domingo, 23 de abril de 2017

Por qué votaré a Emmanuel Macron

Fillon, Macron, Mélenchon, Le Pen, Hamon: Debate TV del 20 de marzo


Jean Palette-Cazajus

El “carnaval” de la elección presidencial francesa -la palabra es del filósofo alemán Peter Sloterdijk-  celebra su primera vuelta este domingo 23 de abril. La campaña  ha transcurrido entre el onirismo, el cabreo y la perplejidad. Todo ello, según Le Monde, en un clima de “descomposición política avanzada”. Desde un principio, nada ha ocurrido como se esperaba. Todavía hace cuatro meses se daba por descontado que el actual presidente se presentaría a la reelección. Por parte de la derecha, sobresalía en los sondeos Alain Juppé, ex Primer Ministro de Jacques Chirac y actual alcalde de Burdeos, hombre de talante moderado y reconocida inteligencia política.

El 20 de Noviembre de 2016, en las primarias de la derecha, saltó la primera sorpresa. François Fillon borró del mapa a Juppé. Algunos días más tarde, François Hollande anunciaba que renunciaba a sucederse a sí mismo. Manuel Valls dimitió entonces del cargo de Primer Ministro para presentarse a las primarias del Partido Socialista. Pagó el desgaste  político del cargo y venció el candidato menos esperado, el izquierdista Benoit Hamon, líder de los llamados contestatarios, los que torpedearon desde dentro el quinquenio de Hollande. Me enteré, casi por casualidad, de que el filósofo Alain Finkielkraut, con quien comparto intelectualmente tantas cosas, había participado en las primarias del PS y aportado su sufragio a Manuel Valls. Me sorprendió un poco. Pero habría hecho exactamente lo mismo de no haberme encontrado, por aquellas fechas, en Madrid. En la radio, Finkielkraut contaba que para él Valls encarnaba una izquierda republicana, responsable, laica y patriota. Era también mi opinión. Con la eliminación de Valls a manos del pertinaz infantilismo gauchista, el Partido socialista se hizo el harakiri.


 Mélenchon en Toulouse
Con la bandera republicana española arriba, a la izquierda

En los barcos, sobre todo los anteriores a la construcción industrial, el centro de gravedad no se correspondía forzosamente con la perfecta simetría. En la nave Francia el centro de gravedad sociológico suele situarse en el centro izquierda, incluso en las épocas en que parece dominar de forma más evidente la derecha. Sería largo de explicar, pero lo intentaré  breve y metafóricamente. El gran lexicógrafo Littré, autor de un prestigioso Diccionario de la Lengua Francesa, decía, en 1851, que el lema «Libertad, Igualdad, Fraternidad» era «completamente incapaz de representar la existencia de ninguna sociedad real». El régimen colaboracionista del mariscal Pétain, que abolió la República, gobernó entre 1940 y 1944 con el lema de «Travail, Famille, Patrie». Lema ciertamente poco exaltador, pero más casposo que escandaloso. Alguien dijo que podría ser el de la China actual. Pero entre los franceses es un lema que sólo rezuma y recuerda indignidad.

De modo que el lema republicano es a la vez lo suficientemente irrealista, como decía Littré, y motivador como para permitir vacunarse contra toda necesidad de ideologías mesiánicas y totalitarias. Al referirme al citado centro de gravedad enuncio un hecho, no proclamo una adhesión. En política como en filosofía, me sobran preguntas y me faltan respuestas. Aprecio el “Credo” de Kolakowski, aquel paradójico texto titulado “Cómo ser conservador -liberal- socialista” que traje a estas páginas, el 13 de diciembre 2016.  En mi presentación del añorado filósofo polaco, aludía a aquel “sujeto político individual que elige visceralmente la parte antes que el todo o, lo que es lo mismo, el antagonismo antes que la reflexión”.

