jueves, 12 de enero de 2017

La Copa, otro motivo de divorcio

Hoy no es caro el fútbol en Córdoba. De ahí, el número de socios
Unos 15.000. 
 90/91 en 2ªB, 10. 500 ptas y sin asiento asignado

Francisco Javier Gómez Izquierdo

        Cuando llegué a Córdoba en 1988, el equipo de fútbol estaba en 2ªB y al viejo Arcángel acogía a cuatro o cinco mil fieles que habían conocido los días gloriosos de Juanín, Diego, Onega y Cruz Carrascosa entre otros. Las fases de ascenso a 2ª siempre acababan accidentadas y con futbolistas acreedores que maldecían directivas un tanto rufianescas. El equipo fue a peor y hasta los cuatro o cinco mil “aficionados puros” se fueron divorciando de unos malpagados que bajaron a la categoría en la que juegan los pueblos conforme a su comunidad. Demolido El Arcángel, y mientras Sandokán construía el Nuevo  para el Ayuntamiento, los abonados tuvimos que desplazarnos un año para jugar de prestado en Écija, el pueblo de los siete niños bandoleros. Aquel sacrificio en plena construcción del Barça de Cruyff me parecía exagerado para tanto como padecía y me borré de socio, coincidiendo quizás con el divorcio más tremendo e irremediable del aficionado al fútbol cordobés con su equipo. Se inauguró El Arcángel y, por supuesto, volví al redil.
    
Después hubo más “desapartaciones” debido a los convulsos matrimonios que nos proponía Sandokán , un chollo para representantes de toda España y prestamistas del  casino de Marbella, que montaba unas plantillas en 2ªB de futbolistas que cobraban como si jugaran en Primera y unas partidas en Torre Quebrada que temblaba el misterio. “Mil millones, hermano, mil millones... m’a costao el Córdoba.”, me cuenta Rafael Gómez cuando me lo encuentro.

      Los cuatro o cinco mil socios permanecieron-permanecimos- fieles hasta que con Paco Jémez, una lotería que tocó a Carlos González, el hombre que en 2011 se hizo el amo del club, un movimiento ciudadano de manera irracional se tatuó el Córdoba en el corazón. Aquella muchedumbre se contó y se registró en el Nuevo Arcángel, sumando más de quince mil abonados. En los dos últimos años el número de fieles casi no ha descendido, a pesar del espectáculo ofrecido en el terreno de juego. Sin embargo, ayer ocurrió. Ayer ante el Alcorcón, con Álvaro Rey, David Fernández e Iván Alejo de maestros ejecutores, volvieron los síntomas inequívocos que un servidor ha vivido durante estos últimos 30 años de historia cordobesista. A falta de un cuarto de hora para finalizar el partido, y como goterones de caserón viejo, los espectadores desfilaban más resignados que enfadados, y más hartos de no se sabe qué, que propensos a señalar culpables. Se iban con un hastío casi indiferente. Sin pitos, sin bronca, sin braceos y sin dedazos contra el amo del Córdoba. Se iban con el convencimiento de no renovar la próxima temporada.
     
Al Córdoba ya le han cogido el truco los rivales y como no tiene variantes por falta de efectivos, la táctica es sencilla. Aguantar ordenadamente las primeras embestidas blanquiverdes que suelen estar, reconozcámoslo, bien preparadas. Reservar el físico del modo más inteligente y en la segunda parte presionar como posesos la defensa cordobesa durante al menos un cuarto de hora, tiempo suficiente para provocar pérdidas y errores infantiles en una retaguardia y dos medio-centros -Luso y Edu Ramos- con limitadísimos recursos técnicos. Así nos  coló dos goles el Alcorcón en la 2ª parte y nos pudo colar otros dos o tres. Nada que no se viviera ya contra el Cádiz y que amenaza vivirse lo que queda de temporada, mientras no se mejore en lo físico, pues en lo técnico nuestros futbolistas no han nacido tocados por la excelencia, dicho sea con el debido respeto.

     No debe sorprender que un Alcorcón de 2ªB que fue capaz de eliminar ¡a doble partido! al Real Madrid, apee al Córdoba, un igual, de la Copa. Fastidia no ver un grande en cuartos, pero me temo que vienen tiempos de mucho sobresalto y que nos va a tocar padecer, a los fieles, el desprecio infinito del amo del Córdoba, el hombre al que cansado de tanto maltrato ha abandonado la caprichosa Fortuna.