Hughes
Abc
Los primeros recuerdos televisivos son del Paralelo donde aún lustraba un erotismo machuchón, como de madama potentada que conservara la afición, rodeada de boys nerviosos que marcaban la imaginería sexual del niño con un detente bala y que le gravitaban como chiribitas cuando aparecía vestida igual que el malo de Flash Gordon.
Sara neblinosa en ese «obnubilado», mitad nublado, mitad encandilado nimbo con el que aparecía en las entrevistas muy umbraliana, con adusto erotismo ronco y un purazo que parecía haberle dejado encendido Bernabéu, testigo de la España s. XX. ¿Quién recoge ese puro? Sara convenciéndonos en los programas rosas de que Tony Hernández, su cubano con cara de Oscar Wilde, sí, que de verdad sí, que tenía maraca cubana en su porte suavón y lo decía sin decirlo, al estilo de la pícara lascivia del cuplé (¡el cubano era la pulga!), sicalipsis que no abandonó.
Así, ella cantaba sicalípticamente hasta los himnos regionales, de modo que Valencia era verdaderamente la ciudad del a-moooor.
Tenía voz de sereno, que dijo una vez Raquel Meller, cierta aspereza manchega y ojos entornados que resistían caer en la noche lacada de sus pestañones; rococona, travesti primera vocalizando como para que la oyesen los sordos.
Si sería diva que tenía hijos mitológicos: Thais, que nos acomplejaba porque iba para diplomática, y Zeus, de cuyo éxito musical dudábamos (¿cómo triunfar llamándose Zeus Tous?)
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