Ignacio Ruiz Quintano
Abc
La revelación de que a Savater las meditaciones del Joven Marías ante un bálano embravecido le recordaban a Dostoyevski me ha llevado de vuelta (¡no puede ser! ¡no puede ser!) a “Los demonios”, con tantas páginas maestras, ya ven, sobre el “Zeitgeist” de nuestra Santa Transición, que hasta Hannah Arendt, y a propósito, precisamente, de “Los demonios”, saca a relucir que a Dostoyevski se le concede “un talento para la previsión que roza lo demoníaco”.
El tema de Dostoyevski (según las notas de Arendt sobre la novela) no es saber si Dios existe o no, sino si el hombre puede vivir sin creer en Dios: si el Dios al que el hombre debe obediencia desaparece, el hombre sigue existiendo, dispuesto para ser un criado, sólo que en vez de servir a Dios ahora es siervo de sus ideas; ya no es una propiedad de Dios, sino que ahora está poseído por las ideas, y éstas actúan como si fuesen demonios.
–Además –habla Stepánovich en “Los demonios”–, la docilidad de los escolares y de los tontos ha llegado al más alto nivel; los maestros rezuman rencor y bilis. Por todas partes vemos que la vanidad alcanza dimensiones pasmosas, los apetitos son increíbles, bestiales… ¿Se da cuenta de la mucha gente que vamos a atrapar con unas cuantas ideíllas fabricadas al por mayor?
El narrador admite que lo que cunde es una irritación general, algo implacablemente maligno, como si todos estuviesen hartos de todo: reinaba, en fin, un cinismo incoherente y general, diríase un cinismo forzado.
–De qué a qué fue nuestra transición es cosa que no sé ni pienso que nadie sepa. Las gentes más ruines adquirieron de súbito ascendiente entre nosotros y se pusieron a criticar a voz en cuello todo lo más sagrado, cuando antes no osaban decir esta boca es mía; en tanto que las personas principales se aprestaron de pronto a escucharlos, y callaban.
Gloria in excelsis Deo!
Y dice Hannah Arendt que esta novela es como si un alma desnuda hablase con otra alma desnuda.