomete a la muleta y en el mismo
embroque ve al torero y le suelta un derrote seco y certero con el derecho que
le prende del muslo y le saca de la corrida poniéndole a disposición de la
ciencia de Padrós. A partir de ahí la corrida se queda en un desigual mano a
mano entre la experiencia de Pepe Moral y la bisoñez de Ángel Sánchez.
Antes
de seguir tenemos que recordar una vez más el fantástico galimatías de toros y
toreros que explica, con desparpajo y facilidad, el gran Manolo Morán a unas
extranjeras en una inolvidable escena de la fantástica “Tarde de Toros”, filme
de Ladislao Wajda de 1956, porque hoy pasaba algo así, que el tercero mataba el
primero y al resultar cogido el primero, que mataba el segundo, al tercero le
tocaba matar al segundo y también al tercero y luego el tercero se ocupaba del
cuarto, el segundo mataba al quinto y, por fin, el tercero remataba la tarde
matando al sexto. Fácil, aunque si eres de Wisconsin la cosa no lo es tanto.
Mientras
la tarde rodaba por los senderos de la normalidad, es decir, en la lidia del
primero, se esperaba con atención al joven Ángel Sánchez, que dejó su sello en
una tarde de 2017 en la que yo no estuve en los toros. El toro de la
alternativa y de la confirmación se llamaba Mentiroso, número 1, y con él
estuvo Sánchez francamente bien mandando al tendido el mensaje de su buena
colocación y, por momentos, del mando de su muleta. El toro tenía lo que se
dice cuatro tandas y el torero se empeñó en demostrar que se puede citar
adelantando la muleta y que echar la pata hacia adelante no es algo de ciencia
ficción, tal y como se empeñan día a día en hacernos creer. Ángel Sánchez nos
dejó un excelente sabor de boca en ese toro, por más que alargase su trasteo
cuando ya el toro estaba muy parado, y cuando dobló el animal ya estábamos
deseando que llegase el sexto para verle de nuevo. Luego le tocó, a causa del
percance de El Cid, vérselas con el que debería haber sido el segundo del de
Salteras, Horquillero, número 49, que sometió a Sánchez a una prueba
impresionante, pues las condiciones del toro en la muleta, su agresiva
violencia, su inteligencia, su sentido, su seriedad constituían un
desconcertante reto para las habilidades de un hombre que acababa de tomar la
alternativa hacía media hora larga. Era Horquillero un toro para Andrés Vázquez
o para Ruiz Miguel, para muletas poderosísimas y dotes acreditadas para el
dominio. Aunque el reto para el nuevo matador de toros era prácticamente
insuperable por las condiciones del Adolfo, el muchacho no se arredró y trató
de salir de aquel vendaval con la mayor dignidad posible. Yo creo que ese toro,
cuyo sentido y agresividad recordará Ángel Sánchez muchas veces a lo largo de
su vida, un toro de unas condiciones tales como jamás han visto los cuatro que
están a la cabeza del escalafón, le sacó completamente de la corrida,
descentrándole cumplidamente, y así llegó hecho unos zorros al sexto,
Carpintero, número 14, donde no asomó ninguno de los méritos que demostró en su
primero en el rato que duró el toro antes de quedarse reservón y espeso, como
si aún llevase encima la losa de granito de Galapagar que le echó Horquillero
en las costillas. Ahí, en el desarrollo de esta tarde, en los tres toros y las
circunstancias que los hados le han deparado, en la particular bajada a los
infiernos de Ángel Sánchez, está descrita de manera evidente la dureza del
oficio que él, por propia voluntad, ha elegido. Ahora se trata de recomponer
los propios fragmentos y seguir hacia adelante, sin renunciar a la ilusionante
personalidad que ha dejado traslucir en su primero. Apetece volver a verle.
