Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Al cumplirse dos años de dieta pepera, en las fondas la derecha que paga impuestos habla del nuevo libro de Belén Esteban, la princesa del pueblo, y en las marisquerías la izquierda que pide impuestos habla del viejo abrigo de Ana Botella, la alcaldesa de la capital.
–¡No se puede salir a la calle con abrigo de pieles mientras haya gente que no llega a fin de mes! –gritó en la TV el profesor Pablo Iglesias, argumento tan “telepollas” (¡qué hallazgo de Cela!) como el de que no se puede lucir una coleta como la del profesor Iglesias mientras haya gente que no tiene qué peinarse.
“¡Ahí es nada un gabán de pieles para un español!”, pudo exclamar en su día Julio Camba:
–El español considera el gabán de pieles como una prenda suntuaria. Ahí tienen ustedes a Lerroux: desde que se compró un gabán de pieles ha perdido la mitad de sus partidarios.
Al profesor Iglesias, un cursi a nómina del Estado, el gabán de Ana Botella le produce el mismo repelús que a Abiel, el negro de la crónica de Ullán, la piel de las chavitas güeras, que era el repelús de pelar un plátano, decía, y ver esa piel, que daba cosa, tan tan así por dentro.
–En Madrid los que me insultan llevan abrigos de visón –se defendió Pepiño Blanco, el hurón de Palas, cuando el pueblo empezó a preguntarse de dónde sacaba para tanto como destacaba.
Al que bueyes ha perdido, cencerros se le antojan, y a Pepiño se le antojaba que todo el mundo que él se encontraba en Madrid iba vestido de Tino Casal, o de Sonsoles Espinosa, por citar a una buena degustadora de los mustélidos de Elena Benarroch.
En el franquismo no llevar abrigo en invierno era síntoma de machismo. Ahora lo es no llevarlo, y si yo fuera Ana Botella encargaría un reportaje como el que a Lerroux le hizo “El Progreso” para admitir que sí, que tenía un gabán y que el gabán era de pieles, pero que las pieles eran… de conejo.
“Leoporum generis sunt et quos Hispania cuniculos appellant”.