Abc
Cuando María Soraya, gobernadora y churchilliana, anunció la hora de los sacrificios para los políticos, todos los españoles nos pusimos en lo peor: después de todo, y esto lo tiene dicho Chesterton, cualquier buey se convierte en sagrado al ser sacrificado.
Al dicho chestertoniano se agarraron los revistosos del toro para votar a Victoriano del Río como mejor ganadero del último San Isidro, y no queremos pensar en la que se nos vendría encima con el sacrificio (en el sentido sorayesco) de políticos como Floriano, Valenciano, Lozano o Alberto Garzón.
Al rescate de María Soraya, y de un modo que seguramente ya tendrían ellos hablado en la cola del desayuno bufett del club Bilderberg, acudió Cebrián con una declaración de sacrificio realmente hipnótica para la prima de riesgo:
–A fin de que no peligre la arquitectura del sistema democrático y del Estado del bienestar, yo sigo.
Esto de las “arquitecturas democráticas” debe de ser como aquello de las “arquitecturas orientalistas”, un convencional estilo árabe, decía Pemán, con el que se construían todas las cosas que los árabes no tuvieron nunca: cervecerías, teatros, estaciones, urinarios y plazas de toros.
Así que una cosa es que se vaya Benedicto XVI, y otra bien distinta, que pueda hacerlo Cebrián.
Sin Cebrián, los académicos reaccionarios prohibirían la palabra “almóndiga” y obligarían a escribir “Dios” con mayúscula. O sea, el caos.
¡Qué sería de nuestra democracia sin estos hilvanes setenteros!
En el 80, Revel preguntó a Cebrián cómo su periódico era el único en ignorar el “caso Marchais” (publicación por “L’Espress” del documento probatorio del líder comunista yendo, años 42 y 43, como trabajador voluntario a la Alemania nazi, y no como deportado, tal como siempre vendía), y, “nada incómodo”, contestó:
–Sí, ya sé. Es que el jefe de extranjero estaba fuera y el que lo reemplazaba es comunista, de modo que ha silenciado el asunto.
Y el verano, manseando.