lunes, 4 de agosto de 2014

La pitonisa

Pujol tras pasar por las manos de Adelina
 
Emilia Landaluce

La piel es lo profundo. Lo medito pensando en Valèry mientras siento la hendidura de los rayos del sol en el abismo. La piel –tan frágil– es la frontera de los cuerpos y de las mentes. A Fraga le cabía el Estado en la cabeza. No se puede decir lo mismo de Jordi Pujol. Al ex molt honorable le cabe el Estado (por lo menos, un 3%) en el bolsillo. «Pillado me han», diría en el lenguaje de Yoda [el personaje de «La Guerra de las Galaxias» al que tanto se parece].
 
Imagino a Pujol derramando lagrimitas de cocodrilo mientras en vano trata de localizar a Adelina, la pitonisa –como sus cuentas, residente en Andorra– a la que solía consultar para que le predijera el futuro «frotándole un huevo» por el pescuezo. Después lo rompía sobre un plato: si aparecía negro –y no eran trufas del Périgord– significaba que Pujol había logrado «conjurar la energía negativa».
 
Ahora que Adelina se ha debido de ir con otro, fantaseo con la idea de Marta Ferrusola cascando huevos de yemas zainas con un golpe seco de muñeca. Si los dejase plantados como Colón ante Isabel la Católica, Víctor Cucurull lo podría considerar otra prueba irrefutable de la catalanidad del navegante genovés.
 
El método de la hechicera de referencia del soberanismo catalán no difiere del de otros chamanes. En México, un cuentista me pasó unas hojas de lechuga y un huevo por todo el cuerpo. No saqué nada en claro, salvo un flagrante intento de sobamiento de muslamen. Luego, me dijo que pidiera un deseo. Se me pasó por la mente la paz mundial, pero al final opté por que me tocara el Euromillón. Y de momento, nada. Quizá Carlos Fabra, ganador de siete premios de la lotería, se las ingenió para birlarme la buena vibra del pitoniso. Adelina prediría ahora al expresidente de la diputación de Castellón un sino tan oscuro como los huevos que cascaba en el morrillo de don Jordi.
 
Lo profundo, en el caso de los Pujol, no es la piel. Ni siquiera la cáscara del huevo «predictor». En la dermis de cemento no traspasa la vergüenza. Y acabaría como mandaba Trillo en el Parlamento. 
 
Adelina exigiría un huevo.