jueves, 31 de mayo de 2018

San Isidro'18. XVIII de Feria. Tarde de "maestrazgos", con maestros pasándolo en grande a lo Garcigrande

 Manzanares
Viejo Maestro del Toreo Moderno

José Ramón Márquez

Lo de las orejas en Las Ventas ya se está yendo de madre. Si algo tenían esos despojos peludos y tibios, llenos de ácaros, es que tenían una utilidad por lo difíciles que eran de obtener y eso hacía que su valor relativo cotizase al alza. Bien es verdad que, de vez en cuando se colaba alguna orejilla festivalera en tardes de menor exigencia o de aluvión de paisanaje, pero lo normal era que cada oreja que se cortaba en Las Ventas fuese el fruto de un calvario personal para el que va vestido de oro y no va subido encima de un aleluya. Ahí tenemos, sin ir más lejos, a Emilio Muñoz, que ni dos, ni una, ni siquiera una vuelta al ruedo en Madrid en toda su carrera, y ahora anda desde un púlpito pontificando insignificancias, que yo creo que ni en la época presente habría conseguido triunfo alguno, y ahí tenemos a Espartaco, a Manzanares II o a Paco Ojeda, por decir tres en tres estilos muy diferentes que se nos vienen a la mente, que conocieron en sus carnes la dureza y la exigencia sobrehumana de la Plaza para con ellos por su condición de figuras, precisamente. Se podrá argüir que Madrid ha sido siempre tolerante con los pobres, rasgo de su amplia generosidad, y de esto pueden hablar Mariano Jiménez o Antonio Ferrera o El Boni, pero nadie puede decir que los triunfos de estos tres que acabamos de decir, o de los que ponga el lector de su cosecha (Yiyo, Dámaso Gómez, Curro Durán…) hayan sido regalos devaluados u obsequios festivos. Y la culpa, evidentemente, es de la Autoridad que cada vez ejerce menos de tal. Hoy, sin ir más lejos, un Presidente, de pelo y bigote teñido de color caoba, don Caoba, ha aplicado de manera absurda el reglamento, ha sucumbido a las interesadas cucamonas que cada tarde perpetran los benhures de la mula y el peonaje, que dejan el ruedo transformado en el campo de una yincana (lo admite así la RAE, aunque parezca mentira), regado de objetos que estorban el caracolesco moonwalk de los cuadrúpedos, poniendo un triunfo mayor en las manos de Sebastián Castella y devaluando un poco más el valor de los trofeos que se obtienen en la Plaza Monumental de Madrid. Y lo malo es que estos trofeos no sirven para nada, porque las Ferias están hechas de antemano, antes de empezar la temporada, no como antes, donde Sevilla y Madrid servían para ordenar el cotarro y ver qué iba en alza y qué iba en baja y los triunfos en tan importantes Plazas repercutían en las contrataciones. Ahora los triunfos no valen para nada, o acaso sólo para que los que han ido de espectadores tengan un baremo con el que evaluar la tarde:

-Ayer estuve en los toros
-¿Y qué tal?
-Fenomenal… Hubo uno que cortó dos orejas…
-¿Si? ¿Quién?
-El caso es que no me acuerdo del nombre… Creo que era francés...
(etc)

Porque ni al aficionado ni mucho menos al “profesional” esas orejas nada dicen. La verdad del toreo que ha dictado en el ruedo nada tiene que ver con los desmesurados galardones obtenidos a base de dejación de funciones de la Presidencia y de añagazas de algunos de los actuantes.

Por la parte de los bóvidos, hoy tocaban los previsibles Garcigrande/Domingo Hernández, que hicieron su aparición pública luciendo divisa negra por el fallecimiento del amo, y que ahora pertenecen a su señora viuda, la hermana de José Escolar. La cosa de los bóvidos es de suspenso cum laude y no vamos a ponernos exquisitos con que si el tercio de varas o con que si la salida rematando en tablas o que si tal y cual, que es perder el tiempo porque esos toros ni han sido seleccionados para rematar en tablas, ni para hacer una pelea épica con los de la vara de detener, ni para acosar a los banderilleros a la salida de los pares ni para nada parecido a eso: estos toros de presumible aire granjeño han sido seleccionados, criados, alimentados y desparasitados con el único fin de embestir a los engaños que se les pongan enfrente, de no meter sustos al torero que les toque en suerte (habitualmente siempre los mismos) y de mantenerse en movimiento para provocar el éxtasis de los públicos, y juzgándoles sólo con ese criterio el fiasco es monumental, si tenemos en cuenta que el primero no tuvo atisbo de fijeza; el enano segundo se desplomaba como un sufflé mal hecho y fue devuelto; el tercero llevaba el hierro de Domingo Hernández y desarrolló complicaciones de las cuales la mayor es que no corretea lo que de él se espera; el cuarto que desarrolló sentido y buscaba; el quinto que salva el honor de su divisa en lo de la tonta embestida y la ausencia de intenciones y el sexto que era un toro descompuesto, sin atisbo de la docilidad que buscan sus criadores en sus “productos”. Uno de seis es el 16.6% de los toros, lo cual es realmente un pobre porcentaje de aciertos el que los de la divisa negra han traído a Las Ventas. En lugar del segundo, expulsado por don Caoba mediante la exhibición de moquero verde, apareció un lisarnasio de Valdefresno, que ahora la frailada de cada año nos la van echando con cuentagotas en forma de sobreros, que era más feo que picio y con netas condiciones embestidoras, el tiempo que le duraron, como para hacer morir de envidia a los Garcigrande.

