Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Murió, como si nada (esta nada presente y española), José Luis Cuevas, pintor (grandioso) de locos, putas y cadáveres.
–El tema de Cuevas es el cuerpo humano en la salud, la enfermedad, el delirio, la confrontación o la pérdida –diría su hermano Alberto, psicoanalista.
Tuve el privilegio de tratarlo por regalo de José-Miguel Ullán, guía del cuevismo en España (residió temporadas en Madrid y Sevilla). La primera vez vivía en la casa de Carrero Blanco en Hermanos Bécquer, llena de puertas y de mujeres:
–Cuando me equivoco de puerta, siempre me encuentro alguna en “deshabillé”. Y me digo: “¡Si viera esto Carrero Blanco!”
La tomó a puntapiés con los muralistas (Siqueiros, Rivera), y le decían realista, expresionista, surrealista, pop, conceptual, clásico, vanguardista, posmoderno, megalómano, anarquista, reaccionario, genio, farsante, y todo le parecía verdad, con tal de que nadie lo tomara por artista puro. “Eso, no”.
Su obsesión fue la muerte. Cuando lo conocí llevaba treinta años haciéndose fotografiar a diario. En Madrid cumplía con la manía en el fotomatón de unos grandes almacenes. Tenía la angustia del paso del tiempo y un cristo calvo. Hacía gozoso el cuento del asalto en su casa del DF: “Los muy imbéciles, tan feos, iban con pistolas y gritos de los más groseros, buscando unas corbatas para atarnos, ¡yo que nunca las uso! Ni se fijaron en un solo cuadro…”
Hijo de una madre “que cantaba canciones catalanas” y de un padre que no paraba en casa y que “se anunciaba por medio de balazos al aire”, Cuevas amó la fama (con 20 años fue entrevistado en “Time”), el cine y los burdeles, donde siempre había un violinista y un pianista que estrenaban canciones de Agustín Lara.
–Yo es lo primero que pregunto al llegar a una ciudad: “¿Hay aquí burdel?” Es algo que me viene de la infancia.
Y “Todo es poco”, como tituló Ullán su historia inacabable de José Luis Cuevas, otro muerto que se muere como la gente que no se había muerto nunca.