jueves, 29 de marzo de 2018

Jueves Santo

Monasterio de las Huelgas Reales

Ignacio Ruiz Quintano
Abc

La España liberal (a Sócrates y a Jesús los mató la democracia asamblearia) llama a la Semana Santa  “Fiestas de la Primavera”, y nos mete en casa a podar los tiestos, en vez de sacarnos a la calle a leer como hay que leer, a tientas en los pasos, el “Sueño” de Jean-Paul Richter en lo alto del edificio del mundo, el “Gran Inquisidor” de Dostoyevski en la plaza de la catedral de Sevilla o “La facultad de las cosas inútiles” de Dombrovski en “los balnearios de Stalin”.
Papagayos del “Estado de derecho”: ¿quién fue el segundo testigo en el juicio de Jesús? No existía un ministerio público, y eran necesarios dos testigos para acusar. Uno que coge al criminal en flagrante delito y lo lleva a la justicia. Es el papel de Judas, el tesorero, “es decir la persona más diligente del séquito de Cristo”. Pero falta otro: uno que asiste, que no desenmascara, que no guía a los soldados; sólo presencia la escena en silencio y luego declara en el juicio.
Constaba en el expediente, pero sólo apareció en la audiencia ante el Sanedrín. Lo escucharon y luego lo dejaron irse. Por eso no sabemos quién era.
¿Un extraño? Poco probable. El libro antiguo que deja constancia de su existencia, el Talmud de Jerusalén publicado en 1645 en Amsterdam, dice: “Dos discípulos testificaron contra él, lo llevaron ante el tribunal y lo acusaron”. ¡Discípulos!
Prudente en grado sumo, a Jesús nadie logra hacerle decir lo que no quiere, y es imposible pillarlo en falta. Ni Pilato en Palestina ni el Gran Inquisidor en Sevilla.
Él, de pronto, sin decir una palabra, se le acerca y le besa dulcemente los exangües labios nonagenarios. Ésta es toda su respuesta. El viejo se estremece, abre la puerta y dice: “Vete y no vuelvas más… no vuelvas nunca… ¡nunca, nunca!”
En el poema de Jea Paul, se oye sólo la lluvia que cae en el precipicio. La eternidad reposa sobre el caos y lo roe. Al roerlo, ella misma se devora lentamente. Todo el edificio del mundo va a derrumbarse ante nosotros.