Para el festival de Garcigrandes y como antesala a la llamada “Corrida de la OTI” de mañana, el think-tank Dombiano cerró un cartel de carácter  internacional, con el español Enrique Ponce, el francés Sebastián Castella y el venezolano Jesús Enrique Colombo.

Ponce está viviendo con el público de Madrid, a sus cerca de cincuenta años de edad, una época dorada. Decíamos más arriba cómo esta Plaza siempre ha medido a las figuras y con Ponce ya no hay medida sino entrega total. Dirá el de Chiva que por qué no pasaba esto hace quince años, con lo bien que le habría venido, y la respuesta es fácil: el público atufado de gin & tonic, el público de aluvión sin criterio ni conocimientos se ha hecho dueño de la Plaza y ese público hace quince años no existía o, al menos, no era el predominante. Le jalearon el tiovivo que montó con el bobiscón segundo como si fuera faena cumbre. No es que Ponce haya sido un torero de enorme compromiso, pero lo de hoy a base de las más descaradas ventajas, de esconder la pierna como se esconde uno que ha hecho una fechoría, del cite con el pico más rastrero sobrepasaba con creces lo admisible… y le vitoreaban como si estuviese haciendo la faena de su vida. Empezó dando la réplica al Juli doblándose por bajo con el toro como suele en terrenos del 8 y acabó su labor frente al 10 con un feo espadazo; entre medias se puso bonito y, cuando se le recriminó que se cruzase por lo menos una vez, se metió un poco en el terreno del toro y en tres derechazos se quitó de ese sitio perdiendo la muleta para volver a las formas ventajistas y de poco fuste que dieron fuelle a su primera faena, para la que le pidieron la oreja algunos insensatos. Su segundo cobró en varas como si fuese un Dolores Aguirre, Manuel Quinta se empeñó, aprovechando que el toro empujaba con brío, en hacerle unos sondeos geotécnicos en el espaldar, que daba grima ver cómo apretaba. El toro imponía su respeto a las cuadrillas durante el segundo tercio y, cuando tocan a muerte, se declara incompetente en lo aprendido en su ganadería y se revuelve con ganas de coger. Ya se ve que no es toro de ida y vuelta, sino de trabajar. Ponce tira de repertorio y, por un momento, parece que no va a querer pelea, pero tras un achuchón del animal en que el torero se lo quita con un ayudado tocándole el costado y un poderoso pase circular por arriba de los que hacen daño, como los de Curro Romero, como los de Gallito, el toro cambia y se ahorma un poco en su condición permitiendo a Ponce desarrollar su labor de manera emocionante, con ímpetu digno de un matador que acabase de tomar la alternativa y con unas ganas fehacientes de no dejarse ganar la partida por el toro. Gran faena de Ponce a este cuarto, Francachelito, número 125, refrendada de manera imperfecta por una estocada baja echándose hacia afuera, pero la obra ahí queda.

Castella en su segundo recibió un trompazo fortísimo, lo que se dice un palizón, toreando de capa. Le tocó el Garcigrande de carril y, esto debe ser reseñado, su segunda tanda de redondos, acaso por el aturdimiento del golpe, fue la mejor que le hemos visto nunca al francés, trayendo al toro embarcado, cayendo hacia adelante, quedándose colocado y rematando atrás, para demostrar que si quiere, puede, que lo sabe hacer. Luego siguió su labor en el tono habitual de ventaja, descargue de la suerte y paso atrás y remató con sus habituales cercanías a medida que el toro se apagó en sus ímpetus embestidores. Entre lo del trompazo, que se dejó coger en la estocada, que quedó bien colocada y fue efectiva y lo que se dijo antes de los benhures de la propina y don Caoba, las orejas pasaron del toro al torero con la inocente intermediación del alguacilillo.

Y a Colombo le dejaremos en que no fue su tarde. Lo mejor es que matando es un cañón. Lo peor es que hoy sus manos fueron las de Loris Karius, perdiendo la muleta hasta en cuatro ocasiones en la faena a su segundo, y no dejando un sello personal en sus atléticos pares de banderillas. En los del segundo tomó el olivo por tres veces, una por par, y eso no es lo que se espera de un matador que banderillea, ni tampoco que los peones le tengan que estar “aparcando el toro”. Mañana vuelve, a ver si por la noche medita sobre su tarde de hoy.

La brega de Rafael Viotti al quinto es de las que se deberían enseñar en las escuelas de tauromaquia para explicar cómo la excelente labor de un peón sirve para mejorar las condiciones de un toro.

 Ponce
Viejo Maestro del Toreo Contemporáneo

Abella/Abeya
Viejo Maestro de la Gerencia

Amorós
Viejo Maestro de la Crítica

 Presidente de José & Juan
Viejo Maestro de la Afición

 Viejo Paseíllo de Maestros

 Guernica I

Guernica II

De vuelta de la Plaza, donde Colombo tomó casi tantos olivos como Ponce tiene