 El cartel electoral de Fillon antes y después de las revelaciones

Actualmente tenemos a cuatro candidatos prácticamente “en un pañuelo” como dice la prensa. El de la izquierda populista, prefiero decir “caudillista”, Jean-Luc Mélenchon, 65 años, que ya era candidato en 2012. Digo “caudillista” porque detrás de Mélenchon, ĺa base electoral es la del muy raquítico Partido Comunista y la del Partido de Izquierda, fundado por el propio Mélenchon y tampoco muy boyante en las urnas. Pero el líder máximo es un personaje truculento, efusivo mientras la voz suele ser bonachona unas veces y las otras, sarcástica. Su acento pretende ser antiparisino, antielitista, popular sin ser vulgar. Es un estupendo tribuno, que busca claramente sus referencias en la Revolución Francesa en general y Danton en particular. Elocuente y solemne, con desparrames líricos -“Francia bella y generosa que amaneces cada día como una mañana nueva”-  que enloquecen a sus partidarios. Es también el más espontáneo, desenvuelto y ocurrente de los cuatro favoritos. Un sublime y peligroso charlatán de feria. En sus mítines, multitudinarios, la bandera tricolor ha desterrado la roja y ha bautizado su movimiento “La Francia insumisa”. Si insisto en sus talentos comunicacionales es que bien podrían franquearle el acceso a la segunda vuelta.


Marine Le Pen en Nantes

En cuanto a su programa, tiene parentesco “podemita”. No oculta sus simpatías por las huestes de Pablo Iglesias.  Ni la que sentía por Fidel Castro y Hugo Chávez. Preguntado, el 20 de abril, si Venezuela está en trance de dictadura, contesta: “Je ne sais pas”.Tiene fama de culto. Gran punto a su favor en Francia. Sin duda gracias a la soltura de su lengua y a sus numerosas citas y referencias, harto discutibles. Las respuestas y las soluciones salen de su boca como conejos de la chistera. Desprecia la palabra complejidad. Tal propensión al simplismo y al buenismo universal, particularmente respecto del Islam y de la inmigración, me producen sudores fríos. Lo mismo que su programa socioeconómico y europeo cuya generosa ingenuidad acabará de hundir la maltrecha competitividad francesa. Todo el mundo, menos sus partidarios, se pregunta con qué varita mágica conseguirá los 270 mil millones de euros necesarios para su política. Sólo hablaré del descolgado candidato socialista, Benoit Hamon, grisáceo aparatchik, para recordar que la mayoría de su electorado se ha pasado a Mélenchon y que lo único positivo de su permanencia en la campaña habrá sido, esperemos, evitar el paso del aventurero a la segunda vuelta. Aunque sigue siendo muy posible que la “ilusión lírica”, el pecado mortal de la izquierda francesa, termine castigando otra vez el país, esta vez definitivamente.

En la derecha moderada, llamada en Francia “derecha republicana”, el morbo del “caso Fillon” habrá marcado toda la campaña. Tras su victoria en la primaria de la derecha, casi todos le auguraban una elección imperdible y un camino de rosas hasta el Elíseo. François Fillon, ex primer ministro de Sarkozy, es un notable de provincias con aspecto elegante y digno y cara amena de persona de confiar. Desde un principio fue acusado de pretender poner en marcha un “thatcherismo” a la francesa. Su primer y grave tropiezo fue defenderse de la acusación de insensibilidad social escudándose detrás de sus valores católicos. Torpeza grave en Francia donde existe un general consenso -que suscribo- sobre la ausencia, en el debate político, de toda referencia a las creencias o no creencias religiosas de los candidatos. Luego saltó la primera noticia del largo culebrón, el de los casi 900 000 euros cobrados por su esposa  a lo largo de los años por supuestas labores de asistencia parlamentaria nunca aclaradas ni declaradas. Sin hablar de los elegantísimos trajes regalados por un amigo, cuyo valor total se acercaba a los 50 000 euros.  Difícil después de todo esto convencer a los peatones del sueldo mínimo de que no hay más vía que la del rigor. Fillon olvidó el refrán africano: “Si quieres subir al cocotero, procura tener el culo limpio”. Parecía difícil que pasase  a la segunda vuelta, pero resulta que progresa a pasos de hormiga. El núcleo duro que se mantiene fiel es el de una derecha tradicional incapaz de reconocerse en otro candidato.