Y
Pepe Moral, que hoy ha dado la perfecta medida de sí mismo, y el resultado no
es, por desgracia, como para ponerse a echar las campanas al vuelo. Nos
quitamos de en medio dos toros, porque por ir a lo negro -a lo cárdeno, hoy- la
cosa se debe enfocar en el quinto toro de la tarde, un cinqueño que le había
correspondido por sorteo, o sea que la cosa iba predestinada, y que se llamaba
Chaparrito, número 1, y ese número 1 sí que estaba bien puesto porque
Chaparrito es, en la última corrida del serial y sin lugar a dudas, el toro de
la feria. Desde los primeros lances se vio que el adolfo se movía con clase en
una embestida hermosamente vigorosa. Su paso por la cosa caballar no es que
fuera una birria, pero tampoco fue como para una mascletá, al menos digamos en
su favor que se arrancó de largo al segundo puyazo. En banderillas apuró lo
suyo y, en el segundo de sus pares, hizo hilo con Juan Sierra, haciéndoselas
pasar canutas, empujándole con la testuz,
sin que por ventura la cosa pasase a mayores. Con un run-run de
expectación corriendo por los tendidos, se va Pepe Moral a por Chaparrito y se
lo saca hacia el tercio con la derecha, flexionando la pierna en cinco pases y
uno por alto en los que obliga poco al toro y en los que se aprecia
perfectamente la condición fija del burel y la clase de su embestida. A partir
de ahí Pepe Moral plantea su trasteo en tres series de poco compromiso, en las
que hace moverse al toro con gran sabiduría, y un manejo óptimo de la muleta
para llevar al toro largo y dejarlo muy bien colocado, pero se equivoca de
plano Pepe Moral en plantear su trasteo dejando la pata escondida, porque pisar
el terreno del toro y caer hacia adelante entre pase y pase es justamente lo
que habría vuelto loca a la Plaza. Donde Moral tenía que haber liado un
gallinero había aplausos, pues su oficio pasado por las manos del gran Manolo
Cortés (qDg) es innegable, pero Moral estaba en condiciones de reventar Madrid,
por las condiciones del toro y por el propio corte del torero, y no lo estaba
haciendo. Gulas en lugar de angulas, para entendernos. Cuando se cambia la
muleta de mano firma, al natural, la gran serie de la tarde y de la Feria, un
primero por afuera para poner al toro en movimiento, cayendo hacia adelante
para traerse al toro en el segundo y ceñirse a él perfectamente en el tercero y
el cuarto y aguantar con inteligencia y oficio un parón en medio del quinto
natural, que resuelve con gran espontaneidad, andando, y rematar la serie con
uno por alto. Luego se descalza y vuelve a la derecha, para dar otra serie de
poco fuste, y retorna a la izquierda donde vuelve a dar un espléndido natural,
aunque en esta serie el toro no responde tan óptimamente como en la anterior.
Donde tenía que haber habido un triunfo grande, hubo tan sólo una oreja de esas
que se dan con la connivencia de los Mosus de Cuadra; donde Pepe Moral tenía
que haber salido proyectado como un cohete hacia el Planeta de los Toros, hubo
poca ambición y acomodamiento. Decíamos de Horquillero y Ángel Sánchez, pero
Chaparrito es toro que pesará en la carrera de Pepe Moral. Resaltemos lo bien
que ejecutó la suerte suprema en sus dos intentos, en corto y atacando en recto
en ambos. Cobró un pinchazo en el primero señalado en buen sitio y una estocada
desprendida en el segundo, que a los toros buenos hay que matarlos por arriba y
haciéndoles bien la suerte.
En
este postrero festejo de la Feria del Isidro 2018 no faltó la correspondiente
Fiesta del Olivo, y que me perdonen los de Mora, protagonizada por Curro Robles
e, innecesariamente, por Rafael Limón.
Viendo venir la tarde
Confirmando a Ángel Sánchez
Cogido por Monerías
Ecos de las marismas
Anderson Murillo
Nuestra Puerta Grande
Adiós San Isidro