Fandi desenmascarando a un zalduendo
como los que aguardan en Carabanchel a The Maestros
José Ramón Márquez
El sábado se perpetra en Carabanchel la primera corrida del Nuevo Orden Taurino. En ella se da de una manera perfecta todo lo que más se puede odiar referido a la tauromaquia y sus alcances. Lo resumo en media docena de trancos: lo primero la Plaza, ese espanto de Plaza cubierta con esas deprimentes escaleras mecánicas, con esa luz lánguida y mortecina, luz de tanatorio, y con esos ecos, cimentada sobre un Centro Comercial; lo segundo, la presencia del no-toro, el animalejo de los pitones romos y la lengua fuera, el claudicante colaboracionista perpetrado por los que odian el toro, muñeco animado y bien mandado con cuyas carreritas mortecinas se crea el “arte”; lo tercero, la presencia innecesaria del picador, trámite abolible cuando el “toro” ya viene bien precocinado; lo cuarto, el torero que no asume riesgo, porque se la juega a la carta del “arte”, despreciando la ética, pues en el nuevo paradigma sólo importa la estética; lo quinto, la feliz concurrencia del público entregado al dictado de la moda, dispuesto a degustar la genialidad de los que la mercadotecnia ha etiquetado como “The Maestros”: los trucos de un torero gordo y mofletudo, el poderío de un torero bajito y la nada de un torero con el que acabó una cornada en Málaga siendo novillero; y, en fin, lo sexto, la presencia de una latosa música en el lugar en que Rafael de Paula dictó la faena de “la música callada del toreo”.
Si a uno le gustasen los acontecimientos irrepetibles se iría a Vista Alegre a ser testigo del acto fundacional de la Nueva Era Taurina, pero como uno ya ha visto tantos y tantos momentos únicos e históricos, casi es mejor quedarse en casa echando una siestecilla que irse a ese vilipendio de todo lo que uno ama. Que disfruten los que vayan y que los toreadores (creo que hay que empezar a usar ya este término) no se hagan daño, que en esto lo importante es no hacerse daño. Y que manen las orejas, sobre todo muchas orejas.