 Emmanuel Macron en Pau, el 12 de abril

A Marine Le Pen, sus numerosos seguidores sólo la conocen, cariñosamente, por “Marine”. Pero esta freudiana castración del apellido paterno no puede negar la fatídica dimensión dinástica de la candidata populista. Palabra que no le gusta, ni que la clasifiquen en la extrema derecha. Es la que lo tiene más fácil. Jamás confrontada al implacable revelador del ejercicio del poder, puede presumir de inmaculada vestal política y decir lo que quiere. A diferencia de su sobrina, la heredera ideológica del abuelo, la dulce y rubia Marion Maréchal Le Pen, cabe pensar que Marine se ha distanciado algo de la ideología paterna. Pero en su entorno inmediato sigue habiendo muchos individuos de dudosa trayectoria. En cambio es clamorosa la ausencia, en sus filas, de personal político con capacidad para asumir cargos de gobierno. Su electorado es el más popular, desesperado y frustrado de todos. Es también el electorado de menor nivel educativo. Y sin duda el más iluso, quebradizo y volátil. No dudo de que, a los tres meses de su mandato, la mitad de sus tropas actuales habría desertado. Ni ella cree en la viabilidad de su programa, particularmente de salida del euro. Su chistera y la de Mélenchon compiten en la producción de conejos. Pero la demagogia marinista, en este final de campaña, ha llegado a la impudicia y le puede pasar factura. Tiene posibilidad de ganar si se produce la pesadilla, es decir una segunda vuelta Mélenchon - Le Pen. El engorroso quiste “marinista” sólo encontrará solución cuando los gobernantes, antes que al chivo emisario, se enfrenten lúcidamente a los problemas que lo sustancian, el horizonte migratorio y el chantaje islamista.

Queda el ovni Emmanuel Macron, recién aterrizado en la vida política . Lo escuché por primera vez en una entrevista televisiva y me impresionó su portentoso disco duro. Sigue encabezando los sondeos, pero parece haber entrado en una fase de estancamiento. Su electorado es el más indeciso, pero también el de mayor nivel educativo. Se le reprocha indefinición ideológica y falta de programa. Pero en la barahúnda electoral sólo los incautos creen entender “programas” donde atruenan las “proclamas”. Lo dijo un día Jacques Chirac, a corbata quitada: “Las promesas electorales sólo comprometen a quienes se las creen”. Macron pretende impulsar una dinámica de las  buenas voluntades, de izquierda y derecha. Es un juego malabar y un reto jamás intentados en Francia. En cuanto a la prudencia y la sinceridad en las declaraciones, son pésimas armas de campaña. Uno de sus asesores, el ensayista Alain Minc, dijo que Macron quería concitar a su alrededor el “círculo de la razón”. Oía por una vez un eslogan político que no ofuscaba mis oídos. Contribuir a iniciar en Francia la difícil ruptura con las ideologías insurreccionales, las ideologías oníricas y las ideologías del egoísmo posesivo puede merecer la pena. Según Marine Le Pen, “con el Sr Macron tendremos al islamismo en marcha, al comunitarismo en marcha”. Lo creo consciente de los peligros. Pienso incluso que, por la extrema novedad de su apuesta frente a las inercias ideológicas, salir con vida de esta campaña es finalmente el mayor escollo para él. Luego, su falta de prejuicios le debe predisponer a una particular receptividad ante las heridas profundas de la sociedad civil. Ciertamente, me preocupa su juventud e inexperiencia (39 años) para estar a la cabeza de un país con capacidad nuclear e involucrado en varios frentes de guerra, interior y exterior.

 Philippe Poutou, candidato trotskista y sincorbatista

No debo terminar sin recordar que los candidatos son ¡once!  Detrás de los 5 citados, viene Nicolas Dupont-Aignan, un soberanista, “posgaullista de derechas”, que podría alcanzar entre el 3 y el 5%. Completan el cuadro dos trotskistas, dos complotistas de derecha y un ex pastor de ovejas pirenaico, casi vecino mío. Entre todos pueden sacar hasta el 10 %. Nada de calderilla electoral; cifra considerable que puede determinar la elección en ambas vueltas, desviando votos cruciales en la primera, decidiendo la segunda. Hoy todo es surrealismo, desconcierto, extravío y ruleta rusa.

Debería de quedar claro: voto contra dos espejismos traumáticos, Le Pen y Mélenchon. Voto contra una candidatura obsoleta e inconveniente, la de Fillon. No voto “por” Emmanuel Macron. Le autorizo con mi voto a ejercer el cargo. Sé de antemano lo que va a pasar con los otros. Incluso sus fracasos serán rutinarios. Para hablar como la calle, considero a Macron “le moins pire”, “el menos peor”. Me da motivos de reticencia, pero con  él tal vez quepa intentar algo. No hablaré de “la fuerza mágica de los comienzos”, como Hannah Arendt, porque quien vota con entusiasmo sólo puede ser un imbécil y un irresponsable. Sólo trato de permanecer en el “círculo de la razón”.

Contra la tentación abstencionista