El próximo martes, día 14 de diciembre, a las seis de la tarde y en la Facultad de Humanidades Ciencias de la Comunicación de San Pablo CEU, Paseo de Juan XXIII, 10, Aquilino Duque de Wenceslao Fernández Flórez a través de dos de sus libros: Una isla en el mar rojo y El bosque animado.
SOBRE LA GRACIA DE LLAMARSE WENCESLAO
“Yo estoy satisfecho con mi nombre. Como aquella señora de una novela de Daudet, creo que la W es una letra muy decorativa. Por otra parte, es suficientemente raro en España para no obligarme a volver la cabeza cuando llaman a otra persona, como ocurriría si me hubiesen nombrado José, o Luis, o Manuel. Esta infrecuencia, sin embargo, me ha producido algunas molestias. La primera se deriva del desconcierto que se apodera de la gente cuando tiene que pronunciar la W. La segunda molestia se desprende del empeño que pone casi todo el mundo en encontrar una relación entre el nombre y la persona. Yo mismo pienso así, y creo que hay caras de Paco, como hay caras de Fifí y tipos a lo Exuperio... Mi nombre no tiene fácil conexión con ninguna idea, con ningún tipo. En cualquier parte de España mi nombre es lo que debe ser un nombre: cierto sonido que es preciso emitir para que un determinado sujeto produzca este otro sonido: ¿Qué? En cualquier parte menos en Madrid. Desde que vivo en Madrid, mi nombre está unido a una preocupación. La gente lo ha examinado con pensativa curiosidad y ha decidido que era bastante chulo.
”En esta creencia muchas personas finas me llaman ‘Wenceslado’ o escriben mi nombre ‘Wences Lao’, lo que les parece que ya tiene cierto sentido. Hay un sainete madrileño en el que figura una ‘señá Wenceslaa’, y algunos de mis amigos me han dicho con un dejo de envidia: ‘¡Mira que tiene un nombre castizo!’ Yo no sé lo que pensarán los demás Wenceslaos, pero, por mi parte, estoy profundamente disgustado con esta suposición, que discrepa de mi temperamento, que parece obligarme a proceder siempre como un personaje del magistral Arniches, a llevar un palillo entre los dientes y a bailar chotis ‘a izquierdas’. He combatido este error en la medida de mis fuerzas, pero inútilmente. He asegurado que se trata de un nombre eslavo, y casi nadie lo creyó. He dicho que lo han llevado varios reyes, y me han contestado incrédulamente: ‘¡Amos, anda!’
”Sin embargo, la beata menos culta de España sabe que el mismo San Wenceslao ha sido rey de Bohemia. Y que no se trata de un Santo cualquiera, ya pasado de moda, sino que es el Patrón celestial de Checoslovaquia y que cuenta en Polonia tantos devotos como en España Santiago el Mayor. Cuando un hombre tiene la suerte de estar bajo la advocación de un santo tan ilustre debe hacerlo advertir, modesta, pero enérgicamente. No es que yo quiera hablar mal de San Isidro Labrador, pero San Wenceslao era muy diferente, y si alguna vez le hubiesen dicho que su nombre sonaría a verbena con organillo, a Valdepeñas con aceitunas, a ‘barbián’ y a ‘chipén’, no alcanzaría a comprenderlo. Para corregir estos errores casi heréticos, he pensado hace tiempo que podría ser de gran utilidad escribir algunos capítulos que divulgasen la verdadera personalidad del Santo.”
SOBRE LA GRACIA DE LLAMARSE WENCESLAO
“Yo estoy satisfecho con mi nombre. Como aquella señora de una novela de Daudet, creo que la W es una letra muy decorativa. Por otra parte, es suficientemente raro en España para no obligarme a volver la cabeza cuando llaman a otra persona, como ocurriría si me hubiesen nombrado José, o Luis, o Manuel. Esta infrecuencia, sin embargo, me ha producido algunas molestias. La primera se deriva del desconcierto que se apodera de la gente cuando tiene que pronunciar la W. La segunda molestia se desprende del empeño que pone casi todo el mundo en encontrar una relación entre el nombre y la persona. Yo mismo pienso así, y creo que hay caras de Paco, como hay caras de Fifí y tipos a lo Exuperio... Mi nombre no tiene fácil conexión con ninguna idea, con ningún tipo. En cualquier parte de España mi nombre es lo que debe ser un nombre: cierto sonido que es preciso emitir para que un determinado sujeto produzca este otro sonido: ¿Qué? En cualquier parte menos en Madrid. Desde que vivo en Madrid, mi nombre está unido a una preocupación. La gente lo ha examinado con pensativa curiosidad y ha decidido que era bastante chulo.
”En esta creencia muchas personas finas me llaman ‘Wenceslado’ o escriben mi nombre ‘Wences Lao’, lo que les parece que ya tiene cierto sentido. Hay un sainete madrileño en el que figura una ‘señá Wenceslaa’, y algunos de mis amigos me han dicho con un dejo de envidia: ‘¡Mira que tiene un nombre castizo!’ Yo no sé lo que pensarán los demás Wenceslaos, pero, por mi parte, estoy profundamente disgustado con esta suposición, que discrepa de mi temperamento, que parece obligarme a proceder siempre como un personaje del magistral Arniches, a llevar un palillo entre los dientes y a bailar chotis ‘a izquierdas’. He combatido este error en la medida de mis fuerzas, pero inútilmente. He asegurado que se trata de un nombre eslavo, y casi nadie lo creyó. He dicho que lo han llevado varios reyes, y me han contestado incrédulamente: ‘¡Amos, anda!’
”Sin embargo, la beata menos culta de España sabe que el mismo San Wenceslao ha sido rey de Bohemia. Y que no se trata de un Santo cualquiera, ya pasado de moda, sino que es el Patrón celestial de Checoslovaquia y que cuenta en Polonia tantos devotos como en España Santiago el Mayor. Cuando un hombre tiene la suerte de estar bajo la advocación de un santo tan ilustre debe hacerlo advertir, modesta, pero enérgicamente. No es que yo quiera hablar mal de San Isidro Labrador, pero San Wenceslao era muy diferente, y si alguna vez le hubiesen dicho que su nombre sonaría a verbena con organillo, a Valdepeñas con aceitunas, a ‘barbián’ y a ‘chipén’, no alcanzaría a comprenderlo. Para corregir estos errores casi heréticos, he pensado hace tiempo que podría ser de gran utilidad escribir algunos capítulos que divulgasen la verdadera personalidad del Santo.”