viernes, 2 de noviembre de 2018

Los muertos



Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    Con este católico (y hermosísimo) ir y venir por los camposantos, descubre uno que está muriendo gente que no había muerto nunca, circunstancia que emborrona aquella ocurrencia de Mingote según la cual al cielo iremos los de siempre.
    
Pero, ante el hecho de la muerte, la verdad es que prefiero el duelo católico (incluye el duelo flamenco, por un guitarrista gitano, que presencié ayer en un camposanto del Norte) a la reserva protestante que tan finamente describió Santayana en la Inglaterra que más muertos ponía, la del 14, cuando la muerte era demasiado indecorosa para los oídos delicados y hablaban de ella, casi alegremente, como si se tratara de una excursión a Brighton.
    
Oh, sí, nuestros dos hijos cayeron en el Black Prince… A ellos no les hubiera gustado en absoluto quedar mutilados, ya me entiende, y todos pensamos que probablemente sea mucho mejor así. ¡Reducidos a átomos, sin más! ¡Es tal bendición!
    
Las costumbres inglesas, concede Santayana, son sensibles y favorecen la comodidad incluso ante el lecho de muerte: silencio y puertas cerradas, si la pena es verdadera.
    
–En el alma que parte hay, también, tedio e indiferencia. Posiblemente la visión, por anticipación, de alguna reunión en el otro mundo. Pero ¡qué descolorido, qué espectral, qué impotente es este sueño de muerte!
    
Santayana no es creyente: ama de Inglaterra (y de Grecia) el complacerse en lo finito, pero es español. Escribe en inglés y estudia y enseña durante muchos años en Harvard, mas sólo por accidente, dice, puede ser contado entre los filósofos americanos.
    
En sentimiento y en lealtad legal siempre he sido español. Mi primer entusiasmo filosófico lo produjo la teología católica; admiré, y aún admiro, esa magnífica construcción y la disciplina espiritual que puede inspirar.
    
Le gusta considerarse un materialista, pero deja a otros el estudio y también la adoración de la materia. No trata de hacer que otras personas piensen como él:

    –Que cada uno sea su propio poeta.