sábado, 13 de septiembre de 2014

Víctor Manuel, cantante melodicu

 Víctor Manuel
Luis Mariano

Hughes
Abc

El jueves tenía que ir a Galicia. El despertador estaba programado a las cinco, cinco y cuarto y cinco y media de la mañana. Al despertar, en la tele encendida, sonaba Víctor Manuel. Era un concierto. Ni Víctor Manuel merece esos horarios, pensé. Pero el duermevela y el primer momento tras el sueño son para mí los momentos de mayor sensibilidad musical, así que no me costó nada estremecerme con María de las Mareas. Esa canción (no confundir con María Coraje) creo que es la mejor suya. Es realmente bonita. Víctor Manuel, aunque está casado con Ana Belén (algo de odio no dicho por ese motivo hay en su detestación), tiene una idealidad femenina, platónica y astur, encerrada en el nombre de María. Claro, qué otro nombre… Eso es como cuando en Tamaño Natural, pasan de la muñeca hinchable de Piccoli al ibérico y algo atropellado acarreo en andas de la Virgen.

No le di importancia al hecho, aunque sí archivé para mí ese momento. Me he pasado años huyendo de Víctor Manuel. Huyendo sus interpretaciones, entrevistas y considerándolo casi una categoría de lo espantoso. Victor Manuel sólo podía llegar a mí ya de modo inconsciente.

Horas después, ya en Galicia, el fotógrafo de ABC me llevó a comer. Era un lugar precioso y no había nadie, doble maravilla. El rumor del riachuelo (al que no podía mandar callar) y un hilo musical en el que sólo sonaba… Víctor Manuel. Vaya día, esto tiene que ser un presagio. Me preocupaba porque el motivo de mi viaje, la entrevista a la bruja Adelina, estaba en el aire. Andaba la mujer resabiada con las teles y no quería saber nada de periodistas. Empecé a interpretar a Víctor Manuel como un designio.

Pero la cosa salió más o menos bien, la sanadora al final nos abrió la puerta de su gabinete y se explayó. Al día siguiente, el taxista que me devolvía al aeropuerto decidió jugarse la vida y a ciento veinte (donde debía ir a ochenta) por hora tuvo que dar un frenazo para evitar una colisión. Agarrado al asiento, sobresaltado, algo reprimió, sin embargo, mi ira hacia el conductor. Era la radio informando de los 50 años como artista de Víctor Manuel. Me quedé pensativo (to loco). ¿Qué estaba pasando?

Yo no sé si creo en la brujas, pero sí creo en Víctor Manuel al que he decidido redescubrir, darle la oportunidad que le negaba. Esa nostalgia sentimental, cursi, ese retorcimiento suyo mientras canta, que es una forma de perfilamiento muy cercana a Julio Iglesias, todo eso he empezado a mirarlo con otros ojos. Está la tentación de verlo como a un Anti Julio Iglesias. Frente al cosmopolitismo, lo paisano; la monogamia frente al mujerío… Quizás he sido injusto con Víctor Manuel, sin duda porque su cantar era muy cercano al del cantautor. Su palabra se elevaba solo un poco del texto. Además, había, hay en él un fuerte elemento asturiano acechando. Víctor Manuel se ha movido en un triángulo espantoso (a priori) entre el compromiso socialoide de tono cantautoril, la muñeira asturiana y luego un conato (lo de Julio Iglesias) de romanticismo, de cantante melodico, pero bueno, señor, de una pieza. No el latino quiero una copa de vino. No, un cantante melodico romántico y becqueriano, sensible, casi limitativo con Perales. Cantante melodicu, diremos, asturianizándolo, interpretando siempre al borde de los ojos cerrados, del ensimismamiento más absoluto. Pero al final me ha dado por pensar cuánto hay en mí de victormanuelesco. Ese fondo blando y afectuoso, sentimental, sofocantemente triste (el ahogo suyo al cantar) es adorable y, creo, muy nuestro.

Pero es que después de Víctor Manuel llego Melendi. Otra razón para volver a él.