Ignacio Ruiz Quintano
Abc
¿Qué quedaría de estos partidos del Madrid sin las crónicas de Hughes? Pues lo mismo que de los Quintero, si se los tradujera al castellano.
El nuevo Madrid del viejo Ancelotti, o el viejo Madrid del nuevo Ancelotti (ya saben: liderazgo tranquilo, conquistar mentes, corazones y triunfos) enseña sus cartas en la meca del naipe de don Heraclio Fournier, que era de Burgos, pero que pegó el pelotazo en Vitoria, como este viejo Madrid que parecía un autobús del Imserso en uno de aquellos viajes que “in illo tempore” pagaba Bono (“el hijo de Pepe, el de la tienda”) a los abuelos manchegos. La ilusión florentina, que es la ilusión de los galácticos, nos la ha quitado Al-Khelaifi, que ha hecho el equipo que no ha podido hacer Florentino Pérez, dos personajes de mucho “ruido presidencial”, como, según Ancelotti, que ha trabajado para ambos (y por ambos ha sido despedido), llama Alessandro Nesta a las quejas presidenciales.
En París pitaban a Mbappé porque no firma el papel de barba que le pone Al-Khelaifi, detalle que el periodismo español interpreta como prueba de que Mbappé tiene más fe en Vinicius que en Messi. Y en Vitoria hacía Ancelotti una alineación que olía a cuarto cerrado, a pesar del tabarrón mediático para ilusionarnos con Alaba, que no es más que un funcionario del fútbol, como cuando en Burgos nos ilusionaban de niños con la cesión de Capón, procedente del Atlético. Una alineación “Groundhog Day”, ahora que a Chinchón viene Bill Murray para rodar con Wes Anderson una película de no se sabe qué. Una alineación sin gol que luego metió cuatro al Alavés, otro club que sucumbe a la magia Lillo, que es como la magia Borrás, pero con muchos goles en contra. “Nos han metido cuatro, pero la tocamos de cine”. En este hábitat ha construido Messi su leyenda. Y Benzemá lleva camino de construir la suya como matón del área. “¿Chupón yo? Qué va. Lo que pasa es que, al salir del regate, miraba, veía a Pineda e Isidro, y seguía regateando”, decía Juan Gómez para explicar su fútbol en el Bernabéu. Benzema recibe (es el futbolista nacido para bajar a recibir, como un repartidor de Amazon avanzado), ve a Vinicius y a Hazard, y en vez de devolver, tira a gol. Eso es todo. La misión de Ancelotti se reduce a hacer de padre Ángel en esa residencia de lujo que es Valdebebas
–Los equipos de Capello –dice Ancelotti– estaban bien organizados, pero no tenían el estilo que quería el presidente.
El estilo marca, por ejemplo, la preferencia de Isco sobre Odegaard, que nunca le gustó. Ancelotti es un gran cocinero, e Isco parece de bastante mejor comer que Odegaard.
–Por mí ya podía llegar a ser el mejor jugador del mundo cuando yo me hubiese ido. ¿Por qué iba a querer yo involucrarme en su fichaje?
En Vitoria, a las diez de la noche, teníamos un equipo viejo y sin gol, y dos horas más tarde la centralita se bloqueaba con titulares periodísticos voceando “¡El fichaje es Benzemá!”, metido en el traje de Cristiano como esos señores de San Martín de la Vega que se meten en los trajes del Pato Lucas o el Gallo Claudio en el parque de la Warner. La noticia trata de aminorar los daños producidos por el abandono del 56 por ciento de la audiencia, y con cinco clubs por delante (City, París, United, Chelsea, Liverpool) en el bingo mundial del entretenimiento.
–No tengo equipo –dice Pochettino.
Pochettino no tiene equipo y Ancelotti no tiene a Ramos ni a Neymar ni a Messi ni a Mbappé, aunque tiene un Guggenheim en la Castellana, un himno de la Décima y muchas posibilidades de que el youtuber Ibai acepte una invitación a su casa a merendar queso parmesano con lambrusco, que es la forma ancelottiana de desconectar del fútbol. (¿cuántas horas diarias se necesitan para enseñar a Vinicius a meter goles?)
–Como dicen los Eagles en “Hotel California” –se explica Ancelotti–, puedes dejar libre la habitación en cualquier momento, pero no te podrás ir.
“But you can never leave!”, es la cuestión. Es el estribillo de los Eagles que le cantan a Mbappé en París, pero también a Lucas Vázquez y a Carvajal en Madrid cada vez que se plantean dejar libre la habitación. Con esa idea se los contrata y re-contrata. Cuando hubo que decidirse por Toni Kroos u otro jugador, Ancelotti dijo: “Conozco a este otro jugador. Bebe mucho. Tienen que optar por Kroos”. Y ahí sigue Kroos, hecho otro acueducto de Segovia.
NACHO Y GRAMSCI
Nacho se libró del peñazo eurocopero de Luis Enrique, y Ancelotti acaba de inscribirlo en la inmortalidad con una frase: “Nacho es un defensa pesimista”. Cree que algo malo va a pasar, y está al loro para evitar que pase. Ancelotti es un loco de la psicología, que no ha traído psicólogo porque en el vestuario del Madrid pondrían ajos contra él. Errejón, que es madridista y gramsciano, como El Ferri, diría que Nacho es el pesimismo de la inteligencia frente a Militao, que sería el optimismo de la voluntad, conceptos que no son de Gramsci, sino de Romain Rolland, en su campaña para que Mussolini liberara de la cárcel a Gramsci, intelectual al que juega en España, con éxito de crítica y público, el chico de los Escolar.
[Lunes, 16 de Agosto]