lunes, 27 de julio de 2020

Silencio



Ignacio Ruiz Quintano

Los sabios de Grecia fueron siete, cada uno de los cuales dijo una frase famosa que les valió su reputación de sabios. Luego, los griegos se callaron y se dedicaron a la escultura, cuyo nombre tradicional es «las voces del silencio». McLuhan decía que si se dedicara todo un curso en los planes de estudios de los colegios para alcanzar la comprensión de esta frase, pronto tendría el mundo una adecuada provisión de espíritus competentes. Quién sabe si no fue ése el caso de Simón y Garfunkel, que llamaron «Los sonidos del silencio» a una cancioncilla, y aún se venden sus discos. La verdad es que los discípulos de Wittgenstein llevaban ya algunas décadas dando la murga con la idea de que más sabio que comprender el mundo era comprender sólo frases, y aclaraban, además, que éstas podían ser interrogativas, imperativas u optativas, así como indicativas, lo cual, aunque a lo mejor no parece un gran descubrimiento para una persona inteligente, constituye im hallazgo sorprendente para el Periodismo del momento.

John F. Kennedy, por ejemplo, nunca comprendió el mundo, pero sus frases continúan dando juego al Periodismo político, que todavía las estudia con la ilusión de extraer de ellas una sabiduría importante. JFK se imaginaba la guerra como a dos títeres peleando debajo de una sábana, que era la descripción que el Periodismo neoyorquino hizo de las nalgas de Marilyn Monroe al andar. Cuando le preguntaron por el resentimiento de los reservistas que, tras haber cunplido con su deber, habían sido reclamados para ir a Vietnam, JFK dijo: «La vida es injusta». Como frase suena a versículo del Eclesiastés suspirado de memoria por Marilyn Monroe al volver a casa después de mucho andar, pero algunos consideran que esa frase justificaría por sí sola la vigencia del mito Kennedy, y sobre ello ha escrito Willíam Safire, columnista de «The New York Times», el periódico católico que patrocinan los judíos para chasquear a los protestantes.

Para el Periodismo político, Kennedy sigue siendo el modelo de héroe contemporáneo, siquiera por oposición a un modelo de antihéroe que, a propuesta francesa, sería Aznar, cuya lengua es monosilábica, como la de los chinos, y cuyo pensamiento se resume en tres palabras, como el de Boskov. «¿Qué es fútbol?», le preguntaron los del «Marca» a Boskov. Y Boskov dijo: «Fútbol es fútbol.» «¿Qué es el silencio?», le han preguntado los de «Le Point» a Aznar. Y Aznar ha dicho: «El silencio es poder.» Sobre todo, se dirá, en un país de sordos donde, oveja que bala, bocado que pierde.

Algunos psicoanalisstas han sostenido que no hay nada más profundamente judío que una desconfianza final en el poder de la palabra y una confianza interna en el poder del silencio, aunque en la literatura política fue Carlyle, que no era ni psicoanalista ni judío, el verdadero apóstol del silencio, y lo fue hasta el punto de querer arreglar el mundo mediante la abolición de los Parlamentos y la enfrega incondicional del poder a hombres fuertes y silenciosos. Si el silencio fuera esa cantidad negativa que se obtiene por la cesación de ruidos, ¿a quién le cabría la duda de que Aznar es un hombre silencioso? Otra cosa es un hombre fuerte, pues, para mandar, como que hace falta voz de león, aunque, según Zarathustra, las palabras silenciosas son las que traen las tempestades, y los pensamientos que caminan con pies de paloma son los que gobiernan al mundo, lo cual que en La Moncloa, junto a los racimos de las glicinias y los tirsos de las lilas, reinarían, como en el Templo masónico, «el Silencio, la Unión, la Paz».

Pero me da que la parte silenciosa del carácter de Aznar que impresiona a los franceses tiene que ver menos con Carlyle, con Zarathustra o con los masones del Templo que con las taciturnidades de su labio superior, que es labio cornisa, como de cometa, incapaz de plegarse a una pronunciación exquisita del famoso verso de Mallarmé: «Musicienne du silence.»




 JFK se imaginaba la guerra como a dos títeres peleando debajo de una sábana, que era la descripción que el Periodismo neoyorquino hizo de las nalgas de Marilyn Monroe al andar