Estamos en la encalada intimidad de jazmín y agua del patio de la parroquia del Divino Salvador, emparedados entre la popularidad de dos devociones sevillanas: la de Jesús de Pasión y la del Cristo de los Desamparados. Rafael está radiante, y nos dice:
-Qué patio más bonito. Es la primera vez que lo veo.
Lo habrá visto mil veces. Pero siempre lo ve de distinta manera. Así es Rafael. Por eso, para él la vida es un perpetuo descubrimiento. Con la misma facilidad que llega a Nueva York un día y no se extraña de nada, hoy, en Sevilla, se extraña de todo. Lo viejo, lo nuevo, lo conocido, lo ignorado son categorías ajenas a su mundo inocente y hasta infantil; pero siempre nimbado con la aureola del misterio. Tal vez el misterio de su raza.
G. Fernández en El Ruedo, 1948
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José Ramón Márquez